
Por: Rodrigo Rodríguez
Introducción
Las líneas que he plasmado a lo largo de este texto, son un reflejo de apoyo y ánimo para quienes comenzaremos una nueva aventura mal llamada “nueva normalidad”; desde mi punto de vista, el decir que es una nueva normalidad a la que regresaremos, implicaría retomar hábitos, costumbres y actividades cotidianas que teníamos antes de la pandemia, más no es as. No todas las personas tienen esa posibilidad de retomar su vida después de la afectación que se ha tenido por la pandemia, por ello, he optado por nombrar a esta aventura “regreso a la presencialidad”. De esta forma se adoptaría una postura más empática para quienes han sido más golpeados, en todas o algunas de sus áreas de cotidianidad, por el coronavirus. La vida nos exige adaptarnos cada día y nos lleva a prepararnos lo mejor que podamos para los tiempos que se avecinan; la necesidad que mucha gente ha tenido los llevó y llevará por un camino distinto al que estaban acostumbrados, lo cual es lo más común del mundo, jamás nos hemos quedado estáticos, somos seres que modifican su andar a cada momento y la pandemia no es una .
Por ello, me propongo a redactar estas palabras para las personas que regresan a la presencialidad de sus actividades, pues creo que será difícil retomar nuestra vida cotidiana. El escribir cada premisa ha resultado terapéutico para mi ser, pues yo también comienzo esta aventura junto a todas las personas que retornamos a nuestras labores, aún en tiempos de pandemia. Más que ofrecer un consejo en cada una de las premisas que he propuesto; más que una simple guía de cómo hacer frente a las dificultades que se originan por la pandemia; más que ser algo tan estructurado, les propongo la siguiente premisa para iniciar: podemos hacer, decir o escribir desde nuestras experiencias, desde nuestro sentir y vivir, sin embargo, cada persona puede percibir estas letras desde su propia percepción, haciendo suyas cada palabra o simplemente, las desecha.

Primera premisa: “Acepta tu miedo y vive”
El miedo es innegablemente un compañero de vida, de tantos que tenemos. Está presente en todos los momentos de nuestra vida y quien diga que no tiene miedo, -como he llegado a escuchar-, considero que, o pueden guardarlo porque no quieren mostrar su fragilidad humana o bien pueden ser seres sin una pizca de humanidad; personalmente creo que es la primera opción.
Es cierto que algunas personas tienen una mayor capacidad para manejar el miedo, pero al final de cuentas, se permiten sentirlo como algo completamente natural de la vida. Gracias a esta situación, he podido comprender que el miedo es nuestro “compañero” y no un “enemigo” en nuestro día a día; cada persona se enfrenta o convive con él a su manera, particularmente prefiero convivir con él.
Sé lo difícil que puede sonar el comenzar a convivir con el miedo, incluso el ya estar lado a lado con el miedo es complicado, sin embargo, aventurarme a tomar decisiones importantes en mi vida con miedo a equivocarme antes, durante y después de tomar la decisión, no ha hecho más que darme las mejores experiencias de la vida.
En algún momento de mi existir en este plano terrenal se me enseñó que el miedo nos recuerda que estamos vivos, que disfrutamos lo que hacemos y que le da un golpe de energía a nuestra alma. En el aquí y ahora quiero dejar en estas líneas, la máxima que me han enseñado danzantes y herederos de la tradición prehispánica, que nos puede servir como una premisa en nuestro existir: “el día en que tú, ser sintiente, viviente y pensante, dejes de sentir miedo en tu vida, ese día habrás muerto”.
En el regreso a nuestras actividades presenciales, el miedo está presente impidiendo que avancemos en nuestro transitar por la vida; nos vuelve precavidos y eso está bien, pues nos enseña a ser cuidadosos con nuestro cuerpo. Pero, si dejamos que el miedo nos domine en este “retornar a la presencialidad”, lo único que obtendremos, tal vez, será más inseguridad de nuestra perfecta imperfección.

Segunda premisa: “No te juzgues demasiado”
Durante un tiempo creí que debía ser perfecto, en todos los sentidos… ¡Qué equivocación! Ahora, prefiero compartir con todas las personas que soy perfectamente imperfecto ¿O era imperfectamente perfecto? El punto es el siguiente: así como eres, con las decisiones que has tomado durante nuestro confinamiento por estos tiempos pandémicos, eran los únicos que han existido; el hubiera no existe, porque si no hubieras hecho “tal cosa” o te hubiera pasado “tal situación”, no serías tú en el presente.
Cada persona tiene sus propios demonios; cada quien construye su propia realidad, somos consecuencias de nuestras decisiones y de las situaciones que nos han acontecido. Este año pudo ser duro para muchas personas, pero ahora, debido a lo que les ha pasado, creo yo han comenzando a vivir una “epifanía” en sus vidas: perciben de otra manera lo que les rodea, construyen nuevas realidades para sí mismos o mismas, o quizás solo han continuado con su existir sin mayores cambios.
Si nos detenemos un momento a pensar ¿Qué hicieron las demás personas durante su confinamiento? nos daríamos cuenta que esta pregunta es de las más comunes en cada persona; yo he volteado a ver qué están haciendo otras personas y me comienzo a juzgar duramente por no estar haciendo algo similar a ellas. Yo propongo una premisa muy sencilla para este comportamiento: me he juzgado demasiado porque no consigo alcanzar a ser como mis estereotipos ideales.
Será muy complicado dejar de juzgarme y aceptarme “tal cual soy, con virtudes y defectos”, pero incluso me atrevo a mencionar que los defectos son lo que hacen perfecta a una persona. Juzgarnos no nos sirve de nada, si hemos hecho ejercicio durante la pandemia, ¡qué bien!; si hemos aprendido nuevas habilidades, ¡perfecto!; si no he hecho nada más que seguir mi existir, ¡no te angusties!; comienza a ser tú mismo y acepta que tienes defectos, pero no quieras abusar de ellos, porque puedes lastimar a alguien si no tienes un poco de prudencia y sentido común.
Tercera premisa: “Tanto eres importante para mí, como yo soy importante para ti”
Qué difícil es que alguien se enfoque en escucharte -realmente escucharte-, y aún más complicado encontrar a personas que sean comprensivas y empáticas contigo en estos tiempos aún pandémicos. Vivimos en una época donde encontrar un hombro donde recargarnos para llorar en nuestras dificultades, es descubrir un oasis en el desierto; una época donde pareciera que es más importante la frustración y dolor de las otras personas, aún sabiendo que hemos perdido algo o alguien y queremos desahogarnos con esas personas.
Podría enumerar más ejemplos, indudablemente me identificaría con todos porque es lo que he vivido, desde “las dos caras de la moneda”; llegué a creer que debía omitir lo que sentía para dejar que las demás personas hablaran hasta más no poder. Minimizar mis problemas, “tragármelos y callar”, no hicieron más que enfermarme del alma y del cuerpo; nadie preguntó cómo me sentía y cómo seguía, solo hablaban sin tomar en cuenta que les pedía que me escucharan ahora a mí.
Escribir un diario ayuda, pero también ayuda mucho el que otra persona te escuche y sea empática contigo, no cualquiera puede hacer eso; pienso que es todo un arte lo que hacen quienes estudiaron psicología, sentarse a escucharte y darte una red de apoyo extra, y no menosprecio a quienes son amistades, parejas o matrimonios, porque también aportan bastante como apoyo.
Detengámonos un momento a pensar en las veces que hemos tenido la oportunidad de escuchar a alguien y darle algún tipo de apoyo; ahora pensemos en las ocasiones que hemos priorizado nuestros sentimientos y emociones sobre las de otra persona; por último, piensa en cómo te sentirías si omiten tu sentir y pensar, para poner antes otras cosas. Todas las personas hemos pasado por alguna de estas situaciones en algún momento de nuestra vida, realizando un círculo vicioso en cada ocasión que nos recuerdan esos momentos.
Hacer consciente lo inconsciente, como diría Sigmund Freud, puede resultar tedioso y agresivo para muchas personas, no obstante, es necesario para aprender una dinámica de “te escucho, me escuchas; te comprendo, me comprendes; te respeto, me respetas”. En los tiempos pandémicos que aún nos siguen y también después de ellos, es necesario encontrar un equilibrio conformado por la prudencia, el sentido común, la empatía, la paciencia, la comprensión, la templanza y el respeto; con la única finalidad de empezar a comprender a quienes me rodean y que me comprendan a mí, pues estas personas no saben mis batallas y yo tampoco sé las suyas.
Por último…
Resulta importante dejar una última premisa en donde radicaría toda la finalidad de la humanidad porque al seguirla, olvidamos nuestras diferencias y peleas sin sentido alguno: hay que amar sin importar lo difícil que sea, sin importar si morimos por amor, sin importar el “qué dirán de mí”, todo esto para alcanzar la plenitud que se encuentra en el amar sin condición alguna a todo lo que nos rodea, llámese persona, animal, naturaleza, en sí, todo lo que está vivo ¡qué grata palabra y, a la vez, misteriosa! Si tan solo nos enseñaran que en esta vida debemos sentir y vivir la plenitud, tal vez podrían las personas preocuparse menos por adquirir riquezas terrenales y ocuparse más en generar momentos, impactos y sentimientos que se guarden en lo más profundo del alma para toda la eternidad.


