Escuchar Tool, una buena idea para pasar tiempo a solas

Por: Oziel Ramírez

Hace tres décadas, concretamente en 1991, vio la luz una cinta demo titulada 72826, cuyo provocativo nombre, que corresponde a la palabra satán en los viejos teclados telefónicos, sería la propuesta inaugural de Tool, una de mis bandas preferidas. Aquel material circuló de mano en mano y de voz a voz en Los Ángeles como parte de la diáspora de dos movimientos musicales contestatarios, el rock progresivo y el thrash metal de la costa oeste —claro, esos son dos referentes comunes, pero se pueden emplear muchos más—. El primero es un subgénero del rock que suele rastrearse hasta la faceta más experimental de The Beatles y que gozó de un importante vigor durante y después de los movimientos estudiantiles europeos de 1968[1]; mientras que el segundo, también derivado del rock, fue un movimiento de los años ochenta que ofrecía una alternativa al glam metal, el cual, a grandes rasgos, fue considerado por quienes lo criticaron como una corriente que abandonó la vocación antisistema del metal que se tocaba en los bares californianos para buscar una estética calificada como “hollywoodense”. De tal suerte que la banda es, como otras del momento, un modo creativo y poderoso de dirigir la furia o la insatisfacción contra el modo de vida dominante en Estados Unidos por aquel entonces.

Este grupo, como otras tantas cosas que generan fascinación y que se disfrutan con intensidad, parece poseer un cariz especial. Si a sus admiradores se nos pide una descripción, lo más seguro es que aparezcan palabras como místico, lisérgico, potente, complejo, psicodélico, etcétera. Al contrario, en algunas conversaciones que he tenido, la lista es bastante más corta para quienes tienen otras preferencias musicales, para ellos suelen ser aburridos, y ya.

Fuente: Indie Rocks!

Pero, como se suele decir cuando uno se encuentra en un callejón sin salida, es cuestión de gustos. Eso sí, puede haber acuerdo en que su música es, al menos, singular. Si uno, sin saber gran cosa de música, como es mi caso, se propone buscar algunos análisis en blogs o YouTube encontrará que se tiende a resaltar la duración de sus canciones, de 7 a 12 minutos, y que en estas es normal que cada instrumento posea un abanico de compases, de pulsos rítmicos, distintos cuya sincronización armónica requiere de una serie de cálculos un tanto complicados en términos de interpretación y composición, puesto que aquellos de los que echan mano no se usan mucho y menos juntos. Por poner un ejemplo, el compás más común es el de 4/4[2], y ellos utilizan 13/8, luego 14/8 y pasan inmediatamente a 7/4 en una parte de su tema Schism[3]. Además, las estructuras musicales, dentro de y entre canciones, tienen algunos toques de estructuras de música proveniente de la India, como el raga[4], que se enlazan de maneras peculiares y ofrecen secuencias de notas a las que los oídos no siempre están acostumbrados. En suma, y parafraseando a quienes saben tocar instrumentos, de notación, armonía y demás, Tool es caos hecho musicalidad.

Saltándose la parte aburrida en la que uno trata de convencer a otros de que sus gustos son “profundos” o “eruditos”, o que son grandilocuentes solo porque no se parecen al mainstream del momento, yo invitaría a alguien que no conozca a la banda, que como yo no tenga especial interés en analizar partituras o cosas por el estilo, y que se anime a probar, a poner en segundo lugar la idea de “entender Tool”. Las teorías que rodean sus composiciones y las distintas interpretaciones de sus letras son parte de la diversión, pero creo que a veces es mejor, sencillamente, tomarse momentos para disfrutar la música.

Fuente: Rock Camp

Encontrar el tiempo de acomodarse para escuchar sus canciones, sin hacer mucho más que divagar es, para mí, uno de los grandes placeres de la vida. Durante las tardes que me es posible hacerlo, el lujo de la contemplación me envuelve. Los sonidos abigarrados y asimétricos se vuelven orden y melodía: todo a mi alrededor parece reverberar. Los objetos, completamente fijos, en ausencia de delirios visuales, parecen emitir cada uno pulsaciones distintivas, completamente regulares para cada uno, que siempre me remiten a mí mismo. El espacio de mi habitación, sin que se mueva una mota de polvo, parece, todo, contorsionarse y volcarse sobre mi cuerpo. El ritmo de lo cotidiano se desgarra, como fibras musculares rompiéndose y siendo separadas, permitiéndome sentir un ritmo propio sin que tenga que mover ni un dedo.

Esperando que esto no signifique que deba ir al neurólogo lo más pronto posible, escuchar Tool en soledad, ciertos días, suele conducirme a la experiencia de mí mismo. A veces me colma aún más que la compañía y, definitivamente, me ha brindado sensaciones más intensas que las que he podido encontrar escuchando música colectivamente. Las vibraciones monótonas que se estrellan en el cartílago de mis orejas hacen fluir mi sangre más rápido que la danza, los compases irregulares agolpan en mis nervios brisas y tempestades al mismo tiempo. Así, las texturas de la carne y del sonido me parecen umbrales, de modo que escucharlos no se vuelve una melancolía íngrima. En esos días en los que la música se escucha mejor, el techo parece una constelación o un lienzo para imaginar en el que puedo clavar la mirada por horas y las cuatro paredes que lo sostienen se me figuran como bordes que se diluyen durante espasmos intermitentes.

Esos momentos me convencen de la idea lefebvriana que los cuerpos no tienen un afuera y un adentro, y qué, más bien, siempre están proyectando e introyectando energía, despilfarrándola en parte, pues es ahí y no en lo mínimo necesario para subsistir donde se encuentra la vitalidad. Mientras Tool me arrulla me gusta pensar que toda la materia es porosa, en la imposibilidad de cerrarse del todo. En mi opinión, dedicar momentos exclusivos para la experiencia de sí mismo a través de la música no interrumpe la relación entre uno y todo lo demás, sino que representa la oportunidad de sentirla distinto; representa la oportunidad de experimentar la intensidad sin un propósito o motivo en específico, obsequia, en la soledad y la quietud, ese despilfarro tan necesario. Creo probable que tales sensaciones se puedan encontrar en otras actividades, con cualquier otro género musical, quizás hasta en compañía de otros, pero, en mi caso, el instrumento, valga la redundancia, ha sido Tool.

Fuente: Kerrang!


[1] Videla, Edgardo, “historia del rock progresivo. ADN del rock progresivo – parte 1”, La izquierda diario, [en línea], 21 de septiembre de 2016.

[2] El compás es, por decirlo de algún modo, un intervalo que se repite un número determinado de veces, con una cierta duración, en el que cabrán las pulsaciones que dan ritmo a la canción. Para hacerlo más intuitivo, el lector puede apoyarse en la típica imagen de un músico tronando los dedos y contando hasta cuatro. Lo hará más rápido o más despacio, o contará más o menos números, según el compás. Lo mismo ocurre con un director de orquesta: moverá la mano o la batuta más rápido o más lento, en intervalos regulares, para indicar el ritmo de la pieza y armonizar a todas las secciones instrumentales.

[3] Remitiéndose al ejemplo anterior y redondeando la idea, véase a un músico marcando los pulsos rítmicos de la canción en los minutos 13.22-14.35 y 17.36-20.12 del video: García Harel, Javier, “Deconstruyendo a Tool (casi muero xD). Shauntrack”, en Shauntrack (Youtube), 11 de febrero de 2019, consultado en: https://www.youtube.com/watch?v=bW6mBnt208s

[4] Schutmaat Preuss, Alvin Everse, “Manual para entender a Tool ft Julio Profe”, en Alvinsch (YouTube), 24 de agosto de 2019.


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