
Por: Alan Pérez
Las imágenes interpelan a los individuos; ya sea que éstos se proyecten o que se identifiquen con aquellas. Cuando alguien observa una imagen, conoce una realidad distinta a la suya y es capaz de reconocer la realidad de sí mismo o misma en los otros. De ahí viene el poder de las imágenes: capturan y encierran la atención de los individuos.[1] Un ejemplo de lo anterior es la película Qué difícil ser un dios (2013)de Aleksei German, en donde se construye un mundo repleto de suciedad, podredumbre e inmundicias grotescas. No obstante, el poder de las imágenes no es sino una aparienciapura y simple; ya que depende —al igual que la divinidad del protagonista de tal obra fílmica— de que sea verosímil, lo que se entiende como aquello que posee una fachada de verdad y es creíble para algunos o algunas (aunque no lo sea para otros u otras).[2]

Basada en la novela homónima de los hermanos Strukatsky, la ópera prima del cineasta citado introduce al espectador en el mundo de Arkanar, un planeta que “no es la Tierra”[3]; no obstante, asemeja al Renacimiento (o, al menos, a los grises castillos de tal época). Lo que acontece en esta película no es dicho movimiento cultural, sino “una reacciónaalgo, que casi no sucedió”[4]: la destrucción de universidades y, por lo tanto, la cacería de sabios, eruditos y artesanos en una sociedad en la que un conjunto de facciones luchan entre sí por la obtención de la hegemonía política. En este caso: Don Rumata y los Pelirrojos, el General Kusis y los Grises, Don Reba y la Orden y Arata el Jorobado y los Campesinos.
Qué difícil ser un dios narra la historia de Don Rumata, un científico de la Tierra que llegó —junto con otros coetáneos— a Arkanar; que fue divinizado por los habitantes de tal planeta y que se enfrenta a las situaciones, los obstáculos y los problemas que conlleva ser un dios. De ahí que Don Rumata emprenda un viaje en búsqueda de un sabio llamado Budkha con el objeto de descubrir el fundamento en el que descansa el poder divino.

Aunque dicha película se caracteriza por el uso de diálogos fragmentarios, de personajes siniestros, de cuadros suturados, de texturas grotescas y de secuencias rápidas con el afán de producir la sensación de asco, náusea y vómito en el público, la realidad es que tales recursos cinematográficos también generan la impresión de pesantez, inspección y, sobre todo, vigilancia insidiosa y constante; como si una mirada omnipotente, omnisciente y omnividente se postrara en el personaje principal, la cual estaría atenta a las acciones del mismo y expectante de cualquier error suyo para revocarle su estatuto de divinidad. En otras palabras, lo que se juega en esta composición cinematográfica es el modo en que el poder del dominante (Don Rumata) se torna verosímil en relación con los dominados (los arkanianos).
En este sentido, resulta de vital importancia la conversación que Don Rumata sostiene con el sabio Budkha. Aquel le pregunta: “¿Qué harías si fueras dios?”; mientras que el segundo responde que, a fin de cuentas, destruiría a todos los arkanianos. A lo que el personaje principal contesta: “Mi corazón está lleno de compasión. No puedo hacer eso”.[5]
¿Cuál es el significado de dicho diálogo? La impotencia de lo omnipotente, puesto que el creador se percibe a sí mismo como un ser incapaz de abolir la existencia de sus creaciones: los arkanianos. De ahí que ser dios implique ser compasivo, pues la crueldad excesiva es la disrupción del poder de la divinidad. Si bien a lo largo de la película se vislumbra una colección de acciones violentas a través de las que Don Rumata ejerce y vuelve creíble su poder, no hay ninguna situación en la que éste despliegue una crueldad absoluta en contra de sus súbditos. Incluso se enfatiza repetidamente que tal personaje divino no ha matado nunca a ninguno de ellos.
Lo anterior es así hasta que, en la antepenúltima escena de la cinta, luego del asesinato de una de sus cortesanas, Don Rumata decide matar y, por lo tanto, pierde el estatuto de dios. En este sentido, la siguiente escena de la película es fundamental: Don Rumata, cansado de ser dios, es abrigado por uno de sus súbditos y, por primera vez, ocupa una posición inferior en el cuadro en relación con un arkaniano.

En suma, Qué difícil ser un dios es una obra cinematográfica que impresiona por la capacidad que tienen sus imágenes para transportar a las y los espectadores a otro mundo en el que se pueden conocer y reconocer; y, a su vez, por la variedad de técnicas cinematográficas por medio de las que Aleksei German logra producir asco, náusea y vómito en el auditorio.
Además, tal composición fílmica muestra que el poder depende de la apariencia, es decir, de que sea verosímil: Don Rumata necesitaba presentarse a sí mismo como dominante y que los arkanianos creyeran en la veracidad de tal actuación, lo que aquel conseguía a través del ejercicio constante de la violencia relativa —y no absoluta— en contra de éstos. Sin embargo, cuando la violencia se transfigura en crueldad, el poder pierde el fundamento en donde se sostiene, incluso el que pertenece a una divinidad.
Finalmente, el largometraje reseñado es uno que recomiendo ampliamente a las y los interesados en el arte cinematográfico y en la teoría del poder, a pesar del dolor estomacal que les pueda provocar.
[1] Véase: Morin, Edgar, “II. El encanto de la imagen”, en El cine o el hombre imaginario, 2001, pp. 21-48.
[2] Acerca de la apariencia del poder, véase: Scott, James, “IV. Falsa conciencia: ¿una nueva interpretación?”, en Los dominados y el arte de la resistencia, 2000, pp.112-116.
[3] German, Aleksei, Qué difícil ser un dios (largometraje), 2013, 00:56-01:02.
[4] Ibídem, 01:24-01:28.
[5] Ibídem, 2:00:30-2:04:04.
Lista de referencias
- German, Aleksei, Qué difícil ser un dios (largometraje), producida por Sever Studio, Lenfilm Studio y Telekanal Rossiva, Rusia, 2013.

