Por: Oziel Ramírez
En mi experiencia, la ciencia política está orientada en buena medida por las nociones de carácter ontológico y epistemológico que propone el realismo político, lo cual resulta anacrónico en tanto que estas mantienen activo el pensamiento positivista dentro de la disciplina. El segundo, en un sentido sumario, se refiere a toda reflexión en la que la realidad factual de la política se considere independiente de toda valoración subjetiva[1] y su unión con el positivismo resulta lógica en tanto que es una teoría formulada entre el final del siglo XIX y la primera mitad del XX, no así con la primera; que esta piense la actualidad a través de las nociones de una tradición sujeta a ese paradigma —superado hace tiempo— no es el resultado de otra cosa que la carencia de un ejercicio autocrítico.
Lo único que todavía permite la compatibilidad entre ambas es la suposición ingenua de que el conocimiento científico de la política se sostiene en las dicotomías reduccionistas del tipo objetivo-subjetivo, ser-deber ser, etcétera. Así presentó Sartori la idea de ciencia hace poco más de cuatro décadas al afirmar que existe una separación radical entre la filosofía y la ciencia políticas, haciendo corresponder cada una, respectivamente, con lo normativo y lo positivo, y así se continúa enseñando en muchas aulas.

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Vale la pena recordar que el realismo no se reduce a considerar negativamente la política. Ser realista en ciencia política no significa pregonar que el hombre es el lobo del hombre ante la situación que sea, o que el fin justifica los medios (cosa que Maquiavelo no dijo). No se agota en ello, pero es cierto que el realismo tiene una fuerte preocupación por el orden que lo lleva a pretender “ofrecer una imagen de la realidad sociopolítica” para “poner de relieve sus aspectos menos positivos, para después indicar las estrategias y los mecanismos para controlarlos”[2]. Es decir, el realismo tiende a ser pesimista, empero eso no lo caracteriza. Incluso, es compatible con una “imagen no-negativa del ser humano”[3].
Más bien, este afirma que existe un grupo de determinaciones de la política que es menester describir “con la finalidad de comprender la racionalidad que los rige y así extraer del objeto de estudio reglas prácticas que sirviesen para guiar la acción”[4]. De modo que “El principal objeto de una teoría política realista es la causa y naturaleza de la política, antes que la evaluación de su carácter moral o la proyección ideal de cómo debería de ser”[5], o sea, su objeto es lo positivo y no lo normativo. Más allá de eso, el concepto es bastante difuso. Existe poco consenso sobre su definición precisa. Las más de las veces las posibles respuestas a esta interrogante se inspiran en los seis principios de la Realpolitik formulados por Morgenthau[6], y se consideran deudoras de los problemas planteados por los viejos autores de la razón de estado, es decir, Tucídides, Maquiavelo, Hobbes[7].

Fuente: Praxis jurídica libros
Como puede intuirse, el concepto tiene bastantes problemas, empezando por el uso de la palabra realidad. Se le pone delante el término factual en un intento de eludir su tratamiento filosófico, aunque, en rigor, esto no subsana la carencia de una discusión del concepto. Si acaso se recoge de manera pertinente la aproximación de Isaiah Berlin, para quién es “Aquello que existe con independencia del hombre, ya sea en su calidad de sujeto cognoscente o de agente”[8], lo que abre más preguntas que respuestas, sobre todo por el estatuto de aquello que sí depende del “hombre” y la forma en la que se puede identificar lo que no.
También se tambalea su canon de autores. Es amplio, no obstante, lo que me interesa tan solo es recalcar que el realismo no es previo a la emergencia del positivismo. Por poner algún ejemplo, para cuando Tucídides escribió La historia de la guerra del Peloponeso se entendía la política de manera muy distinta respecto de los siglos XIX y XX, sobre todo si se presta atención al objeto de gobernar. Hobbes, por su lado, era un teórico del absolutismo, una forma de estado acotada a un tiempo y espacio de poca extensión, además de incompatible con los principios liberal-burgueses característicos de los estados modernos. Y así podemos continuar por mucho. En el sentido contrario, pensar de manera realista tiene poca justificación de manera posterior al marco espacio-temporal específico que le dio lugar.
Sus dos raíces más importantes se encuentran en el Realpolitik y en la teoría del equilibrio de poder. El primero fue originalmente pensado como “una concepción política que respondía al problema de la unificación y consolidación del Estado que enfrentaron los alemanes en el siglo XIX” de tal suerte que “encarnó históricamente en una posición antagónica al liberalismo, sirviendo a los intereses de un Estado-poder por encima de las reivindicaciones sociales y del proyecto constitucional”[9]. Fue, en suma, una forma de hacer política para incrementar la potencia del Estado, sin sustentarse en una visión contractualista para atemperar las disputas dinásticas y así constituir una nación[10]. La segunda, también conocida como el balance of power anglosajón, tuvo como problema fundamental “la inestabilidad externa […] de las confrontaciones mundiales que marcaron la primera mitad del siglo XX”[11] o más concretamente, se ocupó de señalar la ineficacia de la propuesta de corte liberal que dio lugar a la Sociedad de Naciones para evitar las guerras mundiales.

Fuente: El orden mundial
Esto nos deja en una postura bastante extraña, pues lo que el realismo desdeña como normativo o idealista no fue tanto un espíritu presumiblemente precientífico o contracientífico como a la concepción del estado (o la relación entre ellos) como el producto de un contrato social basado en el consenso y, si se quiere, la buena voluntad. En síntesis, ser realista y hacer ciencia desde el realismo fue ser antiliberal-contractualista, solo a partir de la dicotomía positivo-normativo, pues los realistas no fueron los únicos que despreciaron a los estados europeos de fines del siglo XIX y principios del XX, pues nunca se les quiso ni en los pensamientos de izquierdas ni de derechas más o menos radicales.
En este orden de ideas, hay que destacar que el Realpolitik y el balance of power no rechazaron de igual manera al liberalismo ni tampoco lo identificaron con lo normativo en el mismo sentido. El primero rechazaba al liberalismo por considerarlo una pluralidad de propuestas de cómo debería de llevarse a cabo la unificación nacional, que en última instancia dividían a la sociedad[12], mientras que el segundo fue un análisis de las relaciones internacionales planteado desde diversas universidades, sobre todo estadounidenses, para buscar explicar y resolver las crisis del periodo de entreguerras[13]. De tal suerte que el balance of power es más cercano a la ciencia política que el Realpolitik, no sólo cronológicamente, sino porque más allá de describir una forma de solucionar un problema político nacional es un intento por dilucidar el ser de lo político, en este caso al oponer el conflicto a la cooperación.
Cómo es que el tajo entre positivo y normativo, ser y deber ser, y demás se convirtió en equivalente de ciencia en algunas líneas de pensamiento y por qué esta relación sigue teniendo validez para la ciencia política se puede discutir muy ampliamente y su explicación merece mucho trabajo. A mí me parecer, esto se debe principalmente a la preponderancia de las escuelas provenientes de Estados Unidos dentro de la disciplina y la coincidencia que hay entre su emergencia y la importancia que tuvieron los problemas planteados por la teoría del balance of power durante el periodo de la posguerra en ese país, así como a la carencia de ciertas discusiones de orden epistemológico y metodológico que permitan reemplazar las ya mencionadas dicotomías como fundamento científico. Finalmente, me interesa subrayar que no considero que a los politólogos nos resulte útil hacer la distinción positivo-normativo, ya que no hace más que aportar un tipo de rigor a la disciplina, que además de ser falso, ya no se refiere a ninguna discusión actual. No es solamente que “lo normativo” —las expectativas, creencias o valoraciones— resulte indispensable para explicar algunas de las aristas de lo político, es que producir conocimiento sistemático, crítico, útil, no es lo mismo que colocarse la máscara de la objetividad-positividad y reducir a un discurso antagónico a lo normativo para descalificarlo y así buscar dictar las pautas de un campo. Claro, toda teoría seria aspira a disputar su campo, sin embargo, no se puede perder de vista como lo hace, para qué y cuáles son o han sido sus alcances.
[1] Oro Tapia, Luis René, “En torno a la noción de realismo político”, en Revista enfoques, 2009, p.26.
[2] Cabrera García, Ernesto, “Una tipología del realismo político. Aproximación desde el análisis conceptual”, en Signos filosóficos, 2013, p. 26.
[3] Ibidem, p. 142.
[4] Ibidem, p. 17.
[5] Cabrera García, Ernesto, “La invención…, óp. cit., p. 138.
[6] Cabrera García, Ernesto, “En torno a la noción…, óp. cit., p. 17.
[7] Ibidem, p. 18.
[8] Oro Tapia, Luis René, El concepto de realismo político, 2013, p.146.
[9] Cabrera García, Ernesto, “La invención…, óp. cit., p. 136.
[10] Ibidem, p. 137.
[11] Ibidem, p. 126.
[12] Ibidem, p. 138.
[13] Ibidem, p. 140.
Referencias
- Cabrera García, Ernesto, “Una tipología del realismo político. Aproximación desde el análisis conceptual”, en Signos filosóficos, Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Iztapalapa, no. 31, vol. 16, 2013, pp. 125-155.
- Cabrera García, Ernesto, “La invención del realismo político. Un ejercicio de historia conceptual”, en Signos filosóficos, Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Iztapalapa, no. 32, vol. 16, 2014, pp. 126-149.
- Oro Tapia, Luis René, “En torno a la noción de realismo político”, en Revista enfoques, Instituto de Historia de la Universidad Católica de Valparaíso, no. 10, vol. 7, 2009, pp. 15-46.
- Oro Tapia, Luis René, El concepto de realismo político, 1a edición, Ril Editores, Chile, 2013.

