Pescadora de luz: de la abuela, la familia y la identidad

Por: Rosy Vázquez

Pescadora de luz, poemario de corte intimista de Ulises Morales Flores, escritor chiapaneco, devela la imprescindible presencia de su abuela, personaje principal quien danza entre sus letras, aunque el abuelo y demás familiares también surgen en esta propuesta poético-narrativa. La abuela hablaba como si su boca fuese un fogón. La casa estaba casi a oscuras. La voz de la abuela era una lámpara que disipaba los misterios”[1], menciona el autor.

El poemario se presenta en cuatro secciones que en orden cronológico narran en primera persona los pasajes más importantes en la vida del autor, desde la configuración de su niñez hasta lo que probablemente sería la consciencia plena de la importancia de la abuela en su vida. El libro se divide en cuatro secciones: 1.- Fogón, luciérnaga de barro, 2.- Constelaciones, 3.- Origen y destino y 4.- Cenizas. Hacia la mitad del poemario se presentan fotografías familiares, cerrando con una imagen de la abuela, personaje principal de su canto. Así también de un texto con traducción al tsotsil de la poeta Concepción Bautista, otro en lengua mochó y a modo de vínculo visual ilustraciones a cargo de Jiribilla Cuadernos que muestran elementos simbólicos de algunos poemas.

Hablar de familia implica inevitablemente buscar en la memoria, en retratos que se han deslavado con el tiempo e incluso indagar a manera de diálogo con quienes conocían el acontecimiento o a la persona. La familia es el primer y gran contexto crucial en la vida del ser humano que le convierte en persona y presenta ante la sociedad. Dota de valores, prejuicios, alianzas, cosmovisión, sentido de pertenencia, sin embargo, son ciertos miembros quienes tienen un impacto que determina el cómo se vive la identidad en el andar por el mundo.

Tomando en cuenta la relevancia de la madre y el padre en el desarrollo del hijo/a, hallaremos que parte de la vida cotidiana es el convivir con los/as abuelos/as, donde la figura femenina ha sido históricamente a quien por razones culturales y de género se ha encargado de formar y crear lazos afectivos para con los/as nietos/as, aspecto que el autor resalta, “es tu corazón una bola de estambre; vientre tejedor de palabras. Me abrazo a toda flor nacida de tu piel, pongo atención en cada nudo existente en tus hilos”[2].

La familia rige y erige, evocarla es hacerlo a la raíz, otro elemento que es eje transversal del poemario: el origen del autor, sus características identitarias e incluso sus creencias espirituales. Toma elementos como el fogón, el maíz, la luna, el petate, la casa, el ombligo, que responden a la construcción sociocultural de su vida cotidiana, donde cada existencia tiene una función y significado que le da sentido a su entorno y persona. Los espacios a los que refiere en su libro pertenecen al municipio de Bochil en la región de los Bosques y a Motozintla de Mendoza en la Sierra, sin embargo, estos también pueden aludir a muchos hogares incrustados en diferentes partes de este sur que habitamos.

Un aspecto notable en el poemario es la formación disciplinaria del autor, quien como historiador concibe el mundo desde una dinámica social de hechos, actores y causalidades, sin embargo, las figuras poéticas no dejan de presentarse en su cosmovisión,  el tiempo es un animal que se come su sombra; con el resto que se le cae de la boca hacemos historia”[3].

En la voz poética del autor es visible un encuentro intimista que vaga por espacios nostálgicos, un diálogo espejo con su existencia y las otras, “¿hay silencio ahora? O llamo silencio a la búsqueda de otra voz que no es la propia. Este silencio es la ausencia de tu voz; me habitan muchas; yo busco la tuya. Le puse tu nombre a unos de mis vacíos que no podía explicar. Hoy, como un juego de ajedrez que he de perder, se acomodan las piezas de la noche. Dejo encargado mi nombre, no quiero que me pertenezca. No, hasta que te encuentre. Quiero que me sigas hablando del amor y de los secretos de cómo despellejar nahuales”[4].

Si bien Gilberto Giménez[5] plantea que la identidad cultural tiene que ver con una serie de aspectos simbólicos, valores y representaciones que diferencian a la persona o colectivo de otros dentro de un espacio histórico y socialmente estructurado, el autor de Pescadora de luz hurga en esa frontera que por su historia de vida le ha permitido conocer e incorporar muchos elementos que se hacen presentes en el libro. Morales Flores coloca temas que continúan siendo realidades lacerantes, tales como el racismo y la forma en que algunos pueblos originarios en México y Latinoamérica lo han resistido. La migración y su devenir de choques culturales, duelos y reconfiguración social que invita a preguntarse más allá de la lengua y la vestimenta: ¿qué le cabe a la identidad?

Así también, la memoria oral como fuente primera para reconstruir e interpretar el pasado se expresa en cada apartado del libro a través de fragmentos de mitos sobre la creación del universo, la fertilidad, que lleva al lector a recordar sus creencias como el inicio del camino al conocimiento. Las adicciones como un rasgo presente en muchos grupos sociales, dejando ver la crueldad con que los vicios dañan los hogares, marcando la vida de sus integrantes. Además, la vejez de la abuela es expresada en su lienzo corpóreo cuando habla de sus trenzas grisáceas y esos dientes que se caen y avistan el comienzo del camino cuyo fin nadie conoce, pero se sabe con certeza se es de ahí: la muerte.

El pulso narrativo del autor se hace notar cuando relata momentos familiares,         “enseguida, nos sentábamos a esperarla en las gradas del barrio y mientras la abuela llegaba, mirábamos al cielo, cada que se encendía una luz decíamos que dos amantes acababan de darse un beso y a cambio, Dios nos premiaba con una estrella. A lo lejos aparecía mi abuela caminando por una de las lenguas de la ciudad, en el brazo derecho traía su morraleta y en el izquierdo apoyaba las últimas fuerzas. A nosotros nos importaba el fondo de su bolso y su anécdota del día. Mi abuela entendía en nuestra sonrisa cuánto la queríamos”[6].

Esa Pescadora de luz de la que habla el también escritor de Los mochó: lengua, historia y cultura (2022, Centro Estatal de Lenguas, Arte y Literatura Indígena [CELALI]) es quien puebla de estrellas la casa y hace temblar al mundo con su fuego que son sus enseñanzas, su presencia y su quehacer, el inicio de la vida, quien se pare a sí misma como la primigenia luz del cosmos.

La infancia es una etapa que marca la vida, con todo y lo que ésta haya implicado. En el libro habita la abuela, que al principio y al final de todo es mujer, una de tantas que han sostenido el desarrollo de la vida a través de eso que algunos/las llaman apoyo pero que es necesario nombrar, como la crianza, el trabajo del hogar y el de cuidados, que cumple con una doble jornada laboral si se ejerce también trabajo extra doméstico, que, si bien no es el tema del poemario, su temática es un homenaje a las abuelas que la historia no ha nombrado. ¿Quién es si no la abuela, la madre, la mujer, el sostén del mundo en un universo en llamas?


[1] Morales, Ulises. Pescadora de luz, 2022, p. 19.

[2] Ibidem, p. 39.

[3] Ibidem, p. 27.

[4] Ibidem, p. 33.

[5] Giménez, Gilberto, citado en Maldonado, Asael, Hernández, Alejandrina, El proceso de construcción de la identidad colectiva, 2010.

[6] Ibidem, p.17.


Referencias

Maldonado, Asael, Hernández, Alejandrina, “El proceso de construcción de la identidad colectiva”, [en línea] en Convergencia, Universidad Autónoma del Estado de México, no. 53, vol. 17, 2000, pp. 229-251, consultado en: https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-14352010000200010

Morales, Ulises, Pescadora de luz, Editorial Fray Bartolomé de Las Casas, San Cristóbal de Las Casas, México, 2022.

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