Por: Damian Moreno
Imaginado, idealizado, simbolizado, ritualizado y potenciado a través del mito, el suceso de la muerte se comprende como la ausencia del alma o espíritu que migra del cuerpo a un espacio desconocido, en diversas visiones y saberes culturales, y aunque la explicación general de las ciencias médicas refiere al resultado de la extinción del proceso homeostático de cada especie, podemos entender, entonces, que cada uno de estos saberes explica o intenta dar una respuesta sobre qué es la muerte y qué sigue después de ella.
En los siguientes párrafos describo el acercamiento que tuve al presenciar los sucesos posmortem de un familiar, cuya adscripción religiosa se conserva en el catolicismo.

Todo comenzó un martes 13 de octubre de 2020, en aquel entonces me encontraba en mi casa; sentado, viendo la televisión en compañía de una amiga. Cerca de las 8 de la noche, recibí una llamada de mi mamá, se escuchaba alterada. Lo primero que mencionó fue que fuera a la casa de mi tía, algo grave había sucedido: mi tío falleció. Poco después de haber recibido la llamada y las indicaciones de mi mamá, llegué rápidamente a la casa.
Observar al cuerpo inerte, desbordado en el suelo, fue lo primero que presencié al llegar, algo que con dificultad se explica. Tal suceso tuvo un peso emocional entre los familiares, que fue manifestado a través de llantos de desesperación; y en algunos casos, el frenesí se hizo presente.
Lo primero que se propuso fue llamar a la ambulancia para que el cuerpo fuera trasladado a una funeraria. Sin embargo, por tema de contingencia era imposible que ésta llegara a tiempo. Finalmente, entre llantos y el pesar de la situación, se solicitó un ataúd para que el cuerpo fuera introducido. El ataúd al encerrar al cuerpo, representó el límite entre nosotros los vivos y el fallecido, entre la ausencia espiritual y la pérdida de un ser amado, bajo el entendimiento de “estancia de cuerpo presente».

Pasaban las horas, y la calma poco a poco comenzaba a hacerse visible, comenzábamos a hacer frente al duelo, que se considera propio de cada individuo que atraviesa un proceso de adaptación emocional, y que es atribuido a esquemas y dimensiones psíquicas. Esto se observó en cada sujeto presente, procesando este sentir en diferentes niveles, pero teniendo mayor peso para aquellos más cercanos al difunto.
Al día siguiente, el cuerpo fue transportado entre los hombros de varios hombres. Los movía su fuerza, pero además de eso, el vínculo emocional que se tenía con el difunto: amigos, primos, yernos se turnaban para llevar el ataúd.
Mientras eso sucedía, un grupo de mariachis tocaban música durante el recorrido. Canciones que representaban la situación que se vivía, canciones como:”Te vas Ángel Mío”, ” “Amor Eterno”, “Puño de Tierra” y “Nadie es Eterno”, letras que expresaban lo que sentían los involucrados.
Finalmente, el difunto llegó a su destino, a un espacio donde los cuerpos físicos prevalecen, pero el alma asciende al cielo: el panteón. Se cavó un hoyo para ser depositado y enterrado representando el descanso eterno. Durante el proceso la música se mantuvo, los llantos y un último adiós igual.
Los sujetos cercanos al fallecido lloraban desesperadamente, pues sabían que esa iba a ser la última vez que se le vería en un cuerpo físico. Si bien, ha quedado sepultado, el recuerdo se hará presente entre los allegados con posterioridad.

