La noche que nadie duerme: El arte efímero que trasciende a la eterna memoria colectiva

Por: Solyenitzi Franquiz

Crecí escuchando sobre la ahora (y cada vez más) famosa “Noche que nadie duerme”, una tradición de Huamantla, Tlaxcala que data de hace poco más de un siglo, en la que familias enteras se organizan para adornar con tapetes y alfombras de aserrín las calles que la imagen de la Virgen de la Caridad recorre en peregrinación. Es la madrugada del 15 de agosto de cada año que este acontecimiento tiene lugar y aunque a lo largo de los años ha ido adquiriendo algunas de las características que hoy lo distinguen, como su nombre y la forma en que se adornan las calles, en esencia se trata de una noche en la que cientos de personas se dan cita para acompañar esta peregrinación y a su paso admirar el talento y la fe con que se adornan las calles. 

La Virgen de la Caridad Autor: Abraham Caballero

A pesar de haber escuchado hablar tanto al respecto, no fue hasta que pude vivir personalmente esta experiencia que comprendí su significado más allá de lo evidente. Pues sin dejar de lado el carácter religioso, tradicional y la espiritualidad que le acompaña; estando ahí, sobre esas calles envueltas de luces, música, y el constante sentimiento de orgullo e identidad, caí en cuenta de que en ese momento el arte efímero del que éramos espectadores, irónicamente se transformaba en un imperecedero recuerdo colectivo, que, aunque sujeto a las interpretaciones individuales, trasciende de generación en generación y se convierte en historia. Llegar a esta muy personal conclusión fue resultado de una constante reflexión que me acompañó en todo mi andar por esas calles cubiertas de aserrín y que, describo a continuación.

He de reconocer que, durante mi camino hasta llegar a Huamantla, un insistente pensamiento me rondaba con la pregunta: ¿Para qué?, ¿para qué tal esfuerzo de adornar las calles con alfombras de las que en cuestión de tiempo no quedaría rastro tras el paso de la peregrinación? Pues al escuchar a mis compañeros de viaje hablar sobre las horas e incluso días de trabajo que implicaba para las y los artesanos hacer posible ese momento, entendía por qué el origen de la tradición, la razón de tan ardua labor que precisamente radica en la fe que las familias profesan por la Virgen de la Caridad, y que en un acto de profunda esperanza adornan sus calles para recibir la bendición de sus hogares. Pero a pesar de comprender la naturaleza religiosa del acto, tenía la sensación de que debía haber alguna otra razón, o quizás, me negaba a pensar que no hubiera otra explicación más que esta, pues en mi mente no había lugar para la idea que de que tal inversión de tiempo, esfuerzo y recursos no tuviera más razón de ser, y sin demeritar de ningún modo el significado religioso y cultural propio de esta tradición, me dispuse a llegar más allá.

Así que en un intento de responderme aquella pregunta que surgió en mi camino, me mantuve atenta a la mirada fascinada y los discursos a través de los cuales la multitud que me rodeaba compartía su admiración por lo que estaban presenciando. Observé cada detalle hasta donde la inmensidad me permitía, sentí cada emoción transmitida por el canto a una sola voz de quienes ahí presentes interpretaban los clásicos del regional mexicano. 

Poco tiempo tuvo que pasar para empezar a encontrar respuestas; esto al enterarme de que ese día, se galardonaba a Huamantla con el “Record Guinness” por hacer el tapete más grande del mundo, hecho que se celebraba con algarabía en el zócalo, donde un cantante que amenizaba la noche, preguntaba con un grito entusiasta ¿Cómo se sentía Huamantla por haber recibido tal condecoración? Con silbidos, gritos y saltos se hacía evidente la respuesta. Ahí entendí, que esto también implicaba el reto de poder demostrar al mundo entero lo que las y los artesanos huamantlecos son capaces de hacer. Funcionó como respuesta inicial, no obstante, quise saber más.

Continué moviéndome de un espacio a otro, hasta detenerme en un lugar en el que se concentraban una mayor cantidad de personas, algo muy interesante sucedía, pues observaban con un peculiar silencio que destacaba de entre la diversidad sonora del lugar, al acercarme noté que estaban creando un tapete en ese momento; hecho inusual puesto que para esa hora las calles ya estaban completamente adornadas. Se trataba de una familia de artesanas y artesanos que, con una sonrisa y un evidente cansancio tras muchas horas de trabajo, regalaban un verdadero espectáculo en el que todo sucedía muy rápido, pues con gran agilidad creaban un tapete frente a nosotros, el cuidado para poner cada uno de los detalles era tal, que avanzaban a pasos acelerados dando forma a su obra de arte. 

Nombre: Elaboración de tapete de aserrín. Autor: Abraham Caballero

En ese momento tuve la sensación de que todo se detenía, fue entonces que comprendí que más allá del espectáculo artístico, nos estaban regalando un instante poco común, ya que en este mundo de constante cambio en el que transitamos casi en automático, se ha vuelto una improbabilidad encontrarnos con momentos como este, en el que todo se detiene sin importar nada más que el presente; en el que todas y todos abrazamos la belleza de la finitud, pues aun sabiendo que en cuestión de unas horas esa obra de arte que tomaba forma frente a nosotros desaparecería por completo, aplaudimos y disfrutamos sin detenernos a pensar en el después. 

Ante esto cabe preguntarse, ¿los seres humanos somos capaces de dejar ir tan bellos momentos? No me pareció en realidad que así fuera, pues entre el respetuoso silencio y la amable atención, también se encontraba esta moderna necesidad de preservar los recuerdos transformándolos en fotografías y videos, lo que me llevó a otra pregunta: ¿Este arte efímero es en realidad tan pasajero como se supone que debe serlo? Tampoco me lo pareció, sin embargo, es ahí donde radica su valor; pues es pasajero en cuanto a su forma material y tangible, pero se transforma en infinito cuando en forma de sentimientos y recuerdos se hace parte de las memorias de su público. 

No podía creer lo que hasta el momento había aprendido, pues sin haber recorrido ni la mitad de la extensión total de estas obras, ya llevaba conmigo no solo las respuestas a mi pregunta inicial, sino también aprendizajes de vida, entre los que destaco: La importancia de detenerme al menos de vez en cuando a apreciar lo que el presente tiene para mí. El valor de la pasión que vive en cada una de las y los artesanos, misma que mueve a una comunidad entera para perseguir el objetivo de llevar su fe, su talento y tradición más allá de los espacios materiales. La perseverancia y paciencia de quienes creaban, las veces necesarias, aquellas obras que la lluvia en varias ocasiones hacía desaparecer, y el orgullo de ser tlaxcaltecas al pensar que en esa noche nuestro estado pasó a formar parte de la historia al romper un record mundial. En suma: la belleza inherente a los instantes perecederos.

Soy consciente de mis limitadas interpretaciones, pues segura estoy de que muchas más surgen de la experiencia individual de quienes al menos una vez tienen la oportunidad de vivir la magia de esta tradición, ya sea como creadores, o como espectadores. No obstante, soy consciente también de que, como a mí me sucedió, basta solo un toque de curiosidad para encontrarnos con los más profundos significados de aquello que nos rodea. 

Nombre: La noche que nadie duerme. Autor: Abraham Caballero

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