Críticas a los convencionalismos sociales a partir de los rituales mortuorios

Por: Carlos Palomares

El doloroso inicio

Hace aproximadamente un mes me enfrenté, nuevamente, al fallecimiento de un ser querido; un evento que tomó por sorpresa a toda mi familia. La muerte por sí misma trae una serie de emociones complejas, pero, sobre todo, dolorosas. Se sufre por la ausencia de quien muere, y quizá más aún, por la empatía que puedes sentir por los que eran parte de su círculo cercano, quienes serán los que padecerán de forma más directa el dolor.

Mi familia profesa la religión católica, por lo que los rituales mortuorios se basaron en ese canon y creencias. Con una velación del cuerpo de varias horas, una misa de cuerpo presente a la mañana siguiente, el traslado al panteón y el proceso de sepultura, inician los rituales que se extienden por dos semanas donde, a través de rezos y plegarias, se pide por la aceptación del alma de nuestro ser querido en la vida eterna prometida.

Como puede percibirse, aún mediante las letras, estos rituales resultan cansados, implican llanto, sufrimiento, dolor. Sin embargo, esto solo es el comienzo de días largos y de iniciar a cumplir una serie de estándares y expectativas sociales que, irónicamente, se les carga a las y los deudos del primer círculo de cercanía con la persona difunta, quienes se enfrentarán al escrutinio público sobre la forma en la que enfrentan los difíciles momentos.

Fuente: UNAM Global

Rituales religiosos

Apenas pasa un día e inicia “el novenario”, que consiste de nueve días en los que se fija una hora para reunirse a rezar con la petición a Dios de que el alma de nuestro ser querido entre en el prometido reino de los cielos. Con este acto inician las críticas insanas como la forma en que se visten los deudos, la limpieza de la casa donde se realizan los rosarios y el grado de luto o tristeza que se percibe en sus personas.

Al finalizar el acto religioso se impone, como norma social implícita, que se ofrezca un refrigerio y este acto implica una serie de actitudes que encuentro e incómodas. En primer lugar, más allá de las capacidades económicas de cada familia, dar alimento y bebida a muchas personas implica un gasto que puede resultar innecesario; el hecho de pensar qué ofrecer y la forma de distribuirlo y atender a las personas es tortuoso. Tener que poner una cara amable durante el evento, cuando quizá por dentro estemos tan tristes que lo único que quisiéramos es recostarnos e iniciar el proceso del duelo con llanto descontrolado en lugar de estar frente a ese grupo de personas sujetos a la crítica.

En este orden de ideas y, en segundo lugar, no todas las personas sienten el deceso de nuestro ser querido de la misma forma, por lo que se confunden estos momentos, que deberían representar una muestra de respeto profundo al dolor ajeno, con reuniones sociales donde nos sentamos a ponernos al día respecto a nuestras vidas o recordar viejas anécdotas del pasado. Lo anterior genera que, dentro del ambiente triste, de pronto, se escuchen risas, carcajadas y sonrisas entre quienes concurren al evento.

El acto religioso en sí también impone una serie de convencionalismos sociales a cubrir, de inicio, buscar a una persona que sepa llevar y dirigir los rezos, con este acto, de nuevo la opinión insana de la colectividad se hace presente, criticando si la persona dirige bien o no el rito católico. Aunado a lo anterior, la persona que reza también implica una serie de expectativas respecto del primer círculo cercano. Se pide la colocación de un altar, incluso requerimientos muy específicos, pongo de ejemplo que, en este último proceso mortuorio, la persona que rezó el rosario pidió que para el último día se colocaran cincuenta rosas, 45 blancas y 5 rojas. Esta petición, en el contexto de tristeza, me resulta injustificada.

Fuente: Desde la fe

Al finalizar los nueve días de rezos se realiza una misa, donde se bendice la cruz que será puesta en el panteón con los datos de la persona difunta. En este acto se espera que la familia vuelva a ofrecer alimento y bebidas a quienes asisten, sin embargo, esta debe ser más fastuosa, pues con ello concluye todo el rito de despedida acorde a “las buenas costumbres”. Y es hasta este momento, donde quienes sufrimos la muerte de un ser querido, pero sobre todo, su círculo más cercano, pueden sentarse a llorar e iniciar el largo y agotador proceso de sanación.

Para reflexionar

Los estándares sociales pretenden que todas y todos nos desenvolvamos dentro de un rango de lo aceptable y lo inaceptable. Cuando estos estándares trastocan las fibras más sensibles de la humanidad, como el dolor, es cuando nos sentamos a reflexionar sobre qué tanta disponibilidad tendremos de cumplir con los convencionalismos sociales.

Considero que se deben construir nuevos paradigmas de la convivencia humana, donde se respete la forma en la que cada una y uno de nosotros decidimos vivir. Siempre que nuestra forma de entender la realidad no dañe ni limite derechos, cada quien debería poder decidir su conducirse por la vida sin que ello implique un reproche social.

Fuente: FreePik

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