El realismo político (quizá ya no) es un anacronismo

Por: Oziel Ramírez

Tiene algo así como un año que escribía por aquí unas líneas en las cuales exponía mi postura frente a la anacrónica influencia académica del realismo político. Lo rechacé por ser una expresión del positivismo y también hice un vago intento por demostrar que la orientación deontológica que se extrajo de sus orígenes europeos no debe llevarse por encima de unas intenciones de controvertir más o menos inmediatas[1]. Vamos, su disputa con el liberalismo como modelo de unificación nacional en Alemania y para las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras no podía durar una vez que aquel acabara por instaurarse definitivamente. Claro, la ciencia política estadounidense, grande como solo ella, hizo exactamente lo que no tenía sentido a mediados del siglo XX. Supongo que ese es el american way of life, con sus rifles de alto poder, hamburguesas mutantes y presidentes de exótica dicción. Debemos reconocérselos, ni usted ni yo podríamos hacer algo así. Habría que ser eclipse o crepúsculo para oscurecer algo tan evidente como el sol.

Como sea, es fácil verificar que la propuesta de este paradigma fracasó desde el principio. Es una de las tres o cuatro maneras recurrentes de analizar la política entre Estados y se caracteriza por afirmar que estos últimos son entidades puras, cerradas e interactúan como tales en todo momento. La cuestión estriba en que, para cuando pudo constituirse formalmente como disciplina en las universidades, la Segunda Guerra Mundial ya había terminado y con ella la posibilidad de hacer una descripción del Estado en esos términos. Lo que persistió, pese a todo, fue la costumbre de llamar realista a cualquiera con un importante grado de incompatibilidad con el normativismo liberal y a quienes tienen una visión pesimista de los seres humanos.

Fuente: Adobe Stock

Algún mérito tiene esta doctrina que le permite subsistir hasta ahora, pero sigo pensando del mismo modo acerca de las teorías anglosajonas sobre el origen y naturaleza de las relaciones internacionales: mal. Del positivismo pienso diferente, he tenido todo un año para acopiar displicencia. No obstante, hay algo que me está fastidiando últimamente. Es como un chicle pegado en la suela del zapato o una llamada para cambiar de compañía telefónica. ¿El realismo político no podría ser otra cosa si se le despoja del modo en el cual las escuelas anglosajonas lo han presentado? Se me ocurre que sí. Tengo un poco de esperanza en el variopinto grupo de autores que supuestamente la integran pero no trabajaron puntualmente sus esquemas característicos, el balance of power[2] mundial y la Realpolitik. Es decir, en la lista de aquellos que tenían una postura suspicaz hacia la idea de relaciones humanas sin posibilidad alguna de violencia dada una supuesta naturaleza humana negativa y que, al mismo tiempo, no tuvieron nada que ver con la agenda de Bismark o de los Estados Unidos en el periodo de entreguerras contra la moral del liberalismo.

De hecho, la mayoría ni siquiera trataron asuntos puntuales sobre política exterior y son clasificados dentro de la corriente que estamos tratando por un artificio común, a saber, interpretar textos y acontecimientos como “precursores” o depositarios de cuestiones “universales”. Por ejemplo: Hobbes o Maquiavelo pueden ser tomados como realistas porque esta doctrina asume que los Estados actúan en función de unos intereses egoístas y están dispuestos a cualquier cosa mientras sea conveniente para su política interior o exterior; al mismo tiempo, los describen ese modo de actuar como parte de la naturaleza humana y/o algo recomendable para mantener el orden dados los defectos de las personas  comunes, aunque, por supuesto, no tenían en mente el mundo de posguerra, sino sus propias circunstancias[3].

Pero, insisto, son este tipo de autores y no las interpretaciones anglosajonas que se hacen de ellos lo que tiene algo de interés. Volveremos a este asunto, pero antes quisiera poner en duda la originalidad del realismo anglosajón toda vez que hace a un lado el problema político que subyace al pesimismo antropológico[4].

Y es que la idea de un realismo parece un tanto insustancial entre más la desliza uno por el teclado. Obviamente este trata de la realidad, que para este caso viene a significar aquello oculto tras la moral, o el deber ser, e impone las necesidades prácticas para la acción política. Tomemos otra vez el ejemplo del periodo de entreguerras: la postura idealista o irreal fue la de mantener la paz mundial a partir del compromiso de las naciones con ella; la realidad fue la ambición por el poder que produjo la Segunda Guerra Mundial apenas 21 años después de la primera. En otras palabras, el realismo nos propone que la distinción entre ser y deber ser vendría a descubrirnos el velo que reviste las relaciones entre grupos y naciones, lo cual no tiene nada de original: el positivismo propuso como base para todas las ciencias sociales esta idea de lo real como aquello independiente de toda valoración.

No conozco ciencia social que haya quedado libre de este influjo en algún momento. A lo que añadiría: obviando quienes hacen o no una distinción positivo-normativo de forma explícita, la mayoría del conocimiento moderno tiene una vocación similar hacia sus respectivos objetos de estudio. Si las cosas fueran tal cual se ven, no haría falta analizar nada. Yo no podría deducir o siquiera imaginar que un árbol convierte la luz en energía simplemente mirando sus hojas, ni asir la esencia de lo político así sin más. En términos tan holgados toda ciencia social tiene realismo en alguna medida. En suma, si el realismo ha de tener algo de original en el futuro, no puede ser la positivista distinción entre “lo que es” y “lo que debería ser”.

Además, sucede que ponerle delante “político” a cualquier cosa siempre añade dificultades, que se intensifican ante los principios que las academias anglosajonas han dejado campar en la teoría política. Como dije, el positivismo es lo peor. Sorprende que haya llegado al sutil y delicado estudio de la política (¡ja-ja!), no porque sea lo mejor sino por la insistencia en pensar que fáctico y real son transparentes. Aquí tenemos un abismo insalvable toda vez que los temas cardinales para una teoría, pensamiento o ciencia de la política son del todo especulativos; Estado, gobierno, poder no son fácticos y definitivamente son reales.

Fuente: El camino del Elder

O sea, lo que he estado tratando de expresar es que el realismo anglosajón ya no explica prácticamente nada pues su contexto se terminó, algunas de sus propuestas son llanamente incompatibles con el campo de la política e incluso es dudoso que haya hecho algo particularmente original en su tiempo. Pero ahora añado: al haberse apropiado en cierta medida de los autores antropológicamente pesimistas y atender el acontecimiento de la guerra mantiene a la vista el problema de la violencia. No lo ha hecho bien si continuamos sobre dicho supuesto, pues este quiso expresar en sus orígenes que la posibilidad del mal es connatural a la convivencia, pero luego fue tamizado por una perspectiva economicista centrada en el egoísmo. Así, ser realista pasó de la reflexión sobre la precariedad de la política a la explicación unidimensional de la acción política, anclada al hecho de que “todos tienen intereses”.

Ahora bien, parecería que hablar aquí del mal resulta bastante gratuito —de hecho eso prescribe la distinción ser-deber ser y la supuesta incompatibilidad de lo real con las valoraciones— no obstante eso es incorrecto. Cuando se discute la necesidad o no de un orden político (nacional o internacional) aparece con frecuencia el tópico de la naturaleza humana —a veces bajo la forma de universalidad, generalidades, regularidades, etcétera— y esto no es otra cosa que una trasposición o una forma secularizada del tema del pecado original[5].

Por esa y otras razones aún existe un disimulado interés en discutir la propuesta de una teología política y preguntas sobre el impacto de la secularización en las ideas políticas. Se quiere saber, de ser el caso que la mencionada trasposición exista, qué elementos teológicos han signado los conceptos políticos modernos ¿acaso una lógica formal o un contenido moral? quizá una combinación. El punto es que los conceptos de la política occidental, aquellos que la explican y constituyen, muy probablemente, se encuentran atados al criterio del bien y del mal, dada su procedencia. Y, al menos en términos históricos, el mal siempre es objeto de la violencia. Uno puede observar la historia del derecho de guerra como justificación de la misma. Así lo atestigua el cosmopolitismo grecolatino, las teorías medievales de la guerra justa y la cuestión moderna de la seguridad internacional: la fuerza no titubea frente al “mal”

En fin, más que una mala fe hacia los seres humanos, me da la impresión de que la relación entre realismo y pesimismo que se puede establecer a partir de cierta lectura de la diferencia entre la imaginación de las cosas y su  verdad efectiva (veritá effetuale) hecha en El príncipe, así como de la necesidad de suponer la maldad humana en Discursos sobre la primera década de Tito Livio[6] es solo un índice. Hay muchas maneras de pensar la política pero todas ellas tienen una complicada relación con la moral ya que no parece posible la existencia de posiciones sin al menos una pálida influencia de nociones sobre el bien y el mal. Y el realismo es, pues, una reflexión sobre el mal, o mejor, la posibilidad de ligar plumas bastante lejanas dada una preocupación que aparece acá y allá —por supuesto, en términos y contextos bien diferentes— sobre el mal como disrupción del estado de cosas o grieta incolmable de la convivencia humana. O al revés, también puede decirse que los realistas escribieron teniendo la disrupción del estado de cosas como el contenido del mal, con lo que se arriba a una conclusión mucho más importante que cualquier aporte de la Realpolitik o el balance of power, a saber, que la creación y la destrucción son indisociables; que todo orden tiende siempre hacia sus límites ya que en el origen de su cauce siempre están las grietas desde las cuales se precipitará su ruina. Cómo y cuándo es imposible de saber.

Tras el más reciente acomodo del Reichstag parece obvio, pero hace no mucho era impensable que las magnánimas instituciones políticas europeas (aviso de sarcasmo) fueran un sendero seguro para la ultraderecha, cuando, para empezar, fueron instituidas para ponerles fin tras la Segunda Guerra Mundial. Es decir ¿nazis en Alemania? Que raro, yo pensaba que eran un invento nepalí. Sí claro, es un ejemplo presentado de manera burda y no puedo abarcar todo lo que la dialéctica desorden-orden quiere decir, pero piénsese por ahora que la instauración de un particular Estado de Derecho tiene flaquezas y fallas de origen que no suelen ser reconocidas hasta que ya es muy tarde.

Fuente: Periódico Victoria

Entonces, volviendo al tema, tenemos un realismo si lo dejamos en las manos del positivismo y su distinción ser-deber ser; tenemos otro si obviamos eso y privilegiamos el pesimismo antropológico que caracteriza a sus autores. Por un lado tenemos racionalidad, por el otro, necesidad de suspicacia y (pre)ocupación sobre la contingencia del orden político.

De ahí que mi interés en el realismo se haya renovado desde que escuché: “en la política está la seriedad”[7]. Esto es: una importante línea dentro de la teoría política occidental —a la cual creo que pertenece— toma los conceptos políticos en sentido polémico, o sea, como aquellos que son susceptibles de intensificarse hasta aglutinar la experiencia humana más extrema; como aquellos que permiten la demarcación de las líneas sobre las cuales o más allá de las cuales las personas están dispuestas a matar o morir. Quien llama a la revolución no está diciendo cualquier cosa.

Creo que el realismo, con sus tropiezos y vicios anglosajones, quiso responder al problema de la violencia que connota toda referencia a la política.

Me hace sentido que una buena parte de los llamados realistas suelan ser en mayor o menor medida pensadores de la guerra o permitan con singular facilidad que esta penetre sus obras. Podemos tomar como ejemplo a Max Weber, quien es tomado por realista tan solo por El político y el científico, texto que nunca desarrolla el tema pero cuyos argumentos y referencias están vigilando en todo momento la Primera Guerra Mundial y los violentos ajetreos que esta provocó dentro de su país.

Con todo esto, quiero creer, puedo ir dando una respuesta provisoria a mi pregunta inicial: el realismo político puede ser algo más de lo que quiso la ciencia política estadounidense y romper su anacronía. Puede y debe ser tomado en serio en nuestra actualidad en la medida que recoge el problema de la perene posibilidad de la violencia última o peor, de que esta llega siempre más lejos. Tampoco sugiero recorrer los pasos de sus autores al pie de la letra, la mayoría creían en la gloria de la batalla. Es mejor la propuesta de quienes hablan de una política “agonal”, aquellos que reconocen la veracidad realista pero buscan otra salida para los dilemas que plantea más allá de cruzarse de brazos y decir “ni modo, así somos”. De acuerdo, nada ni nadie puede desterrar definitivamente la violencia (o tan siquiera su posibilidad) de las relaciones sociales. El desafío planteado es ¿qué hacemos con eso? Aprendiendo un poco del siglo XX, me parece que la respuesta para el presente requiere prescindir de una autoridad más vigorosa, castigos más duros y no debe perder de vista que, hasta ahora, el realismo ha sido la vanidad del imperio y banalidad fuera de él.               

Creo que es buena idea continuar con la genealogía de los conceptos políticos modernos y ver en qué modo afecta o no su presumible relación con la teología cristiana. Si todos ellos evocan, en última instancia y gracias a su carácter polémico, una posibilidad del mal, parece interesante saber cuales son las posibilidades de la violencia que le acompañan. Pienso que una relectura de los autores tenidos por realistas, dado su pesimismo antropológico, son de suma utilidad para este trabajo en tanto su reflexión lleva al pensamiento de la política hasta sus límites; donde no se entiende bien si lo político se sanciona en el acuerdo o el desacuerdo. No en vano sus temas se orientan hacia las situaciones en las cuales el uso de la fuerza es ineludible. Los anglosajones no alcanzaron a percibir ese dilema pese a que se tropezaran con el y apenas pudieron delinearlo como “lo que es” o “lo real”.


[1] El realismo político se debe, en parte, a la Realpolitik. La anterior es una directriz de la política de unificación alemana que prescribe la necesidad de rechazar los aspectos normativos del liberalismo burgués.

[2] Doctrina según la cual, en términos sucintos, las relaciones entre Estados son un juego de suma cero (donde lo que gana uno necesariamente lo tiene que perder otro) que debe mantenerse balanceado para mantener los conflictos dentro de un cierto límite.

[3] Por un lado, Maquiavelo  escribe El príncipe como una serie de meditaciones sobre las acciones que debe tomar un príncipe si desea gobernar con estabilidad, tarea que no dispensa en absoluto de la fuerza en el contexto de la península itálica del siglo XVI . Por su parte, la de Hobbes es una diatriba contra las guerras religiosas europeas y un argumento a favor del extinto estado absolutista como poder capaz de situarse por encima de todos los partidos beligerantes. Contextos bastante diferentes, pero es verdad que, junto con el realismo, la soberanía aparece esporádicamente como tema común.

[4] Para aclarar un poco mejor, el pesimismo antropológico es una postura, generalmente propia de la política, en la cual  se supone que los humanos somos malos por naturaleza. Siempre que nos encontremos con alguien que sostenga que las personas no pueden convivir en armonía sin la presencia de un poder que les exceda estamos frente a un pesimista de esta clase.

[5] No es extraño encontrar elementos de la política occidental sospechosamente parecidos a aquellos de la teología cristiana. Hay similitud entre el soberano y el dios único, parece haber una relación parecida entre la excepción y el milagro, la división de poderes es trinitaria, quién gobierna hace las veces de un pastor, el carisma es santidad y fervor, etcétera.

[6] Una lectura que, como bien señala Braun, no es del todo correcta. No obstante, es una convención entre los estudiosos de la política que ser realista presupone el pesimismo. Incluso es algo de sentido común: cuando alguien dice “hay que ser realistas” generalmente nos pide suspicacia o que pensemos lo peor. Al revés, ¿existe alguna situación en la que “ser realista” suponga aspirar a lo más deseable y bondadoso? Una lectura exquisita sobre los alcances del realismo de Maquiavelo y el pesimismo que le subyace puede encontrarse en: Braun, Rafael, “Reflexión política y pasión humana en el realismo de Maquiavelo”, en Várnagy, Tomás, (comp.), Fortuna y virtud en la república democrática. Ensayos sobre Maquiavelo, 1a edición, CLACSO, Argentina, 2000.

[7] Véase: unipe: Universidad Pedagógica Nacional, Carl Schmitt (Sebastián Abad), [en línea], consultado en: https://www.youtube.com/watch?v=lP9W0P4d63U&t=3981s, 10 mar. 2025. También resulta extraordinariamente provechosa la lectura del ensayo Nota sobre la guerra, el juego y el enemigo, aunque no es la interpretación que seguiré en este momento. La referencia es: Agamben, Giorgio, Stasis: la guerra civil como paradigma político, 1a edición, Adriana Hidalgo Editora, Argentina, 2017.


Lista de referencias

  • Braun, Rafael, “Reflexión política y pasión humana en el realismo de Maquiavelo”, en Várnagy, Tomás, (comp.), Fortuna y virtud en la república democrática. Ensayos sobre Maquiavelo, 1a edición, CLACSO, Argentina, 2000.
  • Universidad Pedagógica Nacional, Carl Schmitt (Sebastián Abad), [en línea], consultado en: https://www.youtube.com/watch?v=lP9W0P4d63U&t=3981s, 10 mar. 2025.

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