Es el fin del mundo como lo conocemos… y me siento bien

Por: Edder Tapia Vidal

El universo, tal como lo concebimos en cualquier momento de nuestras vidas, es una construcción frágil, un mapa personal trazado sobre un territorio en constante movimiento. Existe la creencia general de que vivimos en un flujo lineal, trasladándonos de un punto A a un punto B, pero mi experiencia me ha enseñado que la realidad es un cúmulo de inicios y finales. Cada día, cada etapa, cada relación que concluye (así como cada texto), marca el fin de un mundo particular. Esta idea, lejos de ser catastrófica, ha resonado en mí con una extraña sensación de calma. Es un sentimiento que se condensa en la canción de R.E.M. “Es el fin del mundo tal como lo conocemos… y me siento bien”, una declaración que alude a la aceptación de un caos que no es externo, sino propio de la existencia; en otras palabras, el desorden es parte importante del orden natural.

Esta reflexión no es un juicio sobre el estado global de las cosas, sino un análisis de mi propia evolución frente al cambio. A lo largo de mi todavía corto camino, he visto cómo los pilares que sostenían mi realidad se desvanecían. Ya sea el fin de una etapa académica que definía mi identidad, la disolución de amistades que creía eternas o la transformación de mis propias aspiraciones, cada uno de estos eventos ha representado un pequeño apocalipsis personal. Al principio, la reacción inmediata, quizá derivada del miedo a lo distinto, era la resistencia, el aferramiento a lo que fue. Era un intento desesperado por sostener un castillo de arena frente a una marea imparable. La nostalgia se convertía en una carga, no en un recuerdo, y el pánico a la transformación no me permitía entender que no podemos postergar lo inevitable.

Fuente: D.K Ta

A través del universo

Los puntos de quiebre en mi vida han sido la conclusión (ya sea por voluntad o por necesidad) de proyectos en los que he participado y he aportado con un poco de mi identidad. Al verlos terminar, siempre he sentido tristeza e inseguridad en la decisión tomada. No sólo era el cierre lo que me dolía, sino la ausencia del propósito que me había definido al inicio del proyecto. En ese momento, las preguntas sobre quién era sin esas actividades, si no me estaba traicionando o si era la decisión correcta se volvían abrumadoras. Han sido experiencias que me han obligado a cuestionar la idea misma de identidad. Esta, al igual que la vida, debe ser líquida, capaz de fluir y adaptarse a nuevas formas sin perder su esencia.

Con cada conclusión, acepto que el ciclo se ha completado, que no hay nada más que se pueda hacer y que el plan a seguir es abrirme al siguiente capítulo. Esta aceptación, a diferencia de la resignación, es un acto de poder. Es una elección consciente de liberar lo que está por cambiar para recibir el porvenir.

Y creo que será un largo, largo camino

Ahora bien, el verdadero desafío de la adaptación reside en la distinción entre lo que podemos cambiar y lo que debemos aceptar. Durante mucho tiempo pensé que la fortaleza se medía por la capacidad de resistir las circunstancias adversas. Sin embargo, la verdadera fortaleza, tal como la entiendo ahora, se encuentra en la capacidad de rendirse de manera inteligente. Esto no significa abandonar la responsabilidad o la toma de decisiones, sino redirigir la energía de la lucha externa a la gestión interna.

Me he esforzado por desarrollar la capacidad de examinar mis propias reacciones ante el cambio. En lugar de culpar a las circunstancias por mi incomodidad, me pregunto: “¿Qué parte de este cambio me incomoda? ¿Es una pérdida de control? ¿Un miedo a lo desconocido? ¿O el duelo por algo que valoraba?”. Este análisis introspectivo ha sido fundamental. Me ha permitido desvincular mis emociones de los hechos externos y centrarme en lo que está bajo mi responsabilidad: mi perspectiva, mis acciones y mis elecciones.

A veces, esta batalla interna se siente como la lucha por reconciliar el quién soy con quién los demás creen que soy. Como en las palabras de Elton John, he llegado a entender que no soy quien creen que soy en casa. Esta discrepancia entre la percepción externa y la realidad personal es un peso que nos obliga a mirarnos honestamente. Y, de la misma manera, la transformación no ocurre de la noche a la mañana. Es un proceso arduo y gradual, que puede sentirse largo y tedioso antes de que las piezas vuelvan a encajar. La paciencia es, por tanto, una forma de aceptación.

Las personas y las conexiones evolucionan, y a veces ese crecimiento nos lleva por caminos diferentes. La paz, en este contexto, no proviene de la permanencia de las cosas, sino de la capacidad de liberarlas con amor y gratitud por lo que fueron. Esta es la esencia de sentirse bien ante el final de un mundo: no es que el final sea algo bueno en sí mismo, sino que la forma en que lo afrontamos puede serlo.

Fuente: Ellie Ellien

Los tiempos están cambiando

Sin embargo, esta introspección no debe confundirse con el aislamiento. La reflexión personal, para ser verdaderamente fructífera, necesita un ancla en la realidad compartida. Es fácil caer en la trampa de un análisis tan individual que nos desprendemos de nuestra comunidad y de lo que nos hace fundamentalmente humanos. El peligro de una introspección excesiva es que nos lleva a generalizar nuestra experiencia, pensando que nuestros descubrimientos son verdades universales, o peor aún, que nos hace indiferentes a las luchas de los demás.

Por eso, una parte crucial de mi viaje ha sido aprender a equilibrar mi mundo interior con mi entorno externo. En los momentos de mayor cambio, lo que me ha sostenido no han sido mis propias ideas, sino el apoyo de las personas que me rodean, no sólo en casa o con amigos, también en espacios de trabajo o lugares nuevos. Las conversaciones honestas, el simple acto de compartir una comida o un café, me recordaron que, aunque mis mundos personales cambiaran, la red de apoyo y conexión humana seguía intacta. Son estas relaciones las que nos recuerdan que, a pesar de nuestros propios finales, no estamos solos en el viaje.

La comunidad y las conexiones humanas no son sólo un refugio, también son un recordatorio de nuestra interdependencia. Aceptar nuestra responsabilidad personal frente al cambio no significa que debamos llevar la carga solos. El verdadero progreso, tanto personal como colectivo, se encuentra en la capacidad de ser vulnerables con los demás, de pedir apoyo y de ofrecerlo. Esta es el elemento humano que debemos preservar, la fibra que nos une a través de nuestros propios finales.

Y tú fuiste quien lo imaginó todo, hace tantos años

Al final del día, la vida no es un destino, se trata de una sucesión de ciclos que nacen, se desarrollan y concluyen. Aceptar que el mundo tal como lo conocemos puede terminar en cualquier momento, ya sea en un contexto personal o colectivo, es el primer paso para encontrarnos. Esto es un recordatorio de que las expectativas que hemos creado sobre nosotros mismos y sobre la vida a menudo provienen de un pasado idealizado. Esta aceptación es una base sólida para la acción. Nos permite canalizar nuestra energía hacia lo que realmente podemos manipular: nuestra respuesta, nuestra actitud y nuestra capacidad de adaptación.

Sentirse bien en medio de esta constante transformación es el resultado de un trabajo interno. Se trata de desprendernos de las ilusiones de control, de honrar nuestras emociones sin que estas nos dominen y de mantenernos anclados en lo que es verdaderamente importante: nuestras conexiones humanas. La reflexión me ha enseñado que cada final no es una pérdida, cada final es una oportunidad para una nueva construcción. Y aunque el mapa personal de nuestra realidad se dibuje y se borre una y otra vez, la brújula interna, guiada por la responsabilidad y la conexión, siempre sabrá hacia dónde ir.

Fuente: Denisse Leon

Líneas finales. Parafraseando a Rubén Albarrán, vocalista de Café Tacvba, en la celebración del vigésimo aniversario del Avalancha de éxitos en el ya lejano Vive Latino del 2016. En las clausuras y graduaciones de Secundaria y Bachillerato se suele decir nunca cambies, pero lo ideal es que nunca dejes de cambiar.

Deja un comentario