Apariciones inesperadas: la pista de baile en prisión

Por: David Rivera

Ángela Davis en su libro ¿son obsoletas las prisiones?, argumenta que es difícil imaginar un mundo sin la existencia de las cárceles debido a su injerencia y legitimación en nuestras sociedades[1]. Parece imposible abordar el daño, el delito y los conflictos sin la utilización de medidas punitivas como el encarcelamiento y la privación de la libertad.

El modelo de reinserción social promete ofrecer a las personas en prisión herramientas educativas, laborales y culturales que posibiliten su no reincidencia delictiva y el acceso a un porvenir después del encarcelamiento. No obstante, la estructura del aparato penitenciario implica una serie de limitaciones y restricciones corporales, pedagógicas, alimentarias, educativas, médicas y psicológicas que anulan procesos de socialización, agencia, reparación y con ello de elaboración de nuevos horizontes de vida.

En este panorama que pareciera desolador, existen interrupciones luminosas, creativas y performáticas que permiten que los cuerpos y las emociones transiten del control y el disciplinamiento férreo penitenciario, a la fluidez y la cadencia suave del ritmo y el movimiento, limitado severamente en prisión. Hago alusión a la presencia de prácticas artísticas y pedagógicas en el patio penitenciario, específicamente las vinculadas con el baile y la danza.

Un sábado de diciembre del 2016 fui testigo de una escena en la cual de manera espontánea y sorpresiva el baile se hizo presente en el patio penitenciario. Esto sucedió en el Centro Varonil Preventivo y de Reinserción Social de Zumpango en el Estado de México, mientras mi familia y yo visitábamos a mi hermano que se encontraba recluido en dicho lugar.

Ese sábado, después de la presentación de una pastorela navideña montada por los internos, de pronto sonó fuerte la música de cumbia con su característico tambor alegre, lo cual propició que los hombres en reclusión de manera casi inmediata extendieran su mano e invitaran a bailar a sus madres, hermanas, amigas y familiares de sus compañeros en el encierro. En ese momento el patio penitenciario -espacio estático, gris y cabizbajo- se convirtió en una pista de baile en donde los cuerpos se movían, desplazaban y contoneaban de manera libre, gozosa y fluida.

Para mí esta escena significó una toma del espacio carcelario a través de los múltiples y diversos desplazamientos de las corporalidades. En términos activistas, se consolidó una protesta por medio del goce corporal del ritmo y la música (considerada de barrio) y con ello, se lograron entretejer afectos y alianzas –en ocasiones prohibidas- entre los hombres recluidos y la visita.

Situó lo acontecido en esta escena como un acto de micropolítica, es decir, como una estrategia de resistencia que permite girar, torcer y poner de cabeza momentánea, pero efectivamente los lineamientos institucionales. A partir de la aparición de la pista de baile en el patio penitenciario, no se erradicaron las lógicas punitivas de la prisión, pero si se lograron abrir procesos de agenciamiento en donde los cuerpos recluidos articularon conocimientos, saberes y lenguajes que les permitieron pensar en otras formas de habitar y existir el espacio del castigo.

A partir de esta escena y de la revisión teórica que me dispuse a realizar, encuentro en el baile dos potencialidades importantes que abonan al desarrollo integral de las personas. La primera es de índole pedagógica, la cual permite hacer del cuerpo un espacio gozoso de aprendizaje y de creación. La segunda es de índole política, la cual propicia que el cuerpo sea un lugar de enunciación de poderes de representación, desde donde se expresen pensamientos, sentimientos, emociones y posiciones críticas.

En contextos de encarcelamiento, el baile puede operar como una maniobra que permite que las personas en reclusión levanten la mirada, se expresen a partir de lo más vigilado: el movimiento; y a la vez transiten por procesos de dignificación, de agenciamiento y de reparación. Estos procesos pueden dar pie y ritmo a la crítica y a la atención de los daños y las afectaciones que la institución carcelaria y sus prácticas persistentes del castigo provocan en cuerpos, deseos y emociones.

Autoría: Melisa Génesis


[1] Véase: Davis, Angela, Are prisons obsolete?, Seven Stories Press, Estados Unidos, 2003.


Davis, Angela, Are prisons obsolete?, Seven Stories Press, Estados Unidos, 2003.

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