Por: Oziel Ramírez
Michels, en los albores de la primera guerra mundial, se hizo de un lugar dentro de la teoría política al formular la Ley de hierro de la oligarquía, según la cual Quien dice organización, dice oligarquía”[1], o, en otras palabras, por afirmar que toda organización política que busque acceder al poder estatal se encuentra destinada a ser conducida de manera conservadora por una minoría, de tal suerte que sus posibilidades para hacer política de manera democrática[2] son escasas y además de muy corta duración[3]. Pero ni tal ley ni tal autor son tan celebres como la lógica que les subyace, aquella que lleva a los teóricos que siguieron sus ideas, algunos filodoxos de la política y al público desencantado a pensar que ningún partido puede representar o hacer valer la democracia; en fin, aquella que lleva a desacreditar a los partidos a partir de su presunta naturaleza.

Fuente: Mónada republicana
Estas líneas no buscan reivindicar o convencer a nadie de la existencia de partidos democráticos y transformadores ya que ese es un juicio que cada cual puede asumir próximamente, si así lo decide, en las urnas. En su lugar, esta es una invitación a echar un rápido vistazo sobre algunos argumentos que los mantienen en desprestigio. Dudar de los partidos políticos, organizaciones que concentran una importante cantidad de recursos y que son capaces de movilizar cantidades importantes de personas, es sumamente fructífero para la vida pública, pero, especialmente en tiempos de agitación electoral es deseable poner sobre la mesa el sentido de las objeciones.
El partido político en el que Michels piensa es, ante todo, una organización de lucha política que debe estructurarse militarmente y “adaptarse a las leyes de la táctica”, las cuales demandan, para la supervivencia en la lucha por el poder en el Estado, de un “cierto grado de cesarismo”[4] que permita asegurar “la transmisión rápida y la ejecución precisa de las órdenes”[5]. En otras palabras “En un partido, y sobre todo en un partido de lucha política, la democracia no es para consumo interno” dado que “La democracia es incompatible en todo con la rapidez estratégica y las fuerzas de la democracia no se prestan para los rápidos despliegues de una campaña”[6].
Tal organización, dice, es condición indispensable para alcanzar el poder, y “el poder siempre es conservador”[7]. Aun cuando un partido se propusiera una política “osada y revolucionaría” y en consecuencia la centralización del poder y la supresión del debate de los objetivos en todos los niveles inferiores a la cúpula fueran medidas tácticas temporales encaminadas “al derrumbe más rápido del adversario”, tal política, tarde o temprano, se daría de bruces con la naturaleza del partido, que no es otra que “el esfuerzo por organizar a las masas sobre la escala más basta imaginable”[8]. De ahí que el partido político sea definido por el autor como “la organización metódica de masas electorales” y que sus “campos principales de actividad” sean “la agitación electoral y la agitación directa para conseguir nuevos miembros”[9], no la defensa de principios.
El partido de Michels, entonces, ni es democrático, ni está pensado para hacer política democrática o reivindicativa, más aún, es dudoso que siquiera sea capaz de estas dos últimas cosas[10], aunque algunos de sus miembros se lo propongan. Incluso si en sus motivaciones fundacionales pudiera tener principios, cualesquiera que estos fuesen, estarían destinados a diluirse ante el declive de la deliberación y frente a la flexibilidad necesaria para dar cabida a toda potencial militancia. Bajo estas ideas, todo partido que aspire a la contienda deberá ver en la ideología un obstáculo que le puede costar votantes y por tanto prestigio político[11], por lo que, siguiendo la lógica del autor, los partidos de masas no poseen un programa más allá que el concebido por sus líderes.
Tal preponderancia de la oligarquía es tan natural para el partido como su carácter táctico a entender del autor, pues así como la organización es poder, también es división de funciones, o sea, “la tendencia oligárquica y burocrática de la organización partidaria es una necesidad técnica y práctica: producto del propio principio de organización”[12]. Esto se explica citando directamente los argumentos de Mosca acerca de concentración de los saberes y aptitudes necesarias para gobernar en grupúsculos y añadiendo que las grandes decisiones quedan en manos de unos pocos, no por sus cualidades excepcionales, sino por la “incompetencia incurable” de la masa[13], la cual no solo es presa fácil de la retórica entre más grande sea su aforo, sino que también suele guardar culto a sus líderes[14].
Hasta aquí, la descripción del partido político puede parecer para algunos un tanto familiar, pero ante todo, certera: es una organización únicamente preocupada por ganar elecciones, completamente vertical, solo retóricamente representativa, sin principios o programa efectivo y que no impulsa los intereses de sus bases, las cuales tienden a un comportamiento ovino o si se quiere acrítico frente a sus dirigentes. Es, en suma, no un medio sino un fin en sí mismo[15] que le puede permitir a una cierta oligarquía vivir de la política profesional.

Fuente: 123RF
Pero quizás sean menos familiares las discusiones de los supuestos que sostienen aquella descripción y sobre todo de las posibilidades de que las organizaciones partidarias se sujeten a una ley que las haga, lógicamente, iguales a todas. Michels hace su análisis tomando como objeto a los partidos obreros alemanes, los cuales, asume, son “los más interesados en la difusión de la democracia”[16], pues no comparten los valores de los partido tradicionalistas, en especial en lo tocante a la participación popular en las elecciones y en las decisiones sobre la repartición de la riqueza. Al final una de sus conclusiones importantes es que los sistemas democráticos tienden a la oligarquía y que esto no tiene relación absoluta con el momento histórico, la especificidad del capitalismo, las características socioeconómicas de la población, o el grado de desarrollo de los países[17]. Para el autor, el problema tiene más que ver con los aspectos técnicos y psicológicos de las sociedades de masas.
Por un lado, retoma, sin citarlo, el antaño problema legado por Constant, según el cual la democracia moderna, al contrario de la antigua (griega) tiene que ser invariablemente representativa en tanto que, para grandes poblaciones y extensiones territoriales, la concurrencia de cada individuo de la comunidad política en un mismo momento y lugar para la resolución de los asunto públicos resulta imposible[18], y por el otro, asume que el grueso de la población desea ser mandada en la medida que eso le evita el esfuerzo o le desahoga el tiempo necesario para definir y resolver los problemas públicos[19]. Sería esa primer cuestión la que hace indisoluble la relación entre democracia moderna y las oligarquías, pues los representantes constituyen una minoría que bien puede sustraer sus intereses de los de los representados, mientras que la segunda vendría a tratar de explicar por qué en la organización partidista tan solo los intereses de la cúpula prevalecen.
Por supuesto, esto soslaya la imposibilidad de homogeneizar una comunidad política, incluso a partir de la sangre o el territorio, es decir, la posibilidad e incluso exigencia de distintas escalas de organización y deliberación que no implican delegar la discusión de los asuntos comunes, y asume con excesiva confianza la pasividad de la masa. De tal suerte que la vida política partidista de Michels se muestra como una superficie lisa, lo cual es tan erróneo como correcta parecía la descripción del partido arriba mencionada. Si al final el partido debe su organización a condiciones ahistóricas y ageográficas, el hecho de que exista como forma de lucha organizada alternativa a otras no se termina de entender, y sí su estructura se sostiene en la incompetencia de la mayor parte de su base, los medios de control que se aplican sobre la misma, más allá del discurso, no parecen tener sentido alguno, al igual que el compromiso o el interés voluntario por iniciar la militancia.
En última instancia, el partido político representa una organización hecha para la contienda que puede responder a los términos de Michels, lo problemático es que los supuestos del autor que permiten generalizar sus características son ampliamente discutibles, por lo que no solo es necesario evaluar la validez de la ley de la oligarquía y los efectos que describe, sino también la posibilidad de que el pesimismo sobre la organización partidaria y los prejuicios sobre las masas sean lo que otorga realismo a su teoría. No es que aquellas condiciones no lleguen a darse, o que la imagen del partido de Michels sea enteramente inexistente. En suma, el problema de la obra del autor acerca de los partidos políticos es que de algún modo parece representar fidedignamente las vergüenzas de los partidos, sin que sus razonamientos sean del todo adecuados. Hay que abrirse a la posibilidad de que el descredito de la capacidad de hacer política democrática de algunos partidos sea correcto, por las razones equivocadas.

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[1] Michels, Robert, Los partidos políticos: un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna. Tomo II, p. 189.
[2] La democracia para Michels es el gobierno de las masas sobre sí mismas.
[3] Michels, Robert, Los partidos II…Óp. Cit., pp.158-159.
[4] Es difícil saber cuál es la definición exacta de cesarismo que Michels emplea en este fragmento, puesto que es un término que no suele distinguirse claramente de otros como dictadura, autocracia, etc., y cuando se hace, su característica principal es tener un plazo jurídicamente definido para el ejercicio extraordinario del poder, sin embargo, esto no se corresponde con la descripción de liderazgo político que hace el autor en su obra. En todo caso, tomarlo como una centralización del mando en individuos o comités es suficiente.
[5] Michels, Robert, Los partidos políticos: un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna. Tomo I, pp. 86-87.
[6] Ibidem, pp. 87-88.
[7] Michels, Robert, Los partidos II…Óp. Cit., p. 153.
[8] Ibidem, p. 154.
[9] Michels, Robert, Los partidos I…Óp. Cit., p. 155.
[10] Michels, Robert, Los partidos II…Óp. Cit., p. 153.
[11] (Michels, Robert, Los partidos I…Óp. Cit., pp. 154-155.
[12] Michels, Robert, Los partidos II…Óp. Cit., p. 80.
[13] Ibidem, p. 191.
[14] Ibidem, p.98.
[15] Ibidem, p. 176.
[16] Véase la introducción de Lipset a Los partidos: Michels, Robert, Los partidos políticos: un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna. Tomo I, 5ª edición, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1996.
[17] Ídem.
[18] Michels, Robert, Los partidos I…Óp. Cit., p. 72.
[19] Ibidem, pp. 97-98.
Referencias
- Michels, Robert, Los partidos políticos: un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna. Tomo I, 5ª edición, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1996.
- Michels, Robert, Los partidos políticos: un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna. Tomo II, 5ª edición, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1996.

