Si soy humano: gracias, One Piece y Kuma

Por: David Velez

Cuando escribo, siempre trato de buscar ser racional, lo intento. Entre lo técnico y lo académico, busco comunicar ideas, mostrar mis temas de interés, lo que me gusta. Pero hoy no. Hoy no comparto un análisis, ni con aspectos técnicos de alguna tecnología, ni con un ensayo para provocar reflexión. Solo quiero compartir algo que me hizo sentir… profundamente. Me lo provocó un capítulo de anime: el 1136 de One Piece.

No vengo a defender si es buen anime o si está sobrevalorado. No me interesa hablar de los fans ni hacer reseñas. Solo quiero hablar del arco del pasado de Kuma y de lo que detonó en mí. Podría pensarse que, para entender este fractal, tendría que haber visto los más de mil episodios anteriores. No es así. Porque esto no es sobre One Piece. Es sobre lo que One Piece me hizo recordar de mí, del mundo, de nosotros.

Mi relación con One Piece es peculiar. Siempre he dicho en broma —aunque no tanto— que mi lado emocional solo aparece cuando veo esta serie. Lloro, río, me enojo, me invade la tristeza… pero, sobre todo, siento.

Kuma. The official Facebook page for One Piece in North America

Hace poco, alguien me dijo que parecía no ser humano. Por mi eficiencia, por mi capacidad para resolver tareas, por mi forma de trabajar. A veces me lo creo. Vivo rodeado de pantallas, IA, automatizaciones, videojuegos. Trabajo desde casa, y mi vida laboral es buscar optimizar procesos. No necesito salir mucho. No convivo tanto. Se me ha llegado a decir que no tengo relaciones afectivas verdaderas. Que soy productivo, sí, pero… ¿y tu lado humano?

No sé si esté bien o mal lo que hago. Solo sé que el mundo está extraño, oscuro, doloroso, y he desarrollado una capa protectora —más mental que ética— que me permite sobrevivir. Una coraza que se disfraza de eficiencia. Pero esa coraza se resquebraja cuando veo One Piece.

Podrán decir que es una caricatura eterna, mal animada, con muchos capítulos. Pero para mí, no se trata de eso. Lo que me atrae no son las peleas épicas ni los protagonistas. Lo que me conmueve es cómo en medio de todo eso, surgen historias de personajes terciarios —a veces pareciera que son irrelevantes para la trama central— cuyas vidas reflejan dolores que reconozco, aunque no los nombre. Historias pequeñas que se convierten en faros. Dolorosas, sí. Pero también llenas de ternura, de justicia, y de algo que escasea en estos tiempos: esperanza.

Historias como la de los juguetes desechables que fueron personas (Arco de Dressrosa). Como la discriminación que han vivido los hombres pez, que recuerda a las historias más crudas de racismo (Arco de la Isla Gyojin). Como la Isla del Cielo, con referencias evidentes a las civilizaciones de América antes de la conquista (Arco de la isla Skypiea). O Bon-Chan, personaje travesti que no es objeto de burla, sino de amor y amistad. Guerras, experimentos en niños y niñas, genocidio, esclavitud, censura, tráfico humano, impunidad de los gobiernos… muchos temas se tocan.

One Piece no es solo una serie. Es, en su rareza, un espejo que me permite ver el mundo sin que me destruya. Y el capítulo 1136 —ese que habla de Kuma— me rompió, aunque ya lo ha hecho varias veces, pero me he resistido.

Injusticias. The official Facebook page for One Piece in North America

Kuma fue esclavizado a los cuatro años. Sus padres fueron asesinados. Logró liberarse y salvar a más de 500 esclavos en una cacería organizada por los nobles mundiales (los Tenryūbittō). Creció como pastor en su pueblo natal, pero cuando el nuevo rey impuso políticas esclavistas, Kuma se rebeló para proteger a su gente. Fue encarcelado, liberado por revolucionarios y se unió a ellos para luchar por los pueblos oprimidos. En respuesta, el gobierno mundial lo difamó y lo convirtió en el tirano.

Después, el amor de su vida, (aunque nunca formalizaron una relación) fue secuestrada por un noble mundial para convertirla en su octava esposa. Ella escapó dos años después, enferma. Murió en la iglesia donde se criaron juntos, dejando una hija: Bonney. Kuma la adoptó. Fue padre mientras seguía siendo revolucionario. Poco después, Bonney fue diagnosticada con la misma enfermedad mortal de su madre. Tenía cinco años. Le quedaban cinco de vida.

Kuma hizo lo posible para buscar una cura. En ese camino llegó con el científico más brillante del planeta, quien le dijo que la cura existía, pero requería recursos considerables. Entonces apareció una figura del gobierno que, al escuchar la conversación, le ofreció la cura… con tres condiciones:

  1. Convertirse en pirata al servicio del Gobierno Mundial.
  2. Permitir que su cuerpo fuera clonado como arma.
  3. Renunciar a su libre albedrío.

Kuma aceptó. Y lloró. Lloró de felicidad. Porque todas las condiciones no eran imposibles para él. 

Durante dos años trabajó como agente del gobierno, cumpliendo misiones, muchas de ellas injustas. En otras se negó. En paralelo, siguió apoyando al ejército revolucionario y a quienes luchaban contra el sistema. Al mismo tiempo, se transformaba lentamente en un cyborg. Su cuerpo, su voluntad, su historia… todo eso fue desapareciendo. Pero Bonney sobrevivió.

Y ese sacrificio —ficticio o no— me quebró.

Lloré. No porque sea padre. No lo soy, imagínense si lo fuera. Lloré porque sé que, como Kuma, hay personas reales que no se dejan vencer por el dolor. Que cargan tragedias indecibles, pero siguen. Personas que sonríen, que bailan, que enseñan, que cuidan, que aman. Que no se rinden, aunque el mundo les diga que deben hacerlo. Y con esto no quiero romantizar las situaciones de injusticia, solo reconozco el valor de personas que no solo existen en el anime, sino en el mundo real.

Vivimos en un mundo difícil. Hostil. Posiblemente en medio de una crisis civilizatoria. Pero obras como One Piece, lejos de su claro giro comercial, me devuelven la capacidad de sentir, de empatizar, de volver a ser humano. Me recuerdan esa frase que debería ser oración laica: que el dolor ajeno no me sea indiferente.

Hoy me siento feliz. Feliz de haber llorado. De tener amigos, familia, estudiantes, colegas. Feliz de tener espacios como la ReMJI, donde escribir esto tiene sentido. Feliz de haber conocido personas como Kuma. Y con esperanza de que, algún día, los tambores de la libertad[1] suenen para todos.

Vida de kuma. The official Facebook page for One Piece in North America


[1] En One Piece, los Tambores de la Libertad suenan cuando alguien, como Luffy el protagonista, despierta un poder vinculado no solo a la fuerza física, sino a una voluntad profundamente libre. No son un sonido literal, sino el eco simbólico del corazón de quien ya no obedece más que a su deseo de liberar, de vivir sin cadenas.


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