
Por: Eva Márquez
Una situación en particular que llama la atención con respecto a la literatura marina es el papel de la figura femenina. En esta breve reseña se expondrá la ausencia femenina activa en el ambiente marino literario, a partir de una perspectiva ecocrítica y ecofeminista del agua y de la mujer en una novela latinoamericana llamada Los fuegos de San Telmo.
Los Estudios Ecocríticos, para quien esté poco familiarizado con ellos, surgieron a finales del siglo pasado. Responden a los cuestionamientos sobre cuál es el papel que juega la naturaleza en la obra. Tiene como punto de partida que el espacio natural aparecido no es nada más un tópico o un decorado casual. Así, se contrapone a la preconcepción occidental de que la naturaleza es objeto y no sujeto, de ahí su relevancia. Los estudios ecocríticos pueden dividirse según qué elemento de la naturaleza se quiera analizar. En este caso, nos limitaremos al agua.
Con respecto al ecofeminismo, además del medio ambiente, este toma como punto de interés el papel de la mujer. Entre las tres corrientes principales que existen del ecofeminismo, el presente texto se apoyará en su vertiente constructivista. Se parte de la idea de que no hay una relación esencial entre las mujeres y la naturaleza, pero se asume que ambas han estado expuestas a la destrucción o violencia patriarcal, además, culturalmente forman parte de la dicotomía naturaleza/barbarie; mujer/hombre.

El autor de la novela es José Pedro Díaz, quien fue un crítico, poeta y narrador uruguayo, nacido en Montevideo, y parte de la Generación del 45[1]. Su familia fue de origen inmigrante latino, proveniente de Marina di Camerota, pueblo pequeño con salida al mar (casi inaccesible debido a su posición geográfica), cuya aparición será una constante en su producción literaria.
Los fuegos de San Telmo es una obra de corte autobiográfico. El paralelismo entre personajes ficticios y personajes reales es evidente; esto una vez que se estudian los diarios del autor. Se nos relata el viaje que emprende un hombre a Italia, con la intención de conocer el lugar de sus raíces, Marina di Camerota. El espacio de la novela es totalmente marítimo, desde Montevideo, ciudad portuaria, a Marina di Camerota, pueblo costero. El mar es el que conecta ambas poblaciones. La percepción de Marina cambia desde la orilla en la que se piensa: desde Montevideo es un retorno al pasado; desde Marina, un retorno al presente; esta deducción parte de la voz narrativa de José Pedro.
Aunque para llegar a Marina es necesario atravesar el mar, el mundo no es el mismo que el del pasado siglo. El presente histórico se convierte en un impedimento para hacer de ella una obra adscrita al género de aventuras marítimas clásicas. José Pedro no puede navegar como los personajes míticos, Noé, el Capitán Nemo u Odiseo. Sin embargo, ya sea en recuerdos propios o ajenos, el mar está presente como parte del escenario. Este mar es presentado con diferentes comparaciones y asimilaciones.
El ser humano está rodeado de agua siempre. Incluso, si se piensa en un desierto, la misma ausencia de ella la hace presente en su necesidad. El valor del agua, a nivel biológico, se traduce en su importancia a nivel cultural. El agua puede presentarse en distintas modalidades; lluvia, llanto, sudor, lago o mar. El mar es descrito en el Diccionario de los Símbolos[2] como lugar de los nacimientos, de las transformaciones y de los renacimientos. Las anteriores definiciones contienen características que también se adjudican a la mujer culturalmente, además, no se debe olvidar su uso lingüístico con artículo femenino en lugar de masculino: la mar, común del argot marinero.
En los libros sobre aventuras en el mar, los personajes masculinos son los protagonistas, lo contrario a los personajes femeninos, que no son frecuentes; su participación activa en este tipo de literatura se da, además, pocas veces en el mar[3]. Con esto presente, el uso femenino del sustantivo “mar” (la mar) puede verse incluso irónico, una forma de subrayar la ausencia de la mujer.

La tradición de ver al mar como mujer es tan antigua, que es difícil situar su origen. Destaca, sin embargo, que los adjetivos constantes que se le otorgan a la mar se contraponen a los adjudicados a las mujeres en las obras marinas. La presencia femenina es reducida en la novela de Díaz, igual que en otras del mismo tipo; el espacio marino es por tradición masculino[4], quizá también debido a la naturaleza menstruante de la mujer, que en muchas religiones y creencias es tabú.
Dentro de la novela, se pueden encontrar dos tipos de mujeres—o tres, si se considera a la mar— la mujer americana y la mujer en Marina di Camerota, la cual, es casi la única habitante del poblado. De la americana no se escribe, es sólo superficial, como si no estuviera presente. La de Marina, en cambio, pareciera una reproducción de la mujer de libros clásicos marinos: la mujer que espera, Penélope[5]. Por último, la mar tiene características más cercanas a la femme fatale[6].
En Los fuegos de San Telmo, los personajes femeninos son relevantes por el imaginario que guardan del mar, en contraposición del imaginario del protagonista. El mar, desde el plano femenino, podría incluso verse como masculino, no en referencia a su género gramatical, sino a un símbolo o metáfora: el mar es hombre al que esperan. En Marina di Camerota se vive en un tiempo que no coincide con el del exterior, donde la mujer sin un hombre, vive en sequía, lo cual es irónico por la salida al mar que tiene el poblado.
Así, se concluye que, en la literatura marina, la mujer en tierra vive para la espera, como Penélope, pero la mar, símbolo de libertad, es quien ocupa un papel activo en la historia. La presencia y ausencia femenina está justo en la feminización del mar, quien al mismo tiempo es la antítesis del ideal femenino que guarda el imaginario masculino de tradición marina.

[1] La Generación del 45 es una generación de artistas uruguayos que surgieron desde 1945 a 1950 aprox. Fue un fenómeno social, político y cultural parecido a los Contemporáneos en México. Se puede mencionar entre sus representantes a José Pedro Díaz, Ida Vitale, Idea Vilariño, Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, entre otros. (Catálogo n.287 Generación del 45, Librería Linardi y Risso, Uruguay).
[2] Chavalier, Jean, y Ghuerbraant, Alain, Diccionario de los símbolos, Barcelona, Trivillius, 2018. p. 1732-1733
[3] Los personajes femeninos protagonistas de historias marinas son más contemporáneos, en literatura clásica prácticamente no se encuentran.
[4] Incluso, en la historia puede estudiarse lo masculino del espacio marino. Si pensamos en la piratería, sólo hay registro de dos mujeres condenadas por este crimen en Occidente: Mary Read y Anne Bonny.
[5] Penélope, esposa de Odiseo o Ulises, en la tradición griega es símbolo de fidelidad y espera. Penélope espera a su esposo por veinte años (diez años de la Guerra de Troya y diez años de la peripecia de Odiseo para volver a Ítaca).
[6] Para recordar, la Femme Fatale es la mujer fatal, aquella manipuladora, seductora, mortífera: lo contrario al ideal tradicional de una “buena mujer”.
Referencias
-Catálogo n.287 Generación del 45, Librería Linardi y Risso, Montevideo, Uruguay.
-Chevalier, Jean, y Gherbraant, Alain, Diccionario de los símbolos, Barcelona, Trivillius, 2018.
-Díaz, José Pedro, Los fuegos de San Telmo, Montevideo, Biblioteca.
