Olvidar cómo se lee: reflexiones en torno al bloqueo lector

Por: Eva Márquez

“Si lees diez páginas por día, en un mes podrás haber leído un libro de más de 300 páginas, o dos de 150. Si lees treinta minutos diarios, aprenderás sobre nuevos temas y tendrás un léxico más rico, lo único que se necesita es crear un hábito…” Estos mantras se comparten como el secreto del éxito para alcanzar a leer al menos un libro por mes, como si fuera una meta obligatoria, en especial para quienes se identifican como lectores.

Mucho se habla del placer de leer, pero pocas veces se aborda cómo ese placer también puede empalagarnos, igual que cuando se tiene suficiente de un postre que amamos, o bien, cuando hemos escuchado hasta el cansancio la nueva canción que nos ha cautivado.

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Yo soy una lectora que muchas veces ha olvidado cómo leer, y quien incluso ha sentido náuseas ante las palabras. Los libros llegan a parecerme instrumentos de tortura mental, me siento alérgica a las ideas que las mentes más brillantes han plasmado en novelas, ensayos, cuentos o poemas. Soy incapaz de leer una página y saber de qué me está hablando, porque sólo descifro signos lingüísticos que carecen de importancia para mí en ese momento.

Un recuerdo de mi vida universitaria que tengo muy presente es un día que me encontré con una compañera de la carrera al salir de la biblioteca. Le dio un vistazo a los libros que llevaba conmigo y pudo identificar a qué materia correspondían, excepto uno, por el cual me preguntó. Expliqué que yo siempre buscaba leer un libro extra “por gusto”, además de los obligatorios del plan de estudio. Ella respondió con ironía: ¿todavía puedes leer por gusto? Entendí el chiste y me reí, pero en algún momento ese chiste dejó de ser gracioso, ya que se volvió anécdota.

Conforme cursaba mis semestres finales era difícil concentrarme en las lecturas de tarea, mucho más en un libro que yo escogiera “por gusto”. Creía que al terminar la carrera cambiaría la situación, pero casi de inmediato tuve un periodo en el que me sentí alérgica del todo a la lectura, y ahora me doy cuenta de que no ha sido sólo una vez, sino que hay temporadas en las que no puedo leer nada, incluso si tengo más de 500 libros en mi habitación y otros tantos en formato electrónico.

No es que me falten títulos o tiempo, tampoco que haya olvidado literalmente cómo leer, sino que de pronto ningún libro me atrapa, así que dejo de intentarlo porque sé que padezco de un bloqueo lector y, como Sabines, me receto tiempo, abstinencia y soledad.

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Con riesgo a equivocarme, considero que la primera reacción ante un bloqueo lector es la negación: <¿no leer?, ¿yo?, ¡cómo! Amo los libros, me apasiona la lectura, sé distinguir a un elefante dentro de una serpiente…> Quizá entre los síntomas iniciales haya además una incomodidad en el orgullo (porque un lector es orgulloso, ya sea en voz alta o para sus adentros), así como también cierta frustración interior. De cualquier forma, la primera vez que me reconocí enferma, busqué medicamento.

Internet dice que se puede leer sólo diez páginas por día y así terminar uno o dos libros por mes. El remedio parecía sencillo: disciplina y organización. “¿Cómo no lograrlo si he leído más de cincuenta o cien páginas en una sentada?” No obstante, esas diez páginas son en ocasiones imposibles. Descifro los signos lingüísticos en automático, más no leo, porque no entablo un diálogo con el autor. Olvido cómo leer: soy entonces una lectora que no lee nada, salvo las publicaciones de las redes sociales y algunas noticias o artículos que de pronto me interesan.

El bloqueo lector es una etapa frustrante para cualquiera que disfrute leer, sin embargo, a todos nos ocurre en algún momento. Es un recordatorio de lo imperfectamente humanos que somos. Lo más probable es que con él nuestro cerebro nos quiera informar sobre algo, por ejemplo, la importancia de tomar un descanso, enfocarte en algún nuevo proyecto, o prestar atención a una situación o sentimiento en particular. Mi experiencia actual me ha demostrado que este mal surge cuando se está en un punto de inflexión, cuando ya no podemos seguir ignorando algo, si bien ese algo es muy personal. Así pues, si estamos en un momento donde nos es imposible dialogar con los autores: ¿por qué no dialogar un poco más con nosotros mismos y llegar al origen del mal?

Este diálogo interior es ideal para poner en práctica la receta de Sabines, que no sólo funciona para un corazón roto, sino también para un bloqueo lector: tiempo, abstinencia y soledad.  Tiempo: no presionarnos, no querer leer diez páginas por día, darnos el tiempo que necesitamos para retornar a nuestra pasión. Abstinencia: si los libros nos provocan náuseas, es mejor dejarlos en el estante mientras la sintomatología disminuye. Soledad: brindarse espacio y brindárselo a los libros. Hacer de la soledad-nolectora un periodo también de disfrute, no de frustración o autorreproche.

¿Y cómo lograrlo? Con paciencia y comprensión hacia nuestra persona. Una vez que aceptamos el bloqueo lector y sabemos qué lo originó, el siguiente paso es acercarnos de a poco a lo que perdimos.

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Así como en algún momento sufriremos de este bloqueo, no hay forma que nos des-lectoricemos, es decir, no se abandona por siempre el hábito lector, lo único que se ha de hacer es retomar nuestra pasión por las letras, cual caminar tras una temporada en reposo: guiados por el instinto, incluso si ello significa tropezar.

Entre los consejos para superar el bloqueo lector que puedo compartir tras mi experiencia están: permitirse empezar un libro y dejarlo si no fue del agrado, retornar a las primeras historias que nos emocionaron[1], explorar la lectura desde otra perspectiva[2], leer en espacios que nos brinden paz[3], pero sobre todo, no exigirnos. Recordar que leer requiere paciencia. Al final, hemos de resignarnos que tendremos que volver a aprender en más de una ocasión, ¿por qué no empezar a disfrutar del proceso?


[1] Todos tenemos un libro que nos hizo lectores o lectoras. En mis peores bloqueos, si vuelvo a releer alguna de sus páginas, me brinda paz y me muestra el camino a nuevos libros.

[2] La novela gráfica, las series o películas basadas en libros.

[3] En un café, en el parque, en nuestro espacio favorito del hogar.

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