Una mirada al Rescate del mundo de Rosario Castellanos a 69 años

Por: Rosy Vázquez

La poética está llena de homenajes, al otro, a la utopía, al dolor. Cada frase impresa con el sentir del autor le da particularidad y semejanza en el mundo donde navega. El rescate del mundo de Rosario Castellanos, – escritora nacida en Ciudad de México y crecida en Comitán de Domínguez, Chiapas -, publicado en 1952 por el Gobierno del Estado de Chiapas, potencia su lírica a través de la sencillez de su lenguaje y la presencia de figuras cotidianas en su andar, transformándolas en imágenes poderosas que dan saltos y giros territoriales durante el transcurso del mencionado libro.

El rescate del mundo, muestra una pieza del abanico de posibilidades temáticas que Castellanos logró a lo largo de su trayectoria como escritora y periodista mexicana. De una sensibilidad profunda, retrata lo mismo su dolor por la ausencia, que al árbol, la vendedora de frutas, los danzantes de ferias e incluso las fiestas, la autora menciona que “amanece en las jícaras y el aire que las toca se esparce como ebrio. Tendrías que cantar para decir el nombre de estas frutas, mejores que tus pechos”.[1]

Encontramos en su pluma un canto de aguas frescas que cae sobre la montaña reverdeciente de su palabra. Su cadencia y figuras trasladan a lugares muy personales en su vivencia, que se vuelven universales con la particularidad de su poética.

Es una obra intensa y de gran sencillez léxica, dividida en cuatro momentos: Partes, Invocaciones, Cosas y Diálogo con los oficios aldeanos.  El mencionado poemario, en su edición facsimilar de la primera edición (2011), describe prácticas del quehacer cotidiano que son emblema para los grupos étnicos del sur de México.

Rosario Castellanos, tiene muy claro y presente el folclor mexicano y su memoria histórica, enalteciendo la cultura, la creación artesanal, los paisajes naturales y como el ser humano es en relación a estos, como siente y lucha desde sus adentros.

El rescate del mundo, es un viaje semiótico por Chiapas, donde se nombran elementos de sus regiones y los entremezcla como una cascada de colores, sabores, espacios, sonidos, tiempos, aromas, formas y texturas. En este vaivén se evoca a la marimba del Soconusco, la alfarería de Amatenango del Valle, las danzas Zoques, el pescador del Puerto, el pozol de Chiapa de Corzo, las hamacas de Berriozábal hasta las montañas cubiertas de infinitas tonalidades de verde que abrazan la región V Tseltal-Tsotsil Altos, los textiles de Zinacantán, los caimanes del Río Grijalva y la mujer de trenzas que son todas y ella misma.

Se dejan ver las rimas que cual hamaca mecen la imagen a colores cálidos que crea Rosario, bien dice que “manos también de barro, cántaro, te moldeaban, y un amoroso aliento en tu barro guardaban […] Y no miro los templos sumergidos, sólo miro los árboles que encima de las ruinas mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos el viento cuando pasan[2]”, así se hace presente su largo y profundo aliento con ideas tajantes, dolientes.

Sin ahondar, Castellanos deja ver a través de pinceladas históricas un pasado latente y doloso que tanto enriquece como ha hecho fuerte a su población: “los fragmentos de mil dioses antiguos derribados se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo recomponer su estatua, […] pero soy el olvido, la traición, el caracol que no guardó del mar ni el eco de la más pequeña ola, […] pero yo no conozco más que ciertas palabras en el idioma o lápida bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado[3]”.

Rosario, combate con las letras el violento pasado de su gente, pero también el que en sí misma guarda por las inquietudes que en vida luchó. Ella, la poeta, muestra en el Rescate del mundo una metáfora intimista, “estoy aquí, sentada, con todas mis palabras como una cesta de fruta verde, intactas”[4].

Humaniza a los objetos y dialoga con la naturaleza. Esto es sensible cuando le habla al Cofre de Cedro –por ejemplo- y casi como súplica le pide que el olvido no invada su ser y su pasado sea estandarte de liberación, “aquí estás, bajo un techo, en un rincón de alcoba y te confían huéspedes y tú, como que aceptas y reposas. No vendas tu memoria a la triste costumbre y a los años. Nunca olvides el bosque, ni el viento, ni los pájaros”[5].

De ahí la vigencia en la obra de Castellanos, que 69 años después continúa siendo un llamado a su pueblo, una búsqueda y preocupación por amarrar las raíces a un cuerpo lacerado, más no derrotado, dolido y jamás arrodillado.


[1] Castellanos, Rosario, El rescate del mundo, p. 19.

[2] Ibidem p. 41.

[3] Ibidem p. 31.

[4]Idem.

[5] Ibidem p. 45.

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