Por: Edder Tapia Vidal
El uso de herramientas multimedia —ya sean películas, series o música— en la enseñanza de lengua y literatura ha resultado ser una estrategia innovadora y eficaz para atraer y mantener el interés del estudiantado. En un contexto como el actual, cada vez más digitalizado, pero, sobre todo, hipermedializado, es esencial que los métodos educativos de todos los niveles académicos evolucionen para incorporar estas herramientas. En esta reflexión abordo el papel de la integración de multimedia para enriquecer el aprendizaje, ofreciendo una comprensión más profunda y accesible de la literatura y el lenguaje. Además, examino algunas necesidades metodológicas y desafíos que pueden surgir.
Como he anticipado, las y los estudiantes de la actualidad se encuentran inmersos en una realidad que navega en las aguas de lo digital, en la que, por cierto, muchos de nosotros y nosotras, naufragamos. Utilizar películas, series o música como herramienta de apoyo puede captar su interés y motivación de manera más efectiva que los métodos tradicionales —sobre todo cuando aún tenemos docentes cuyas estrategias de enseñanza consisten en el dictado en clase—. Estas herramientas digitales promueven que el aprendizaje sea más dinámico y entretenido, lo que puede aumentar la participación y el entusiasmo por la asignatura.
Además, nos permiten conocer simultáneamente los contextos social y cultural de las y los estudiantes; podemos conectarnos con lo que les motiva y genera significado en su vida diaria. La inclusión en el aula permite abordar diferentes estilos de aprendizaje, lo que beneficia tanto a estudiantes como a docentes. Algunos grupos se adaptan favorablemente al texto escrito, mientras que otros pueden comprender mejor el material a través de videos expositivos (por ejemplo, documentales o series biográficas) o auditivos (entre otros, podcast o canciones). Por lo tanto, la multimedia ofrece al estudiantado una variedad de formas y temas para presentar contenidos específicos, lo que facilita la enseñanza y el aprendizaje.

Fuente: Universidad Anáhuac
Pienso, primeramente, en las películas. Los personajes, los escenarios y las tramas se pueden visualizar mejor con adaptaciones cinematográficas. La recapitulación a través de cintas audiovisuales facilita el debate en clase sobre ciertos aspectos de la trama, detalles de personajes o acciones que generan momentos con alto contenido ético o simbólico, mientras que seguir una lectura episódica de manera textual puede resultar complicado para ciertos grupos, al menos en mi experiencia. De esta manera, permitimos que quienes tienen dificultades con la compresión lectora se integren y participen en las reflexiones grupales.
Al enseñar corrientes literarias o procesos históricos en concretos, emplear películas biográficas −como La joven Jane Austen (2007) o Las sufragistas (2015)− permite proporcionar un vistazo de la vida y el contexto histórico de las y los autores, ayudando a interiorizar mejor las obras e influencias que las moldearon. Por otro lado, tomemos en cuenta las posibilidades que ofrecen los objetos audiovisuales como apoyo para conocer la vestimenta, hábitos, ambientes y espacios geográficos. Estas herramientas pueden complementar y enriquecer la información proporcionada por la palabra escrita, ofreciendo una alternativa valiosa tanto para quienes poseen un estilo de aprendizaje audiovisual −o gustan del cine− o estudiantes que prefieren o necesitan otras estrategias de aprendizaje.

Fuente: Ikertze.org
No obstante, las series no se quedan atrás. Materiales como Sherlock (2010), que traslada las historias del clásico de Arthur Connan Doyle a un contexto contemporáneo, permiten que los contenidos catalogados como clásicos —aunque no sólo en canon europeo— sean más accesibles y relevantes para los grupos modernos. Analizar y comentar en clase series como El cuento de la criada (2017, basada en The Handmaid’s Tale de Margaret Atwood) o Belascoarán (2022, basada en la saga de Taibo II) posibilita explorar la forma en la que las adaptaciones pueden expandir y profundizar en las tramas y personajes de las obras originales.
También, las series de televisión o las películas pueden reflejar e influir en el lenguaje y la cultura de las generaciones más jóvenes. Algunos contenidos populares introducen términos y expresiones que las y los estudiantes pueden analizar y discutir en el contexto de su desarrollo de habilidades lingüísticas. Viene a mi mente la serie VGLY (2023) que presenta, por medio de la cultura del hip-hop y otros rasgos de la llamada “cultura urbana”, un repertorio de expresiones típicas de jóvenes de la capital; ejercicio interesante si se contrasta con cintas como Ya no estoy aquí (2019) que retrata las peripecias de jóvenes regiomontanos de los dos mil durante la “guerra contra el narcotráfico”, en este caso el grupo de amigos se comunican a través de la cumbia rebajada. En ambos ejemplos, la música y el registro lingüístico manifiestan la identidad de habitantes de barrios populares y sus entrecruzamientos con distintos grupos y fenómenos sociales.

Fuente: Los Angeles Times
Ahora bien, hablemos de la música. Quizá la estrategia más evidente y ya empleada sea el recurrir a las letras de canciones para analizarlas de manera similar a la poesía, explorando temas, métrica y figuras retóricas —en concordancia con los planes de estudio—. Por ejemplo, las letras de Bad Bunny, Junior H o Juan Gabriel pueden servir como texto para analizar recursos poéticos estructurales y de estilo.
A su vez, un sinfín de canciones —populares o no— pueden ser utilizadas para añadir vocabulario a las infancias o consolidar habilidades gramaticales y enseñar modismos a las y los estudiantes de niveles superiores. Si las y los docentes de una zona en particular seleccionan una lista con canciones de otra región, con pistas de otros países o con piezas del pasado podrían solicitarle a sus grupos trasponer el uso particular de ciertas expresiones y compararlas con sus equivalentes en otros sitios o estudiar su evolución a lo largo del tiempo, por nombrar algunas posibilidades.
Otros proyectos que las y los docentes pueden solicitar a sus estudiantes abarcan las comparaciones entre elementos concretos de la versión cinematográfica de una novela con el texto original. No dejemos de lado la creación de guiones basados en textos literarios, la realización de presentaciones sobre adaptaciones cinematográficas o la composición de canciones inspiradas en poemas pueden hacer que las y los estudiantes se involucren más activamente con el material. Se busca lograr la motivación intrínseca en los grupos y que cada quien decida encontrar en estos objetos su propio motivo de aprendizaje.
Ahora bien, la implementación de elementos multimedia en la enseñanza de lengua y literatura no queda exenta de desafíos. Es crucial abordar estas dificultades para aprovechar los beneficios de estas estrategias. Uno de los principales desafíos es la disponibilidad de recursos tecnológicos adecuados. Aunque aparentemente la etapa post pandemia de Covid-19 nos introdujo en la digitalización completa, no todas las escuelas cuentan con acceso a equipos necesarios, como proyectores, computadoras o conexiones a internet de alta velocidad. Ni qué decir sobre el hecho que las y los profesores deben estar capacitadas y capacitados en el uso de estas tecnologías y en la integración efectiva de contenido multimedia en sus lecciones: el hecho de usar una canción o película en clase no garantiza, per se, alcanzar los aprendizajes esperados. La resistencia al cambio por parte de algunos educadores también puede ser un obstáculo, a veces derivada de la brecha generacional, temática o tecnológica entre ambas partes.
Por supuesto, vale la pena aclarar, no todo el contenido multimedia es apropiado para ser implementado en el aula. Las y los educadores necesitan seleccionar cuidadosamente películas, series o música que sean relevantes y apropiadas para el nivel educativo de sus estudiantes, además de adecuar su elección al contexto específico de cada grupo. Es importante considerar la calidad del material, su relación con los objetivos educativos y su capacidad para enriquecer el aprendizaje. Así, la integración entre contenido y objeto multimedia debe ser ajustada de acuerdo con los objetivos académicos del grado en cuestión. Dicho de otra forma, lo que resulta favorable para estudiantes de secundaria puede no ser adecuado para aquellos universitarios, o viceversa. En conclusión, la integración de contenidos multimedia en la enseñanza de lengua y literatura permite ampliar el abanico de oportunidades para las y los profesores del siglo XXI. Si bien, no se presenta como una herramienta nueva, pues los elementos multimedia se han implementado desde hace décadas, con la amplificación de las redes de internet, la relativa facilidad para adquirir dispositivos portátiles y el amplio catálogo de contenido ubicado en la red se multiplican las oportunidades de acceso a estrategias novedosas y personalizadas a los contextos y condiciones de cada grupo. A medida que la tecnología continúa avanzando, es probable que estas herramientas se vuelvan aún más integrales en la educación.

