Ruinas, belleza, tristezas y el pez caracol: algunas reflexiones viajeras

Por: Eva Márquez

¿Es posible reconocerse feliz y agradecido al mismo tiempo que se vive una tristeza profunda? Sostengo que sí. Es la misma fascinante paradoja de una ciudad en ruinas de la cual se puede identificar su belleza y grandeza anterior, pero también actual. ¿Quién no se ha sentido cautivado por aquello que fue y ya no más? ¿o no ha sentido expectativa por aquello que se encuentra en restauración?

Aquello que concebimos como ruinas puede ser más amplio que la primera idea que nos hacemos de ello. Quizá cuando pensamos en ruinas aparece de manera automática en nuestra mente una zona arqueológica con siglos de antigüedad, sin embargo, no es necesario ir tan atrás. Ciudades que han sido azotadas por catástrofes naturales o humanas y que están en proceso de restauración son otro ejemplo factible. Estamos rodeados de ruinas en distintos niveles, sin embargo, quizá hace falta sentirnos como unas para alcanzar a distinguirlas.

Zona Arqueológica de Lamanai, Belice. Fuente: Autoría propia

Siempre he abordado la existencia como una rueda de la fortuna, donde a veces estás arriba y a veces abajo. Este año en particular, la rueda de la fortuna que es mi vida tal vez ha tenido fallas técnicas, porque ha girado con una velocidad tan impresionante que de pronto soy incapaz de distinguir si subí o bajé. No obstante, las bajadas han sido en verdad caóticas, a un punto que he sentido gran parte de mí desmoronarse. Me miro (todavía ahora) en el espejo y creo identificar algunos restos de lo que fui, de lo que quise. De manera metafórica recorro calles abandonadas, veo edificios desmoronados, algunos en restauración, otros marcados como pérdida total. ¿Todavía hay belleza?

Entre lo caótico que ha sido mi año, de alguna forma que no termino de comprender, he tenido la oportunidad de viajar por países distintos. El vagabundear me permite conversar, reflexionar y resignificar. Antes de reconocerme en ruinas, entre Guatemala, Belice y el sur de México, visité lugares calificados como ruinas arqueológicas, y si bien me fasciné con ellas, tuve que experimentar una destrucción interior en verdad grande para identificarlas como una metáfora acorde con este periodo de mi vida, que podría ser como el de muchos otros. Sin darme cuenta, empecé a sentirme atraída y abrazada por aquello aparentemente incompleto.

Como explicaba unos párrafos atrás, estamos rodeados de ruinas, las cuales pueden deberse al abandono, o a los desastres, situación que pudo haber ocurrido siglos atrás, o solo unos años. La vida me llevó a pasear por Zagreb, la capital de Croacia, cuyo último sismo de gran magnitud fue en 2020, y que a la fecha se encuentra en trabajo de restauración de muchos de sus edificios más icónicos, incluyendo la catedral. Recorrer la ciudad es encontrarse con andamios, y espectaculares gigantes que cubren los edificios dañados para mostrarle al visitante cómo era Zagreb antes. No hay una fecha concreta para que terminen los trabajos de restauración, sin embargo, eso no ha detenido el turismo.

Catedral de Zagreb, Croacia. Fuente: Autoría propia

Llevo un diario de viajes, y sobre ello escribí:

13 de septiembre de 2024

[…] Es irónico estar (más días de los que tenía pensado) en una ciudad bella, aunque de alguna forma en ruinas, no igual a Lamanai, o Tikal, pero en ruinas, al fin y al cabo. Es bella, sí, pero sabes que fue (y será) todavía más bella. Mientras veo los andamios pienso en mí, en cómo me siento en ruinas (y en proceso de restauración).

A partir de esta entrada escrita de manera distraída, empecé a pensar un poco más sobre las ruinas. Lo volví un chiste personal, y cuando compartía con algún viajero o amigo que me sentía atraída por edificios en ruinas, añadía con humor negro: “me recuerdan a mi vida actual y planes deshechos”. Entonces, recibía una risa comprensiva. Cuando era posible, profundizaba un poco más en la cuestión, recordaba viejas conversaciones que me llevaban a la belleza de lo roto.

Por ejemplo, una noche una conversación trivial se convirtió en un debate más profundo respecto a la belleza de lo roto, de aquello en aparente ruina o incompleto.  “¿Quién decide qué está incompleto o no?”; “¿quién decide qué es bello y por qué lo es?”. Mi interlocutor recordó a la Venus de Milo, y cómo no fascinaría tanto si tuviera ambos brazos. También me habló sobre el pez caracol, cuya descripción no olvidaré: “cuando tú ves al pez, o lees sobre él, parece haber sido dejado a la mitad en su creación”, como si Dios se hubiera cansado y lo olvidara, pensé. “Sin embargo, justo esas imperfecciones o aspectos incompletos, son los que le permiten sobrevivir en el ambiente más adverso del océano”, me explicó[1]. Una ruina de pez que al final es objeto de admiración.

¿Y qué son las ruinas que contemplamos, más allá del recuerdo de lo que fue? Al resignificarlas y volverlas metáforas de nuestra vida, son aquello que puede ser, la posibilidad de una nueva grandeza. Dependerá de con qué ruinas queramos compararnos, si con aquellas que se quedan como ejemplo del esplendor pasado, o las que persisten en un nuevo futuro, sin olvidar su historia, las batallas que sobrevivieron o aquellas en las que tuvieron que aceptar la derrota. Las ruinas son historia, son belleza, como nuestras propias vivencias, y son tan ambivalentes o contradictorias como nuestras emociones.

Atardecer en Parque de El Retiro, Madrid, España. Fuente: Autoría propia

Con otros viajeros, en mi último día en Madrid, discutí sobre cuál es el mejor lugar para ver el atardecer en la capital española. Empezamos a reírnos porque llegamos a una conclusión similar casi al mismo tiempo: siempre queremos ver el atardecer más bello, y olvidamos que incluso si creemos haberlo perdido, volverá a atardecer al día siguiente. Apreciar cada atardecer como único y recordar que atardece todos los días me remite al aprendizaje que encontré al identificarme como en ruinas: contemplar, apreciar, reconocer lo que construí, lo que se destruyó y de cuánta grandeza estamos hechos, aun si nos sentimos en proceso de restauración.

¿Es posible experimentar felicidad y gratitud, a la vez que profunda tristeza? Por supuesto, porque puedes llorar una pérdida, y bendecir la compañía de quien te sostiene en tu dolor.


[1] En efecto, cuando más tarde investigué sobre ese animal, supe que sus huesos no se desarrollan por completo, y su cráneo está prácticamente abierto. No obstante, estos son algunos de los aspectos que le permiten resistir la enorme presión del hábitat hadal.


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