Breve reflexión sartreana: la formación de repertorios culturales

Por: Edder Tapia

En la serie de conferencias recopiladas bajo el título “Defensa de los intelectuales”, Jean-Paul Sartre reflexiona sobre el rol, las dinámicas estructurales y la función de los intelectuales dentro del campo cultural francés de su época. En tal texto, el filósofo señala la dinámica constituida entre los saberes práctico y técnico producidos por los intelectuales y el control que ejerce sobre ellos la élite dominante. A partir de la meditación de Sartre, reflexionamos sobre las implicaciones del poder ejercido dentro de la esfera intelectual para formar el repertorio cultural.

En términos de Even-Zohar, repertorio cultural es entendido como el conjunto de elementos —materiales o simbólicos— que, al integrarse como referente en la colectividad, configuran la esfera de interacción y entendimiento característicos de la cultura[1]. Podríamos pensar en aquellos objetos que, al ser apropiados por una sociedad en un momento en específico, poseen un significado en común para gran parte de la población. Por ejemplo, el “dr. Simi” como símbolo: la mayor parte de la población mexicana lo identifica y, aunque pocos podrían asignarle un significado preciso, forma parte de su repertorio cultural.

Fuente: grandespymes.com.ar

Entonces, la pregunta básica que nos formulamos en torno al papel del intelectual ―en términos de Sartre― aborda la formación de los repertorios: ¿quién indica qué y cómo se debe criticar, producir o consumir una película, un libro o una canción? Dicha incognita debido a que, bajo una visión materialista, la generación de conocimiento está subordinada a la posibilidad de acumular el valor laboral del intelectual por encima del valor de su fuerza de trabajo. Así, el intelectual entrega su capacidad creadora ―producción científica o cultural― al poder dominante ―ya sean críticos, pensadores de “mayor rango”, instituciones o el Estado mismo― y este trabajo acumulado “no es utilizado por la burguesía, sino para acrecentar su provecho”[2]. Es decir, para la sociedad capitalista, no sólo es valiosa la mercancía, también lo es la crítica ―sea especializada o no― en torno a ella.

Esta dinámica de producción-apropiación de conocimiento le permite al poder dominante imponer la ideología imperante ―es decir, las tendencias― y los objetos culturales que le dan forma a una sociedad. En otras palabras, se construye el catálogo de aquellos productos culturales que el público “conocedor” o “a la moda” necesita conocer, consumir, reproducir y criticar. Pensemos en Bad Bunny: el hecho de que existan comentarios especializados sobre su obra le da espacio a su presencia en otras esferas sociales. No sólo es pertinente escuchar la música del puertoriqueño, la tendencia primordial es producir un discurso analítico desde otros repertorios musicales, reflexión que añade valor al producto artístico.

Ahora bien, hemos dicho que el intelectual es el punto de contacto entre la ideología dominante y el resto de la población. A este aspecto se refiere Sartre al sostener que:

[…] el conjunto de los intelectuales aparece como una diversidad de hombres que han adquirido alguna notoriedad por trabajos que revelan inteligencia (ciencias exactas, ciencias aplicadas, medicina, literatura, etc.) y que abusan de esa notoriedad para salir de su dominio y criticar la sociedad y los poderes establecidos en nombre de una concepción global y dogmática (vaga o precisa, moralista o marxista) del hombre.[3]

De tal forma, el personaje ilustrado, en un área artística o cultural en concreto, no es únicamente aquel que genera conocimiento ―figura que Sartre sólo llamaría sabio―, también es aquel que ejerce funciones socialmente reconocidas. Dicho valor añadido al conocimiento para defender un sistema de valores es aprovechado por la estructura dominante y revalorizado como un bien más, mismo que es instaurado como parte de la ideología.

Fuente: El Deforma

Es así que, como agrega Sartre, la clase alta determina los saberes y a aquellos sujetos encargados de ejecutarlos, por un lado; y regula la enseñanza de los mismos ―es decir, la ideología y su campo de acción―, por el otro. En términos de fuerza de trabajo, las críticas, reflexiones y opiniones en torno a un tema polémico o en tendencia son acumuladas y seleccionadas por las autoridades ―no únicamente por su valor científico o estético― y empleadas para la formación de los nuevos críticos o voces “certificadas”. Sin embargo, tal selección del repertorio “necesario” para la formación y crítica se encuentra limitada por la autoridad que la selecciona,  por sus alcances mediáticos y por sus preferencias, predominantemente mercantiles.

Surge la interrogante: ¿qué tan flexible puede ser la actualización de repertorios culturales?, ¿en qué momento se hace posible la aceptación general de un nuevo producto cultural como una forma de vestir, un género musical o una serie de Netflix? ¿Por qué, pese a estar en activo desde 1980, los Ángeles Azules fueron aceptados por el público general hasta 2013? Acaso la participación en el Vive Latino y las colaboraciones con artistas de renombre los trasladó de la marginalidad al centro del repertorio auditivo.

En primer lugar, pensemos en los repertorios críticos: sólo se incluyen conocimientos acreditados y rastreados por la autoridad reconocida. Es decir, se necesita de una figura de prestigio crítico ―o de una imagen registrada como autoridad, aunque no esté acreditada― para que sustente el nuevo gusto de la opinión pública. En caso de que existieran productos culturales con un valor cultural o científico destacable, pero que no han sido señalados por una voz célebre o acreditada, éstos quedan fuera del repertorio. Esto es lo que sucede con las películas o documentales mexicanos: de no ser por los premios o reconocimientos otorgados en festivales europeos, pasarían desapercibidos para el público mexicano.

Fuente: gq.com.mx A manera de conclusión, podemos sostener, como afirmó Sartre en su momento, que los intelectuales se encuentran inmersos en un sistema de relaciones definido “por la clase dominante en función de la escasez y de la ganancia[4]. Así, de acuerdo a la lógica propuesta por el filósofo francés, la utilidad social de sus invenciones y aportes son apropiados por las clases privilegiadas, posteriormente transforman dicha utilidad en provecho para un número reducido de personajes y empleados para la integración de los nuevos intelectuales bajo el mismo repertorio. Es decir, se reproduce la ideología dominante a través de la selección de la acumulación y acreditación de conocimiento.


[1] Even-Zohar, Itamar. “La fabricación del repertorio cultural y el papel de la transferencia”, p. 218.

[2] Sartre, Jean-Paul. “Defensa de los intelectuales”, p. 300.

[3] Ibidem, p. 286.

[4] Ibidem, p. 299.


Lista de referencias:

  1. Sartre, Jean-Paul. “Defensa de los intelectuales”. Alrededor del 68, traducido por Eduardo Gudiño Kieffer. Buenos Aires: Losada, 1973, pp. 285-343.
  2. Even-Zohar, Itamar. “La fabricación del repertorio cultural y el papel de la transferencia”, traducido por Montserrat Martínez, en Interculturas / Transliteraturas, editado por Amelia Cabrerizo Sans. España: Arco Libros, pp. 217-226.

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