Grafía de las manos

Por: Delmar Penka

Filamentos

¿Alguna vez nos hemos detenido a contemplar nuestras manos? ¿Reconocemos su textura, sus honduras y pliegues? Tal vez haya personas que puedan afirmar que sí, como es mi caso. Sin embargo, hay otro tanto que hasta ahora no ha observado detenidamente la composición de sus propias formas. Es posible que se deba al hecho de ser tan cotidiana que no despierta curiosidad, o porque realiza tantas cosas que no hay tiempo de suspender la actividad –como esta hora en que escribo lo que pienso–. “Las manos descansan sólo cuando se duerme”, alguna vez escuché decir de un amigo. 

Las manos no sólo son la piel, músculos, arterias, falanges y los 24 huesos en cada uno de los dedos. Es mucho más que eso. Significa movimiento, creación, marcas, cicatrices, fuerza e historias. Es difícil pensar algún suceso sin la compañía y sin la intervención de ellas. Nos preparamos un café, nos peinamos, acariciamos el rostro de mamá, saludamos a la gente, escribimos… todo sucede con el uso de las manos. Está presente desde las cosas más mínimas hasta las grandes fundaciones, como una pequeña carta escrita en una hoja de libreta hasta el más alto edificio del mundo. 

En nuestras manos nace el sentido del tacto, a través de ellas podemos experimentar la más ínfima y profunda de las caricias. Así lo descubrimos al palpar otras pieles y al sentir que nuestro cuerpo se eriza, tras el tenue movimiento de las manos que, como dos personas que apenas se conocen, se acercan sigilosamente hasta encontrarse. Entonces, las manos fundan una historia que más adelante habrá de escribir con su propio inicio y desenlace. ¿Cuántos hemos sido víctimas o gloriosos del encuentro entre manos? 

Delmar Penka

Recuerdos

Hay personas y nombres que se quedan de una forma muy presente en nuestras manos. No se trata de una cicatriz grabada en las palmas, sino de los recuerdos que se contienen y se descubren al extenderlas. Pienso, por ejemplo, en el primer apretón de dedo que me dio las pequeñas manos de mi sobrina cuando apenas tenía un mes de haber nacido. Su fuerza se quedó plasmada como una palpitación que apenas vuelve cuando rememoro el instante. También pienso en la tarde en que peiné el cabello blanco de mi bisabuela, sin saber que, a partir de ese breve momento, la textura de cada filamento se quedaría conmigo. Esto sucede al darle afecto a lo que acariciamos y a lo que nos toca, es como una especie de causa y efecto. Hay grafías inscritas en las manos que solo son reconocidas por quien las significa. De esta manera se puede comprender que cuando alguien toca unas manos también crea y estrecha sus memorias. 

Pienso en que todas las personas guardan recuerdos en sus manos. Esa es la razón del porqué cada una de éstas puede ser leída de diferente forma. Hace algunos días me encontré un dibujo que pinté en mi infancia: eran los márgenes de mis manos. Me asombró la forma en que delineé mis propios bordes que no eran uniformes, parecía un camino lleno de curvas. Vi el dibujo y, por más que lo intenté, no recordé el tiempo en que realicé dicha creación. Sin embargo, me maravilló la grafía de mis manos plasmada en un lienzo blanco y percudido con los años que, sin saberlo, significaría un vestigio de lo que fui y que ahora adquiere un sentido profundo.

Pero las manos no sólo son leídas por la propia persona, también hay especialistas del esoterismo que pueden descifrar enigmas y los destinos de alguien con el sólo hecho de ver las palmas de la mano. Se revelan angustias y alegrías, premoniciones negativas y desenlaces anhelados. Es sorprendente la manera en que una parte de nuestro cuerpo pueda ser útil para dichas interpretaciones. 

Delmar Penka

 Contradicciones

En ciertos ratos se me da por observar lo que las manos de la gente de mi pueblo son capaces de realizar: son las que tejen las blusas y enaguas; las que labran la tierra en los días de siembra; las que desgranan y muelen las mazorcas para el alimento de la casa. Las manos del curandero sanan los males, las del huesero colocan el desvío de la columna, las de la partera reciben al recién nacido. Las manos son una de las vías para crear y materializar el conocimiento. Son la fuerza con la que se escribe una historia, pues toda fundación pasa a través de ellas.  

Las manos esculpen caricias, arropan la tristeza, limpian las lágrimas que liberamos cuando nos sentimos rotos. Es lo primero que llevamos a nuestro rostro cuando distraídos nos preguntamos a dónde ir. Están para indicar la dirección y orientar a un caminante perdido. Las manos cumplen su función de guía y de brújula. 

Pero las manos, las mismas que abrazan, también están para golpear, para dejar heridas en la piel y en el alma. Son las manos funestas las que incineran montañas en los días de envidia, las que detienen el cauce del agua, las que proclaman la guerra, la sangre y la muerte. “Puede ser una mano que construye la vida, pero también una mano asesina”, eso me dijo una señora al pensar en la creciente violencia que cada vez se agudiza en todos los lugares. ¿Qué mano es la que reivindicamos y fundamos constantemente? ¿Cuál es el sentido que le adjudicamos? 

Líneas 

Hay manos pronunciadas, hay manos lisas y ásperas. Hay manos grandes y también pequeñas. Manos cálidas y gélidas. Manos que bordan y otras que destejen. Hay manos solidarias y unas que hieren. Manos que vuelan, que nos elevan. Manos que aturden, que doblegan el alma. Manos sinceras, que te ofrecen su fuerza. Manos profusas y también vacías. Todos tenemos las manos para estar en uno y del otro lado del camino. Fundemos, entonces, la forma en que queremos que recuerden nuestras manos.

Ausencias 

En las manos guardamos lo que todavía no pasa, lo que jamás sucederá. Tal vez esa es la razón del porqué escribimos: para solventar el peso de la ausencia de unas manos que nunca más volverán a estrechar las nuestras. 

Delmar Penka

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