Por: Oziel Ramírez
El desazón respecto de la política es común. La emergencia de la modernidad y su modo particular de organizar la vida trajo consigo la promesa de poner fin a la escasez[1] y la violencia arbitraria[2], al tiempo que dirigió por mucho tiempo la mirada hacia un futuro que no podía hacer otra cosa sino progresar. Sin embargo, desde la construcción de esos ideales, universalizados en el individuo y modelados en el bronce del Estado, ha transcurrido mucho. Aquellas quimeras palidecen frente al desangramiento de la historia y un mundo que se convulsiona en el regazo de un supuesto contrato social[3], dentro del que, no obstante sus garantías políticas, aún existe la brutalidad del hacer morir y un hacer vivir miserablemente.

Fuente: Secretaría de Hacienda y Crédito Público
Para muchos la esperanza en el porvenir moderno se desvanece, y con ella la legitimidad del Estado y la política que lo orbita. Por doquier es posible encontrar personas a las cuales la política les provoca malestar, para las que este dominio, que generalmente se concibe circunscrito al ámbito de las Cámaras y las elecciones, representa una farsa cuyo ir y venir es siempre igual. En fin, no es extraño encontrar a quienes afirman que la política profesional[4] es una labor innoble y que hablan de ella como de una brea repugnante que ennegrece todo lo que toca y de la cual, para evitar un cúmulo de sensaciones enfadosas, es mejor alejar los pensamientos.
Con todo y eso, las conversaciones y las opiniones en torno a la política desbordan al malestar que esta puede provocar. Frente a la plétora de noticias y de información, falsa y no, de los asuntos de los diferentes órdenes de gobierno, la cotidianeidad suele disponer, sobre todo en tiempos de elecciones presidenciales, conversaciones o introspecciones que tienen una carga, a veces total, de decepción mas no dejan de ser el anhelo de aquello que debería hacerse, pero no se hace y del cumplimiento de aquellas promesas explícitas e implícitas de un porvenir mejor para cada individuo.

Fuente: Granada Digital
Por ello suele decirse, sobre todo en las aulas, que la crítica de la política es indispensable. Desafortunadamente, esta no es tan común: no consiste en recalcar las acciones políticas que no se emprenden y ni siquiera en el esfuerzo de encontrar las contradicciones o las incongruencias entre el decir y el hacer de quienes hacen política o entre el contenido de los discursos oficiales y lo que se puede constatar en el diario vivir. En la medida que la política no fue, no es, y probablemente nunca será sobre la verdad[5], criticarla exige, al menos en parte, poner en contexto al gobierno y emprender el inagotable esfuerzo de explicar el presente de la política; consiste en explicar el por qué las cosas son de un modo y no de otro[6].
Y en esta misma línea, criticar la política tampoco significa invalidar las experiencias de quienes sienten malestar hacia ella, ya que estas también se tienen que explicar. Como alcanza a notarse, ejercer la crítica es una actividad que requiere tiempo, disciplina, el desarrollo de ciertas habilidades y ciertos recursos que en ocasiones no se encuentran con facilidad. Aun así, la tensión entre ambas puede existir, puesto que el segundo no necesariamente lleva a la primera. Lo que hay entre ambas posturas hacía la política, lo que las desune, es la diferencia entre las valoraciones políticas y las valoraciones sobre la política.
Si el ejercicio de la crítica de la política resulta tan importante no es porque esta sea la base de toda acción política efectiva[7]. Un pequeño acercamiento a los movimientos sociales puede ilustrar fácilmente que no se necesita ser un científico para lograr conquistas políticas, y que, por el contrario, serlo no es garantía de nada. Más bien, el valor de la crítica consiste en el hecho de que la inconformidad, motivada por el malestar, no es suficiente por sí misma para emprender acciones emancipadoras. Hoy el éxito de los proyectos y posturas ultraconservadoras en el mundo se apoya en que estos han logrado enarbolar, en muy buena medida, la actitud contestataria de la población.

Fuente: América Latina en Movimiento
Pero esto es más que descontento, no es la simple capitalización en forma de votos de actitudes diversas y persistentes de rechazo hacia los sistemas políticos, el meollo se encuentra en los anhelos de las personas. En la actualidad el choque entre lo que antaño se llamó de manera vaga, pero aun así suficientemente precisa y descriptiva, izquierdas y derechas ya no puede ser concebido como la contienda entre igualdad y libertad (y quizás nunca lo fue), sino que responde a la distancia radical entre los futuros que es posible imaginar. En el presente las tendencias que se pueden seguir llamando izquierda y derecha se distinguen porque las segundas son el sueño de un mundo sin límites materiales en el que cada individuo está llamado a la riqueza y una abundancia siempre creciente, mientras que la primera representa una multiplicidad de sueños que no se agotan en el tener[8].
El malestar hacia la política puede ser inconformidad, puede ser la chispa que aviva las brazas de la acción política emancipadora, pero es un flagelo cuando es producto de la insatisfacción de sueños inalcanzables o enajenantes. Por su parte, la crítica, si bien no es lo decisivo en las luchas políticas y sería banal afirmar que hoy es más importante que nunca, puesto que siempre ha sido importante, no es ni dejará de ser indispensable. En ese sentido, una de las cuestiones políticas importantes para enfrentar en el presente es encontrar las maneras de hacer del ejercicio de la crítica una actividad no restringida, de modo que la distancia entre esta y el malestar cambie sus características.
[1] Echeverría Andrade, Bolívar Vinicio, Las ilusiones de la modernidad, 2018, p. 142.
[2] Véase: Locke, John, Segundo tratado sobre el gobierno civil: un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del gobierno civil, [en línea], 1ª edición, Tecnos, 2006, consultado en: https://sociologia1unpsjb.files.wordpress.com/2008/03/locke-segundo-tratado-sobre-el-gobierno-civil.pdf
[3] Supuesto en tanto que los autores contractualistas (Locke, Rousseau, Hobbes) lo derivan de un hipotético momento en el que los hombres acuerdan abandonar su estado de naturaleza.
[4] Aquella por la que se obtiene una remuneración y cuyo principal objeto es la participación en procesos electorales.
[5] Ávalos Tenorio, Gerardo, El monarca, el ciudadano y el excluido: hacia una crítica de “lo político”, [en línea], 2006, p. 34.
[6] La postura crítica que aporta la ontología del presente no debe tomarse en un sentido excluyente, es una corriente crítica entre otras, pero resulta muy puntual en tanto que opone la actitud crítica al modo de gobernar. Véase: Torrano, Andrea, “La Aufklärung en la ontología del presente de Michel Foucault”, en Nómadas: revista crítica de ciencias sociales y jurídicas, Universidad Nacional de Córdoba-CONICET, no. 31, 2011, pp. 1-9.
[7] Que logre, según unos criterios propios, una consecución mínima de objetivos.
[8]Véase: Latour, Bruno, Dónde aterrizar: cómo orientarse en política, 1ª edición, Taurus, México, 2016.
Referencias
- Ávalos Tenorio, Gerardo, El monarca, el ciudadano y el excluido: hacia una crítica de “lo político”, [en línea], 1ª edición, Bonilla Artigas Editores-UAM-X, 2006, consultado en: https://www.casadelibrosabiertos.uam.mx/contenido/contenido/Libroelectronico/monarca.pdf
- Echeverría Andrade, Bolívar Vinicio, Las ilusiones de la modernidad, 1ª edición, Era, México, 2018.
