La delincuencia estetizada: corsarios, gánsters y narcotraficantes

Por: Edder Tapia Vidal

La representación de la delincuencia en la literatura, la televisión y el cine es un fenómeno complejo que ha evolucionado a lo largo del tiempo, con diversas interpretaciones dependiendo del contexto histórico y cultural. En muchos casos, nos enfrentamos a representaciones que minimizan o incluso exaltan las figuras criminales, transformándolas en personajes atractivos y, en ocasiones, admirados por sus características no necesariamente asociadas con la ilegalidad. Este texto tiene como objetivo reflexionar cómo la delincuencia ha sido estetizada en obras literarias, televisivas y cinematográficas, analizando los matices que subyacen en estas representaciones y los efectos que pueden generar en la percepción social de estos fenómenos.

En primer lugar, es importante señalar que, a través de la ficcionalización, los personajes que representan figuras delictivas suelen ser modificados con el fin de hacerlos más accesibles para un público amplio; como expresa Bastidas Mayorga, “El caso de la estetización de imágenes violentas en el arte toma sentido para evocar en el espectador los sentimientos de respeto, piedad o admiración”[1]. Este proceso de transformación puede alterar sus características éticas, moralizando o suavizando sus comportamientos de manera que, a pesar de sus acciones criminales, logren ser percibidos como personajes aceptables, o incluso admirables.

Así, la estetización del arte, en palabras de Vilar, “recompone las dimensiones integradas que se encuentran en el objeto, es decir cuando la dimensión estética […] se sobrepone a sus otras dimensiones como la cognoscitiva o la normativa”[2]. En algunos casos, estos personajes son reducidos a roles secundarios, destinados a servir de interés amoroso para un protagonista con un perfil social más “aprobable”. Este tipo de representación se asemeja a un proceso de “limpieza social”, donde el rufián o criminal asciende a una posición de mayor respeto, generalmente al enamorar a la hija o esposa de una figura poderosa, lo cual connota una promoción social y moral ficticia.

Fuente: Wikiwand

Por otro lado, hay casos en los que los personajes criminales son representados como símbolos de libertad, rebeldía o valentía, lo que los convierte en figuras complejas que desafían los valores establecidos. Estos individuos, a pesar de su naturaleza violenta, son glorificados por su capacidad para desafiar un sistema opresivo. A través de esta estetización, no se busca necesariamente disculpar su conducta delictiva, sino destacar sus características más humanas, como la astucia, el coraje o la lucha por la supervivencia. No obstante, es fundamental reconocer que la estetización de la delincuencia no se limita a una simple reproducción apologética. El valor de estas representaciones radica, en muchos casos, en su capacidad para resaltar otros aspectos: sociales, políticos o artísticos. Cuando estas representaciones son consumidas sin un análisis crítico, el público corre el riesgo de internalizar los prejuicios que acompañan a estas figuras y perder de vista las implicaciones éticas y sociales que subyacen en ellas.

Un ejemplo clásico de esta estetización se encuentra en la literatura de piratas y corsarios, géneros populares entre los siglos XVII y XIX, aunque sus orígenes se remontan a épocas mucho más antiguas. Obras como El corsario negro (1898) de Emilio Salgari y La isla del tesoro (1883) de Robert Louis Stevenson establecieron muchos de los arquetipos modernos de los piratas. Con el paso del tiempo, las representaciones de estos personajes han sido suavizadas y transformadas, hasta llegar a ser presentadas como figuras accesibles al público infantil en producciones como la serie de películas Piratas del Caribe de Disney. En este tipo de adaptaciones se omiten o minimizan las consecuencias históricas de la actividad delictiva de los piratas, favoreciendo una visión romántica y aventurera que deja de lado las realidades más sombrías de su accionar.

Fuente: National Geographic España

La intención de este análisis no es ser maniqueísta, sino comprender la complejidad de la vida y la construcción artística en sus diversos matices. Las representaciones de la delincuencia no pueden ser reducidas a una dicotomía simplista entre el bien y el mal. De hecho, estas historias suelen reflejar la ambigüedad de la condición humana, donde las decisiones y los comportamientos no siempre encajan en categorías morales claras. Los personajes que, en teoría, deberían ser repudiados por sus actos criminales, en realidad pueden ser vistos como víctimas de un sistema que los ha llevado a tomar decisiones extremas, lo que refleja las tensiones entre la moralidad, la supervivencia y la justicia social.

Un caso paradigmático en la representación de la delincuencia en el cine y la televisión es la época de la Ley Seca en Estados Unidos, donde la actividad criminal se integró plenamente a la cultura popular. Obras como Los intocables (película de 1987, basada en la autobiografía de Eliot Ness) o la serie Boardwalk Empire (2010-2014) presentan a mafiosos y contrabandistas no como simples criminales, sino como emprendedores audaces que operan en un contexto de prohibición. En estos relatos, se destaca su ingenio, recursos y capacidad para burlar la ley, mientras que su criminalidad queda relegada a un segundo plano, favoreciendo una visión de ellos como antihéroes que luchan contra un sistema opresivo y corrupto.

De manera similar, en la representación de la “guerra contra el narco”, esta actividad se ha visto representada de forma glamorosa en diversas producciones audiovisuales. En ellas, los narcotraficantes son mostrados como figuras poderosas, ricas y admiradas, cuyas historias de ascenso social y riqueza se convierten en el eje de la narrativa, mientras que la violencia real que su actividad conlleva se minimiza o incluso se presenta como un elemento accesorio. Esta estetización de la figura del narcotraficante ha contribuido a la creación de un arquetipo de antihéroe, un personaje que, a pesar de su inmersión en el crimen, puede ser percibido como una víctima de las circunstancias.

De ahí la reflexión: la industria del entretenimiento ha idealizado y, por ende, forzado a estetizar las figuras de la delincuencia en múltiples maneras. Ejemplos claros se encuentran en producciones como El Padrino (novela de 1969 y película de 1972) y La Reina del Sur (novela de 2002 y serie de televisión estrenada en 2011), donde el crimen organizado es representado de manera sofisticada y, en muchos casos, con un toque de glamur. Estas obras han alcanzado un estatus de obras maestras dentro de sus respectivos medios artísticos, donde su calidad técnica y narrativa es incuestionable, independientemente de la representación que hacen del crimen organizado. Sin embargo, esta estetización no solo afecta la percepción del público, sino que refuerza la idea de que los personajes involucrados en estas actividades tienen un código de honor, o que son víctimas de un sistema social injusto.

Este mismo fenómeno se observa en protagonistas como Walter White en Breaking Bad y Thomas Shelby en Peaky Blinders. White, quien comienza como un profesor de química con dificultades económicas, se convierte en un narcotraficante poderoso. A pesar de que sus acciones son moralmente cuestionables, la narrativa lo presenta como un personaje ingenioso y determinado, lo que ha llevado a que algunos lo perciban como un antihéroe admirable, más que como un villano. En el caso de Thomas Shelby, a pesar de ser el líder de una organización criminal, es retratado como un estratega brillante con una visión ambiciosa. Su carácter y su capacidad para la planificación lo convierten en un personaje admirado, incluso cuando sus métodos son brutales.

Fuente: Radio Times

Sin embargo, estas series no solo se enfocan en su vínculo con el crimen organizado, sino que exploran otros aspectos de la condición humana, como sus luchas personales, sus conflictos internos y las adversidades que enfrentan. La historia de Walter White va más allá de su ascenso en el mundo del narcotráfico; se trata también de su lucha contra la vida misma y contra un sistema que lo ha llevado a tomar decisiones extremas. De igual forma, Shelby, como veterano de la Primera Guerra Mundial, enfrenta las secuelas de un pasado traumático y las dificultades de vivir en una sociedad inglesa que está al borde del colapso. En conclusión, las representaciones de la delincuencia en la literatura, el cine y la televisión varían significativamente según el contexto y el público al que se dirigen. En muchos casos, estas figuras criminales se presentan de manera suavizada o incluso idealizada, lo que contribuye a la creación de personajes que, a pesar de estar involucrados en actividades ilícitas, se convierten en figuras admiradas y carismáticas. Es fundamental analizar de manera crítica cómo estas representaciones afectan nuestra percepción de la criminalidad y sus implicaciones sociales, reconociendo las complejidades y los matices de las historias que se nos presentan.


[1] Bastidas Mayorga, Paola Anabel, “Estetización de la violencia de género: Análisis visual de la primera temporada de El cuento de la criada”, en Ñawi, vol. 6, núm. 1, 2022, p. 60.

[2] Vilar, Gerard, “La estetización de la imagen violenta en el arte contemporáneo”, en García Varas, Ana (coord.), Filosofía e (n) imágenes: interpretaciones desde el arte y el pensamiento contemporáneos, 2012, p. 9


Lista de referencias

Bastidas Mayorga, Paola Anabel, “Estetización de la violencia de género: Análisis visual de la primera temporada de El cuento de la criada”, en Ñawi, vol. 6, núm. 1, 2022, pp. 59-76.

 Vilar, Gerard, “La estetización de la imagen violenta en el arte contemporáneo”, en García Varas, Ana (coord.), Filosofía e (n) imágenes: interpretaciones desde el arte y el pensamiento contemporáneos, 1a edición, Institución Fernando el Católico, España, 2012.

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