
Por: Guillermo García
¿Cómo ser un adulto se preguntará usted estimada persona lectora? Seguramente se encuentra en la edad de las crisis veinteañeras o mejor aún, de las treintañeras (o cualquier otra crisis). Dudas, angustias, nostalgias, son ideas comunes en su pensamiento y seguramente seguido se recuerda “que ya se fueron sus mejores años”, “que ya marchó el barco a la mar” que ya fue lo mejor, si es que algo fue en sus vidas, algo bueno.
Crecer no es una ciencia, es un arte. Sobre el crecer se dice mucho y se hace poco. Nos creemos sabios, pero somos ignorantes. Nos dicen consejos y nos sentimos desamparados. Seguramente se preguntará como otras tantas personas, ¿cómo debo actuar?, o mejor aún, ¿cómo debo vivir ahora que estoy creciendo?, ¿ahora que soy un adulto y poco a poco se me va la juventud?

Ver la televisión nos hace recordar dos cosas. Primero, nos hace sentir mayores en un mundo imperado por la imagen de lo jovial. Segundo, nos hace saber que si somos viejxs, porque ya nadie ve televisión realmente, nadie joven, claro está. Más dolorosos que los achaques del espíritu solo están los del cuerpo. El dolor de las rodillas, fruto de la edad, o de la falta de condición física, que para fines prácticos son lo mismo. La alopecia se hace camino entre la sien y la nuca. Y el reflejo que antes agradaba parece no convencer más.
No es diferente lo lúdico, como usted sabrá. Anoche salí a divertirme, llegué a casa entrada la noche, dormí, pero no descanse, ¿me debí tomar otra cerveza o quizá fueron suficientes? En ocasiones creo que ya no debo tomar; todos estos problemas existenciales del adulto que busca divertirse como joven ¿Cómo divertirme entonces? Hay que quedarse en casa y ver Netflix, Amazon, HBO o su plataforma de streaming favorita, sí, seguro esa es la solución pensará.
El ver las series solo da cuenta de lo obvio. El mundo ha cambiado. Ya no nos identificamos con el protagonista, ya no tenemos esas inquietudes en la vida, esos problemas, esas preguntas. El mundo ha cambiado, ¿o acaso cambié yo?, ¿Es la serie la que se volvió diferente o yo mismo soy el diferente al mirarla?

La respuesta es increíblemente simple, el mundo cambió, pero también lo hizo usted, también lo hice yo. La naturaleza del mundo es el cambio y el proceso, como una maquinaria que se desarma y se arma, como un día que se vuelve noche, como el invierno que en el hemisferio norte recibe a la triunfante primavera, así mismo nosotros envejecemos.
La vida no tiene esencia o sustancia, antes bien, lo esencial de la vida es el cambio y el movimiento. Son los encuentros que nos dan forma, de los que nos nutrimos, nos alejamos y tiempo después nos reconciliamos. Pero dejemos de poco a poco tanto concepto que nos ponemos in extremis filosóficos.
Mejor hablemos de crecer ¿Cuántos años tiene usted? No muchos menos que yo, seguramente, treinta más o menos, veinte y tantos, solo por tratar de dar con un número. La edad es subjetiva, pregona el que se niega a aceptar su edad. Pero el tiempo es objetivo, el tiempo no perdona, lo dice la Biblia: “teme al paso de Jesús porque no vuelve”. Quizá usted y yo estemos angustiados no por los achaques del cuerpo, sino por el temido paso que ya se fue, quizá el problema después de todo no es crecer, sino crecer mal, entonces ¿qué es crecer bien se preguntará?
Seguramente, como muchos de nosotros, siente usted que ya se le fue el tiempo, que ya vivió mucho y que hizo poco. Si esta es la sensación, solamente resta la pregunta ¿qué tanto aspiró usted en esta vida?, eran cosas reales o quizá nunca puedo hacerlas realmente. Si no eran cosas reales, ¿tiene algún sentido angustiarse por lo imposible? Antes lo imposible debería darnos paz, paz de lo necesario, porque como el envejecer la vida está plagada de cosas necesarias.

Creo que el problema es enteramente de perspectiva, como el artista que de un ángulo ve una obra y de otro mera charlatanería. Así mismo, la vida cobra sentido desde la perspectiva correcta. La vida del realizado, del exitoso, del triunfante, resulta chocante para el que no la tiene realmente. En cambio, la vida del desdichado, del frustrado, del fracasado, nos produce empatía. El punto de vista del segundo no es singular, antes nos recuerda a todos, todos somos el desdichado alguna vez.
La vida de uno puede de hecho ser la misma. El exitoso con el ángulo incorrecto puede ser el desdichado. La chocantería entonces se resuelve en un mero juicio subjetivo del otro. Nuestra posición nos da justo eso “perspectiva”. Nos hace pensar las cosas como buenas, enteramente buenas, las mejores. O como malas, enteramente malas o simplemente irrelevantes.
Sin embargo, como usted sabrá de sobra, la vida tiene como condición cuasi ineludible una máxima: la vida debe vivirse. Y la vida implica elección. No elegimos realmente nuestras vidas o su entorno, como si podemos elegir el punto de vista subyacente a los mismos.
Así somos muchos adultos al ver que el tiempo pasa. Nuestros viejos ideales se vuelven caducos en la crudeza de la vida. Nos volvemos ásperos, fríos, realistas, pero también nos angustia el vivir así, sin metas reales, sin saber qué esperar. O bien, nos aferramos a lo que nos entusiasma, queremos cantar nuestra canción, vivir nuestra hazaña, aunque la vida nos recuerda que el tiempo no ha sido en vano, pese a ello, el cansancio es estéril para el que sueña con edad. ¿Es mejor despertar de una vez o vivir en el sueño?
La respuesta queda abierta a su interpretación motivada por su deseo de vivir la vida. Finalmente, no hay respuestas claras para algo tan complicado como el acto de envejecer, acto que nunca dominamos, sino que nos domina. Solo me resta decir que entre el sueño y la vigilia siempre hay un lugar donde vivir, terreno donde tal vez debamos realizarnos, no en vano Aristóteles nos dijo: “que la esperanza es el soñar de los despiertos”.
