Los libros que nos hicieron (y todavía nos hacen) felices

Por: Eva Márquez

Leer es un acto que se realiza desde la libertad, que nos recuerda que no estamos solos a pesar de que su práctica suele llevarse a cabo en soledad. ¿Cómo una persona se vuelve lectora? A partir de un libro, del primer título, que lo hizo feliz. Esta es una experiencia única, atesorada por cada lector.

¿Quién no recuerda su primer libro? Es una especie de despertar. Las personas que se describen a sí mismas como lectoras, saben que existió un antes y un después marcado por un título en particular. Este libro suele convertirse en aquel viejo sitio donde se amó la vida y al que se vuelve, como una especie de refugio, de primer amor, que se recuerda incluso después de conocer otros amores.

La primera impresión lectora es un recuerdo preciado, sin embargo, ¿qué tan sincero se puede ser al respecto cuando se habla de ella sin temor a ser juzgado?

Como egresada de la carrera de Letras, puedo afirmar que hay un sinfín de primeras experiencias lectoras, pero también que, al momento de compartirlas, hay cierto recelo o temor a ser juzgado, ya que no siempre se ajustan a los estrictos cánones literarios, en especial en un ambiente académico. Es imposible negar que una vez dentro del mundo literario, se llega a ver con desdén distintos géneros, autores y títulos, en especial si están lejos de lo considerado “literatura seria” o “verdadera literatura”[1].

De manera personal, no me avergüenzo al afirmar que el libro que me hizo lectora fue “Las crónicas de Narnia I, El sobrino del mago”, de C.S. Lewis. Recuerdo que lo leí más o menos a la edad de 10 años, y la historia me atrapó por completo. El siguiente título lo terminé de leer a los pocos días. A partir de ese momento, considero que nací como lectora.

Fue mi hermana mayor quien se encargó de interesarme en la lectura, se dio cuenta de que la fantasía me gustaba, así que por varios años me alimentó con libros de ese tipo. Esos títulos me hicieron feliz, ya que me brindaron la sensación de estar acompañada en un mundo que de pronto me parecía demasiado oscuro y solitario.

Más tarde tuve un segundo nacimiento como lectora, fue cuando pasé de la fantasía a una lectura “más seria”[2]. “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde sería el primer título que me abrió la puerta al mundo de los clásicos. Pocos años después, decidiría estudiar Letras Hispánicas.

En la carrera me di cuenta que se contemplaba cierta jerarquía en la literatura. Más de un profesor se refería con notorio desdén a títulos populares de literatura juvenil[3],  y añadían que quienes tuvieran estos libros como referencia, no tenían mucho que hacer en una carrera como Literatura. Por primera vez sentí cierta vergüenza de los libros que tanta felicidad me habían brindado (y que todavía buscaba en mis ratos libres). Sé que no fui la única, y que quizá justo ahora, hay quién se cuestiona su gusto literario y se pregunta si aquel libro que le otorga tanta paz es adecuado o no para recomendar.

Ahora que he terminado la carrera y que la vida ha continuado, he ido y venido, he leído y dejado de leer, y otra vez leído, he escuchado y debatido con amigos, llegué a la conclusión de que es triste tener que ocultar o avergonzarte de algo que te hace feliz.

Retomando el tema literario, si se considera que en muchas ocasiones las primeras impresiones lectoras pueden estar determinadas por un factor generacional, ¿acaso alguien que empezó a leer a partir de “Harry Potter” debe sentirse disminuido ante quien comenzó con La Iliada? Sin abordar el polémico tema de la calidad literaria, si un libro ha promovido el interés por la lectura es ya lo suficientemente valioso como para recordarlo con la nostalgia de un primer amor.

En mi opinión, aquellos que todavía creen válido desdeñar experiencias o gustos literarios, sólo promueven la idea de que los literatos son personas pedantes y olvidan el aspecto más esencial de la lectura: la libertad.

Desde una perspectiva académica, se puede entender un poco la crítica a estas lecturas: ¿cómo un profesional de las Letras (o cualquiera de las Humanidades) va a gastar su tiempo en obras que carecen de “valor literario”? Si bien, desde una postura conservadora, podría ser válida esta cuestión, creo que la formación universitaria en las áreas de humanidades y ciencias sociales abren nuevas lecturas de los fenómenos literarios de masas, los cuales sin duda son dignos de ser estudiados y apreciados, de ser abordados desde el respeto y no el desdén.

Habrá quienes afirmen que hay mejores títulos que funcionen para primeras experiencias lectoras, sin embargo, quienes sostienen este punto no consideran un aspecto esencial: que el contexto donde surge el nuevo lector representa un factor impredecible. Para quienes tienen hermanos, padres o abuelos lectores, es más fácil iniciarse en la lectura, en especial de los clásicos, pues es probable que haya una biblioteca al alcance. No obstante, quienes se mueven donde la literatura no se promueve, pueden adentrarse a partir de la cultura de masas, como lo han sido los fenómenos editoriales juveniles.

Hace tiempo platicaba con una amiga, quien me explicaba que había gustos suyos que le costaba admitir, porque la opinión en general era de mofa. Le respondí que soy de la opinión de que, si no hace daño a otros, no hay razón para avergonzarte de lo que amas o lo que te gusta. También, recuerdo que una amiga me explicaba que una profesora suya insinúo que debería leer literatura “seria” y no gastar su dinero en clásicos infantiles. Ambas situaciones me instaron a escribir esta reflexión.

Considero la felicidad una especie de regalo ocasional, un milagro. Llega a veces, no la tenemos siempre. Así pues, si sabemos dónde encontrarla, en este caso, en los libros, ¿por qué permitir que alguien nos cierre esa puerta?

Leer es una decisión, no una imposición. Leer es libertad, misma que tendría que inclinarnos a respetar la libertad de otros y otras. Los libros que nos hicieron (y todavía nos hacen) felices son únicos y personales de cada lector. Leamos sin sentirnos avergonzados.


[1] Generalmente, se utilizan estos términos para descartar de manera casi automática ciertos géneros literarios, como el juvenil o de superación, entre otros.

[2] Si hago alusión a un segundo nacimiento como lectora, no es porque considera una literatura mejor que otra, sino porque en mi experiencia la opinión general es que ambos son espacios separados, como si uno excluyera al otro.

[3] Por ejemplo, Harry Potter o Crepúsculo.


Deja un comentario