Por: Eva Márquez
Uno de los aspectos más increíbles del origami son sus posibilidades infinitas, la capacidad inagotable que tiene de tomar distintas formas, o cómo a partir de diferentes pliegues es posible llegar a un mismo resultado. Es fascinante cómo, incluso para lograr modelos que parecen imposibles, el único material que se utiliza es papel, pues la maestría del resultado depende sólo de la pericia del mago, es decir, del origamista. Así, podría compararse con una suerte de alquimia debido a su naturaleza metamórfica… lo que, personalmente, me recuerda a la vida.

Tenía diez años cuando aprendí a hacer mi primer origami, se trató del ave aleteadora, una de las figuras más clásicas del origami moderno. Aún me pregunto cómo es que nunca olvidé los pasos para ese plegado de papel. Esa ave me acompañó por muchos años, y la repetía en ocasiones, con el único propósito de matar el tiempo. Empero, todavía no me adentraba de manera consciente a este amplio universo, ni mucho menos pensaría que era posible entender la vida desde una mirada-origami.
Pasó una década. En un rato de ocio sentí curiosidad por aprender una nueva figura de papel. Aterricé en un tutorial para hacer elefantes, que me tomó al menos dos horas terminar. El resultado me gustó tanto que repetí la figura tres veces seguidas, hasta estar segura de que había memorizado el proceso completo. Ya no sólo me acompañaba el ave aleteadora, el elefante se convirtió en una especie de sello personal, pues por mucho tiempo los hacía de todos los tamaños y los regalaba. A partir de ese momento, me interesé de verdad en el mundo del origami, en cuántas formas nuevas se podían crear y sobre qué principios se sustentaba.
Conforme continuaba practicando y aprendiendo me di cuenta de aspectos en los que no reparé al principio, pero que ahora encuentro obvio. De igual manera, el origami empezó a funcionarme como metáfora para abordar distintas vivencias, para entenderlas o aceptarlas. Así pues, espero en este breve texto compartir un poco de la sabiduría que puede conferir el plegado de papel.

Para quienes no hayan profundizado en el tema del origami, es normal considerar que se trata de un pasatiempo de figuras simples que se obtienen doblando papel. No obstante, va más allá del arte o de la cuestión estética; se utiliza en áreas como la medicina, tecnología y aeronáutica[1]. Asimismo, está ligado tanto a la filosofía como a la física y a las matemáticas. En sí, esta ambivalencia ya lo podría convertir en un referente del equilibrio.
Una vez conscientes de lo amplío que es el mundo del plegado de papel, es más fácil identificar todo lo que se puede aprender de él. Para empezar, la paciencia y la perseverancia, así como el valor del recorrido, no sólo de la meta. Para lograr figuras complejas, antes se debe haber dominado otras más sencillas que después permitan entender los plegados intrincados, los cuales requieren de una mayor atención al detalle.
Así como la vida, el origami es un arte y una ciencia, que conlleva ensayos y errores; experiencia y dedicación, todo para alcanzar lo que concebimos como éxito:
La creación de una pieza de origami requiere tiempo. Pueden pasar hasta dos o tres años para que un nuevo modelo tome forma. En una ocasión tardé nada menos que 23 años en desarrollar un modelo [la polilla], desde la inspiración inicial hasta el desarrollo completo del sistema de plegado. Cada creación es fruto de un largo y agotador trabajo. Surge de una serie de variaciones creadas en torno a un mismo tema […][2]
Como uno de los exponentes más relevantes del origami moderno, no es de extrañar que Akira Yoshizawa sea capaz de resumir en una sola experiencia varios aspectos del origami, como lo es la paciencia –debido al tiempo invertido-, la reflexión –en la inspiración y el desarrollo de esta-, lo científico –el sistema de plegado-, y su similitud con la vida y el pensamiento humano –las variaciones en torno a un mismo tema–. En esto último quisiera detenerme.

Cuando al inicio del texto mencionaba que las posibilidades del origami son infinitas, me refería justamente a las variaciones que permite. Baste pensar en la grulla de papel, la cual se puede crear a partir de cuatro bases distintas[3]. El resultado final del plegado de papel siempre puede cambiar con solo añadir nuevos pliegues en algún momento del proceso. No son pocos los modelos figurativos que comparten una misma base, pero cuyos pasos últimos son los determinantes, el origami modular es otro ejemplo de libertad creativa sin límites.
Libertad, creatividad y variaciones son también aspectos de los que está poblada la vida diaria. En todo ello, oculto, se encuentra el equilibrio. Desde una mirada de origami, cada experiencia es una hoja de papel que hemos empezado a plegar, con la intención de crear una figura en específico, sin embargo, a veces plegamos mal, entonces hay tres opciones: regresar sobre nuestros pasos y tratar de arreglarlo; terminar la figura a riesgo de que el resultado no nos satisfaga, pero aprendamos de ello; o tomar una nueva hoja de papel, teniendo en cuenta lo que ya aprendimos.
[1] A esta aplicación del plegado de papel, se le conoce como origami científico.
[2] Yoshizawa, Akira, El arte del origami, 2002, p. 34
[3] En El arte del origami, Akira Yoshizawa comparte cuatro pliegues básicos que funcionan como base para distintas figuras, estos pliegues están realizados en hojas de distinto formato: cuadrado, romboide, triángulo rectángulo y triángulo equilátero.
Lista de referencias:
Yoshizawa, Akira, El arte del origami, primera edición en español, LIBSA, España, 2002

