Por: Eva Márquez
Me gustaría traer siempre conmigo a mis amigos. Guardarlos en frasquitos de mermelada que pudiera abrir en cualquier momento, para compartir con ellos incluso cuando me encuentro a tantos kilómetros de distancia. En mi camino nómada, es inevitable encontrar sabores, lugares, canciones o curiosidades que sé que les encantarían, y aunque las redes sociales nos permiten una comunicación más o menos inmediata, muchas veces pienso en lo maravilloso que sería la teletransportación, si bien prefiero usar los frascos de mermelada como metáfora para describir este deseo[1].
Desde mi experiencia, hay dos categorías de personas: quienes parten y quienes ven partir. No obstante, en la vida solemos pasar de una a otra de manera frecuente. Es un hecho que no estaremos siempre junto a todas las personas que amamos, al menos desde un sentido literal. Conforme avanza la vida, nuestras rutinas nos obligan a tomar otros caminos que inevitablemente vuelven más extenso el tiempo del reencuentro.

Fotografía propia
De manera personal, me considero nómada. Cuando me es posible, viajo a cualquier ciudad o país, más allá del turismo, busco la manera de residir por unos días o semanas, en el mejor de los casos, meses. Si bien esta pasión trae consigo las nuevas amistades, también conlleva un gran número de despedidas, y reflexiono bastante al respecto, en especial sobre cómo recuerdo con quienes he sentido una conexión especial, a quienes extraño y no puedo invitar un café, ya sea por la distancia física, o la distancia emocional que no ha separado.
¿Cómo se lleva en el recuerdo a quien se extraña? ¿Se dedica un momento específico del día para recordar?
La forma en la que decidimos rendir tributo a quienes extrañamos es personal, tan personal como los detalles que nos los recuerdan, al menos esa es mi percepción. Aun así, me aventuraré a compartir un poco de la mía, con la intención de dar palabras a quienes no saben cómo expresar esa nostalgia.
Me describo como una persona solitaria e introvertida, a pesar de ello, soy afortunada de tener muchos amigos, no sólo conocidos, sino amigos que me han demostrado esa amistad. Mis amistades son de diversas ciudades y países, las he conocido tanto en donde habito como en otras donde he residido o he visitado. Debido a mi introversión natural, el primer hola es difícil, pero el adiós me parte el corazón. Más de una vez he pensado que cada despedida se siente como si volviera a despedirme de todos a los que no he vuelto a ver.

Fotografía propia
Ese adiós viene acompañado de la certeza de que no hay certezas. ¿Cómo saber con seguridad cuándo volverás a encontrarte con una persona (en especial si para llegar a ella hay que hacer un viaje larguísimo)? Resta la esperanza y hacer promesas que podrían no cumplirse, aunque consuelen en el momento.
Una vez dicho el adiós, dado el último abrazo y emprendido el camino, la sensación de no haber vivido al máximo, de no haber disfrutado, amado o reído lo suficiente aparece. Supongo que cuando recordamos el pasado, es inevitable arrepentirse, aunque no haya de qué hacerlo, encontramos un motivo, y es justo el creer que no se dio lo suficiente, aun si dimos todo lo que podíamos y quizá un poco más. Como una ola de mar, está el deseo de regresar.
Pero no se puede o no es tan fácil, así que continuamos nuestra rutina, en la cual, a partir de detalles triviales, se cuela un recuerdo. Cada persona tiene detalles que le hacen único a nuestros ojos, no sólo en la cuestión física, sino en la personalidad, en sus hábitos y manías. La forma en la que bebe té, el ritmo con el que desayuna, una canción que tararea, alguna frase muy suya, y la lista es interminable.
Cuando se comparte con alguien, incluso si es por poco tiempo, si sentimos por él afinidad y cariño, es muy probable que seamos capaces de identificar aquellos detalles que no encontramos en otros. Son justo estos los que nos hacen rememorarlos en la distancia del tiempo y lugar. Es tal vez cuando sentimos una mayor nostalgia, cuando nos damos cuenta de qué tan lejos estamos, entonces quisiéramos llevarlos con nosotros en un frasquito de mermelada del que pudieran salir para materializarse y así poder compartirles ese detalle que nos hizo pensarles.

Fotografía propia
Claro está, es imposible. Las personas no son souvenirs, incluso si se pudiera, tampoco optaría por llevarlas conmigo en frascos de mermelada, porque el hecho de compartir con ellas momentos sí y momentos no, hace del encuentro algo preciado que se atesora en el recuerdo, con nostalgia y aquella extraña culpa que expliqué párrafos arriba. Lo finito del instante vuelve un milagro su duración.
En la vida hay momentos donde partimos y donde vemos partir. Nadie nos asegura que volveremos a encontrarnos a quienes hemos dicho adiós o hasta luego. Sin embargo, recordarlos a partir de aquello que los vuelve únicos, la memoria es aquel estante al que podemos regresar tanto como queramos, escoger un frasco de mermelada y disfrutar del sabor del recuerdo.
[1] Es una metáfora personal que comencé a adoptar cuando viví en otro país, ahí probaba todos los sabores de mermelada que había, y terminé con frascos de varios colores.

