Escuela, docencia y pantallas

Por: Fernando Santander

Actualmente, debido a las circunstancias de pandemia, las actividades escolares casi en su totalidad tuvieron que llevarse a cabo en modalidad no presencial. En México las alternativas fueron variadas, las modalidades cobraron formas y esquemas distintos que dependieron de las necesidades y circunstancias de cada nivel educativo, de cada contexto y de cada establecimiento escolar. Pero una cosa tuvieron todas en común: las pantallas.

La pantalla ha sido esa ventana a través de la que vemos y observamos algunos de los rasgos que aún quedan de la escuela que conocíamos antes del 2020. Sirven para proyectar imágenes inmóviles o en movimiento. Han permitido la comunicación instantánea y también asincrónica. Las imágenes que en ella se forman pueden estar acompañadas por sonido, y existen funciones que presentan la posibilidad de comunicarse, de manera individual o colectiva, en tiempo real. Sin duda, las pantallas han facilitado la comunicación durante esta pandemia pero ¿han posibilitado la continuidad de la escuela y la docencia? Y de ser así ¿de qué forma?

En este texto la reflexión está centrada en los procesos de educación escolar, se habla de escuela y de docencia a través de pantallas, ya que resulta urgente e importante, para el futuro próximo de la educación escolar, considerar que en términos didácticos y pedagógicos, estos medios no presenciales tienen sus límites y sus particularidades que atender. 

Antes de la pandemia, existía una marcada tendencia de muchas instituciones de educación media-superior y superior de ofrecer educación en línea, a distancia o alguna modalidad no presencial. Estas tendencias se fortalecieron a raíz de la pandemia, y en los horizontes está la idea de aprovechar la actual coyuntura para consolidar dichos proyectos. Ante ello, parece urgente una revisión seria, desde una mirada pedagógica, sobre las consecuencias que ha traído esta mudanza escolar tan precipitada.

Es necesario insistir en la importancia de discernir entre las decisiones que se toman con criterios económico-administrativos y las que se toman con criterios pedagógicos-didácticos, en este sentido resulta pertinente analizar, desde criterios pedagógicos y didácticos, lo que ha sucedido con la escuela y sus agentes al haber sido trasladada a las pantallas.  

Con el cierre de las escuelas se desempolvaron algunos mecanismos de comunicación educativa y otros nuevos se volvieron centrales en la nueva dinámica escolar. Aparecieron los grupos de WhatsApp; los programas de televisión del Aprende en casa (I y II); las plataformas como Classroom o Moodle; las aplicaciones y programas de videoconferencias como Zoom, Skype o Meet; los grupos de Facebook e incluso las llamadas por teléfono móvil.

Las pantallas se volvieron centrales en la nueva dinámica escolar no presencial, esto trajo consigo efectos y consecuencias sobre los procesos didácticos, sobre las funciones sociales que tenía la escuela y el papel de las/los docentes en ella. La enseñanza, el aprendizaje y la experiencia escolar a través de las pantallas se modificaron drásticamente, la premura y la urgencia de las circunstancias orillaron a tomar estas alternativas para tratar de dar continuidad a la escuela y sus procesos, tal vez a falta de mejores opciones.

Los vínculos se transformaron, las diferentes relaciones que existían en el espacio escolar se modificaron, así como las disposiciones de los sujetos ante las nuevas modalidades de la educación formal. Cambiaron las relaciones:  docente con estudiantes, entre estudiantes y entre docentes. Se anuló la relación de sujetos con el aula y desapareció el espacio físico de la escuela; de un momento a otro todas esas relaciones existentes en la cotidianidad escolar se conjuntaron en una sola relación con las pantallas.

Fuente: Freepik.es

Tanto estudiantes como docentes tuvieron que aprender a ser parte de un nuevo espacio didáctico que ya no era el aula; aprender a usar diferentes dispositivos tecnológicos,  los nuevos códigos de comportamiento y participación en clase; aprender a estudiar, hacer tareas, calificar o enseñar a través de espacios virtuales que, no en todos los casos, estaban diseñados para estas actividades, en fin, tanto estudiantes, docentes y padres de familia tuvieron que aprender a relacionarse con una pantalla.

La escuela además de tener la función de instruir y transmitir o heredar conocimientos socialmente valiosos y reconocidos, tenía otras funciones como: la organización del tiempo y el espacio de los/las estudiantes, la socialización y las prácticas de convivencia y valores, la promoción de ciertos códigos de disciplinamiento, ambientes y escenarios de convivencia con otros/as, espacios de recreación y juego colectivo, sin olvidar que en los últimos años se convirtió en un espacio valiosísimo de contención social en muchos sentidos. Conteniendo la violencia o los ambientes de violencia, carencias económicas, apoyo para padres con jornadas laborales extensas, como espacio de apoyo alimentario, entre otras.  

Se puede decir que la escuela ya no era meramente un espacio para enseñar y aprender. Se volvió un espacio que permitía la organización de las actividades sociales a su exterior, en función de ella se organizaban muchas otras actividades a su alrededor, por ejemplo: los comercios o los horarios laborales.

A partir del confinamiento casi todas estas funciones implícitas de la escuela dejaron de operar, fueron deshabilitadas junto con el cierre de esta y el inevitable exilio de una grandísima parte de sus estudiantes. Desde entonces la escuela trató de conservar la que puede ser su función más esencial: la transmisión de conocimientos; sin embargo, esta función ha enfrentado fuertes dificultades y es de suma importancia hacer un esfuerzo para identificarlas, comprenderlas y aprender de ellas.

Hemos observado que la pantalla frecuentemente genera una actitud pasiva en los/las estudiantes, más aún cuando la modalidad o el formato están diseñados para exponer a los estudiantes información y contenido, y no para interactuar con ellas/os, por ejemplo la televisión y el Aprende en casa. Los pocos niños y niñas que accedieron a este programa, empezaron a reproducir la imagen de la escuela tradicional: niños sentados frente al docente (o conductor), callados, escuchando la lección, sin la posibilidad de hacer preguntas, únicamente recibiendo información o indicaciones. A través de la televisión es muy difícil saber qué están aprendiendo y cómo lo están haciendo los pocos niños que usaron este medio.

Fuente: cronicaglobal.elespañol.com

En la escuela era cada vez menos común esta imagen tradicional, en el aula presencial los estudiantes son activos, preguntan, participan, interactúan e introducen al aula sus experiencias, sus vivencias, sus saberes; sus reacciones son visibles y éstas permitían una dinámica más dúctil para el aprendizaje y la enseñanza.

Esta imagen de la escuela tradicional no está tan alejada de otros escenarios en los que, de igual forma, la pantalla promueve una actitud pasiva en los/las estudiantes. Por distintas y diversas razones, los/las estudiantes que toman clases a través de videoconferencias sincrónicas también adquieren esta actitud que dificulta los procesos didácticos. El/la docente, en ocasiones, opta por dar una clase que a veces parece más un monólogo, una cátedra que las/los estudiantes escuchan pasivamente haciendo un enorme esfuerzo por no dormirse o distraerse, por tratar de aprender cuando están de ánimo para hacerlo.

Otro rasgo que se ha acentuado en el vínculo escolar a través de la pantalla es que, a falta de posibilidades de generar interacción, constantemente se genera la repetición y la reproducción de información y contenidos, sin tener muy claro si hay comprensión. Las pantallas imponen una barrera muy fuerte, difícil de transgredir cuando los fines son didácticos y educativos, y no meramente comunicativos.

Después de un año es más evidente que estas modalidades o formatos escolares no presenciales que fueron improvisados en su mudanza, carecen de una visión didáctica, tanto en su diseño como en su operación. Por ello es urgente colocar al centro de las decisiones escolares los criterios pedagógico-didácticos para desplazar los meramente administrativos.

En este sentido, autoridades, instituciones, docentes, estudiantes y todos/as los/as que participamos de la escuela, debemos comprender que: ni los tiempos, ni las formas, ni los espacios, ni las dinámicas, ni los mecanismos, ni los materiales, ni las disposiciones y tampoco las actitudes, entre muchas otras cosas, son las mismas en el aula presencial que ante una pantalla.

Las pantallas han colocado a los sujetos en posiciones distintas a las que tenían en el aula, particularmente ha modificado el vínculo existente entre docente y estudiante. Las condiciones mismas que imponen la pantalla en sus distintos formatos sumado a las decisiones administrativas, generan docentes transmisores y estudiantes receptores que pueden aprender y recibir información para repetirla o reproducirla, pero que difícilmente están construyendo su propio conocimiento; esas condiciones eran posibles en el espacio presencial y aún no hemos sido capaces de construir escenarios virtuales que reemplacen tales condiciones.

Fuente: Pinterest.com

Tenemos que entender que las clases en línea tienen su propia didáctica y para lograr que sean un espacio íntegramente educativo, es necesario entenderla y diseñar y operar la escuela no presencial desde esa visión. Colocar la visión pedagógica y didáctica al centro del asunto nos exige pensar en lo que no ha estado funcionando y también rescatar y visibilizar las experiencias pedagógicas que sí lo han hecho durante esta pandemia, siempre teniendo presentes los fines educativos como prioridad y los criterios administrativos subordinados a estos.

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