SALÓN MÉXICO: LA DESAZÓN DEL ARRABAL MEXICANO

Por: Cesar Martínez

Sabido es que el ambiente nocturno de la ciudad de México siempre es extraordinario y excesivo, era de esperar que la cinematografía mexicana explotara un conjunto de elementos para realizar la mayoría de sus producciones que tenían como principales protagonistas a prostitutas, cabareteras, rumberas, hampones, cinturitas y demás figuras de la noche; Dando como resultado verdaderas joyas del séptimo arte que formaron parte del conocido cine de cabaret.

No solamente existieron películas tan características del género de cabaret como Las abandonadas (1944) Humo en los ojos (1946), Aventurera (1950) o Mujeres sin mañana (1951). La trama principal de todas estas películas tenía un rasgo muy específico. Mujeres inocentes que, por causa del destino, un desamor o la muerte de sus padres, van a parar en las garras de proxenetas que las explotan y sacan provecho de ellas en prostíbulos, cabarets o salones de baile, con la intención de desfogar los deseos sexuales de los hombres y sucumbir ante el ostracismo general de una sociedad que puede considerarse de doble moral. Ante estos elementos directores de la talla de Orol, Davinson, Gout, Gavaldón, Fernández o Bracho iniciaron todo un trabajo excelso en cuanto a material cinematográfico que se fraccionó en muchos géneros, entre ellos el de cabaret y el de rumberas.  

FUENTE: Salón México (1948)

Dentro de estos géneros, se encuentra la película dirigida por Emilio “El indio” Fernández titulada “Salón México”, filmada en el año de 1948. Se le considera la primera película que realizó Fernández fuera del ámbito indigenista y que se desarrolla dentro de un ambiente totalmente urbano. Tan solo al leer la propia sinopsis da la idea de que trata el filme: Mercedes (Marga López) trabaja como cabaretera en un salón de baile para costear los estudios privados de su hermana (Silvia Derbez) y los problemas empiezan cuando Mercedes y Paco (Rodolfo Acosta) su explotador, ganan un concurso de danzón y este no le quiere dar la parte proporcional de premio a ella. 

Al observar el hecho de  trabajar a actores de la talla de Marga López o Mimí Derba en el papel de la señorita directora del colegio, nos da una idea de lo posible e insólito que sería uno de los filmes más despreciados por el mismo director, ya que consideraba el melodrama como “de segunda categoría”, sin embargo, el México de la noche se abría paso a una renovación completa de los sentidos en medio de un regocijo nocturno, rumberas, boleros, alcoholismo y  sexo desenfrenado (aunque estas escenas no fueran totalmente explicitas) como lo fuera en su momento Salón México y otras películas del mismo género como Víctimas del pecado (1950) dirigida por el mismo director. 

Aunque a primera vista, se puede vislumbrar que al inicio de la película se tiene como panorama principal la calle, El indio conocía muy bien estos entornos de la entonces creciente Ciudad de México, puesto que era muy común que la clase obrera de ese entonces deambulaba por las zonas rojas de la ciudad buscando un rato de diversión y satisfacción a sus instintos sexuales. Frente al cabaret homónimo de la película se puede observar la imagen cotidiana de estos ambientes: el hotel de paso que exuda violencia y secretos y es la atmósfera propicia para que Marga López vaya persiguiendo a su explotador Rodolfo Acosta para robarle la parte que le corresponde por haber ganado el premio de baile (que por curiosidad es un danzón muy popular en la CDMX) y echarse a correr al piso que rentaba humildemente. 

El México de noche representado en el cine de cabaret, es un sinónimo nato del Alemanismo, una etapa especialmente lúdica y sensual en la que la distinción de clases desaparecía entre humo de cigarrillos, bailarinas exóticas y los salones de baile que, incluso, hacían formar las más sorprendentes parejas a causa de demostrar que dentro del baile y la diversión todavía podía surgir el amor incorruptible, tal como se representa en esta película con la pareja formada con Marga y Miguel Inclán en el papel del policía de seguridad del salón de baile o más inocentemente retratado a través de la exaltación de los ideales nacionalistas de esta época que se revelan a través del heroísmo nacional y la formación de la educación en un país que todavía sufría las heridas de una violenta revolución.

Es sin duda alguna la pareja retratada por Silvia Derbez, la joven estudiante e inteligente que se enamora del joven piloto del Escuadrón 201 (e hijo de la señorita directora) Roberto Cañedo. Esta pareja puede considerarse el modelo que representa los esquemas que pretendían educar a toda una nación suburbana. evidentemente la escena donde se recita el poema al heroísmo es de las mejores incluidas en toda la película y fue fotografiada por el afamado Gabriel Figueroa. 

Sin embargo, en medio de estas consonantes sobre heroísmo y nacionalismo existe todavía la figura tan atacada y relegada a un segundo papel como lo fue el de “la mujer de la calle” en la cual Marga en su papel sufre las consecuencias de haberle robado a su explotador. quedando humillada y golpeada, va al salón de baile a tomarse una cerveza para olvidar su condición de pobreza y escrutinio, es allí cuando su amante secreto Miguel Inclán, después de haberle dado una golpiza al explotador de Marga, irá a su encuentro, sonando de fondo Juárez  de Acerina y su danzonera, para declararle su amor y entonando uno de los diálogos más preciosos y sinceros de toda la película: –No Merceditas, yo soy quien debería besar, sus manos y sus pies, hasta el suelo que pisa (…) y ahora que sé quién es, la admiro por su grandeza. Usted es de oro puro y el oro es válido donde quiera que esté, aunque sea en la basura. Esto se lo dice cuando se enteró que tiene una hermana a la cual le paga el internado con el esfuerzo que hace bailando en el cabaret. 

FUENTE: SALÓN MÉXICO (1950)

Posteriormente, después de tan grata declaración de amor, continúa la desazón preparada por Rodolfo Acosta, el explotador. Este en su disfraz de maleante y típico machito, se enamora en secreto del papel de Marga; ofreciéndole complicidad en el robo de un dinero para poder llevársela lejos de ese ambiente oscuro que es el Salón México, pero lejos de aceptar un no por respuesta, trata de sobornarla yendo al internado de su hermana a contar la verdadera vocación que en realidad ejercía. En realidad, pasa todo lo contrario ya que indirectamente la involucra en el acto del robo y ella va a parar a la cárcel.

FUENTE: SALÓN MÉXICO (1950)

Es sumamente hermoso el papel que ejerce Miguel Inclán de policía de seguridad ya que el amor que siente por Mercedes es tan fuerte que haría cualquier cosa por ella, incluso seguirle la corriente al identificarse como el criado y llamándole mi patrona frente a la hermana de ella y a su prometido, es de admirar la calidad artística que ejerce Miguel Inclán considerado de los mejores villanos que tuvo el cine de oro nacional, la bondad que transmite durante todo el filme es digno de sacarle las lágrimas a cualquiera, la alegría con la que siempre habla con su amada demuestra que incluso entre las clases más oprimidas por la miseria y el hambre, como se viene representando, puede surgir el amor virtuoso y sencillo que pueda existir. 

No obstante, la felicidad que pueden pasar nuestros protagonistas es muchas veces coartada por una maldad que solamente les pertenece a las clases oprimidas o, como representaría Buñuel en Los olvidados (1950), representa la esencia pura de la humanidad. Mercedes casi se encuentra de frente al prometido de su hermana, ella, en su afán de impedirlo, sale corriendo del cabaret y sorprendida por su jefe es despedida por ese simple acto de vergüenza, ajena a todo lo que ocurría en ese momento no se percata que uno de los niños indigentes de la calle, se cubre su cuerpecito con un periódico donde se puede leer que su explotar ha escapado de la cárcel.

El final puede parecer triste, alucinante, desgarrador, pero es, desde luego, lo mejor que puede ocurrir a los melodramas urbanos, no es intención contar el final porque cortaría la acción de que los lectores puedan descubrir por sí mismos la joya cinematográfica que nos ofrece Fernández puesto que, narra un caso en concreto sobre la vida nocturna de las cabareteras y prostitutas en una ciudad que les parecía tan ajena y tan complicada como lo fue la Ciudad de México del periodo alemanista. A decir verdad, la conjunción entre los ambientes citadinos mezclados con escenas de bailes afrocaribeños y música de arrabal al son de: “Juárez no debió de morir, ¡AY! de morir. Si Juárez no hubiera muerto… todavía viviría”, nos traslada al México de nuestros abuelos y que fue forjado con la migración campesina.Es muy grato imaginar que cualquiera de los argumentos hechos a través de las películas de Fernández,  puede ser la continuación de lo que pasaban los protagonistas del género indigenista como sucede al final en Maclovia (1948) o Pueblerina (1949) en donde huyen del ambiente bucólico para instalarse, muy seguramente, en los crecientes barrios pobres de la ciudad de México para unirse a las filas de una clase proletaria que pasaba sus ratos de ocio en arrabales de zonas rojas o ejerciendo la prostitución en ellos siendo mujeres.

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