Duelos: cómo los vivimos y sobrevivimos

Por: Eva Márquez

Hace un tiempo escribí acerca de las pérdidas, de aquello que tuvimos o creímos tener. Conforme mi andar en la vida prosigue, soy más consciente de cuando pierdo algo, y del proceso que conlleva reinterpretar aquello que ya no está para que duela un poco menos. Ahora quisiera reflexionar sobre cómo es posible hacer esta alquimia llamada resignificación de lo perdido o, en un sentido práctico, supervivencia de un evento emocionalmente traumático, es decir, un duelo.

Para empezar, creo que es importante recordar que sentimos y vivimos en constante caos. Si bien aprendemos las emociones de manera organizada: esto es alegría, esto tristeza, aquello enojo, y por allá está miedo. En la vida cotidiana terminamos por experimentarlos mezclados, igual a un café con notas de cítricos o cacao, nuestro enojo puede tener aromas de miedo, o nuestra alegría algunas notas suaves de tristeza. Volverse sommelier de nuestras emociones es el primer paso en el camino de la supervivencia. ¿Y cómo lograrlo? Desde mi experiencia, a partir de un equilibrio entre el silencio y la conversación. Permitirnos momentos para sentir, a la par que momentos donde nos narramos qué sentimos y qué creemos que lo ha provocado. Una vez que nos reconocemos perdidos o heridos, aterriza la pregunta: ¿cómo podré sobreponerme?

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Recuerdo que en algún momento una persona me preguntó si ya había visitado las playas del país en donde me encontraba, y yo respondí que prefería conocer otros lugares, porque el mar es mar en cualquiera playa. Ella, con una mirada nostálgica, me corrigió y dijo: “el mar es distinto cada vez”. Pasado un tiempo, entendí. Había mares lluvia, mares soleados, mares más oscuros que otros o, tal vez, yo misma era distinta al ver los mares que les adjudicaba una característica única, casi personificándolos. De la misma forma, creo que la tristeza y los duelos pueden asemejarse a esta manera de concebir el mar y las playas. Hay tristezas suaves, como un mar en calma al atardecer; otras son tan caóticas, como un mar tormentoso en una noche sin luna, y tristezas que, aunque reiterativo, son tristes , mares en calma, con su noche sin luna ni estrellas, apenas reales. 

Al navegar tristezas intensas, parece tentador dejarse naufragar. Cuando las herramientas con las que contamos no son suficientes, cuando todos nuestros conocimientos no alcanzan para disminuir la tristeza y el dolor que nos inunda, tenemos dos opciones: ahogarnos o aprender nuevas formas de navegar. Los seres humanos estamos diseñados para mantenernos vivos, así que por instinto sólo queda sobrevivir, o sea, timonear el dolor de una manera distinta. Reinventarnos. 

Si bien nadie se baña en el mismo río dos veces, es decir, estamos en constante transformación, hay sucesos que la intensifican o apuran, a tal punto de que dejamos de considerarnos nosotros, o tenemos períodos en los que no podemos reconocernos. Los grandes dolores, las grandes pérdidas, son un ejemplo de aquellos aconteceres. Puedo afirmar que no soy la misma después de una gran tristeza. ¿A cuántas habré sobrevivido y cuántas más sobreviviré? No lo sé, pero soy capaz de identificar aquellos cambios, ya que navego en estos mares adquiriendo nuevos conocimientos, porque la forma en la que yo me sobrepongo es aprendiendo. 

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De hecho, al enlistar muchas de mis habilidades, pasatiempos e intereses, puedo enlistar también mis anteriores duelos. En algún punto, hice consciente que si un suceso, por ejemplo, una ruptura amorosa, me provocó tanta tristeza, no quisiera tropezar con la misma piedra, y para ello, prefiero ser diferente, ¿cómo?, aprendiendo algo nuevo, un deporte, un idioma, una afición que antes no hubiera experimentado. 

Soy de la idea de que cada campo de interés o habilidad nos brinda una visión de la vida y de cómo la experimentamos, incluido el dolor. Un nadador concebirá gran parte de su vida a partir de la habilidad de nadar y del agua, quien se dedica a la música podrá hacer conexiones o relaciones de su experiencia desde el campo musical, y así con cualquier otra área. Entonces, si me permito probar algo que antes no haya hecho, podré adquirir una percepción distinta, ergo, seré un poco diferente a quien fui y el dolor que experimenté no podrá regresar igual, ya que no soy la misma, cuento con una herramienta que ahora me permite navegar esa tristeza. 

Considero que la mejor forma de que alguien o algo se acerque a nosotros para hacernos daños es conociéndonos, y la mejor manera de protegernos, es también conociéndonos, pero, además, transformándonos. Utilizo el ejemplo de una expareja ya que es fácil de entender. Si una ruptura me hirió, y aquella persona quisiera regresar, ya no podría acceder a mí, porque su conocimiento de mí no es total, cuento ahora con una percepción distinta de mis experiencias. Así pues, me siento protegida, ya que una vez más, soy un mundo por descubrir. En otras palabras: no me puedes herir como antes, porque no soy más la de antes.

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Después de hacer esta correspondencia en mis relaciones sociales, tanto de amistad como amorosas, empecé a notar que aplicaba la misma técnica para mis otros duelos. Lo encontré curioso, y una explicación a las muchas habilidades e intereses que he cultivado hasta ahora. Hace poco, con relación a mis grandes pérdidas, empecé a aprender un juego llamado igo, baduk o weiqi. Conocer el tablero, las normas que lo rigen, cómo desplazarse para capturar territorio o reconocer cuando ya no hay nada más por hacer, es poético además es justo la herramienta que necesitaba en ese momento: distinguir cuando ya no tiene caso hacer ningún otro movimiento. 

Para concluir, aprender un conocimiento nuevo, desde mi propia experiencia, es la mejor forma de resignificar aquello que viví y no supe cómo describir o cómo organizar en su momento. Me permite entenderlo desde una perspectiva distinta, para así dotarlo de sentido que no era capaz de apreciar antes.

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