El arte de improvisar: cuando la vida no va como te gustaría que fuera

Por: Eva Márquez

¿Cómo sanar de la vida? Hace poco me preguntaron cómo estaba, y empecé con una oración que podría describir la vida de bastantes personas: “una vez más, las cosas no salieron como yo quería”. Esta frase me acompañó por varios días en el pensamiento, me permitió reflexionar y encontrar nuevos matices a las experiencias, en especial a aquellas que pueden ser muy frustrantes.

Si bien, por algún extraño motivo, siempre me he considerado alguien pesimista, irónico, pero las personas a mi alrededor opinan lo contrario. Suelen afirmar que tengo una capacidad impresionante de ver el vaso medio lleno. Ahora las comienzo a entender, aunque sostengo que ver el vaso medio lleno no significa ser el Cándido de Voltaire. Ver el vaso medio lleno es también saber que está medio vacío, pero a diferencia del pesimista, se es consciente de que hay opciones, es decir, tener la habilidad de improvisar.

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¿Cuántas veces las cosas salen como queremos que salgan? Si reflexionamos y somos sinceros, es bastante probable que sean reducidas las ocasiones. No obstante, con el paso de los años, la experiencia acumulada y un poco de humor, se puede entender que esto no supone una derrota o que todo vaya mal. ¿Existirá alguna persona cuya vida marche justo como la ha ido planeando? En el caso de haberla, no estaría segura de envidiarla o compadecerla.

Diversos estudios han demostrado que el ser humano está diseñado para no sentirse del todo satisfecho. La necesidad de descubrimiento y sorpresa están ligados al proceso de evolución; del aburrimiento surgen las ideas, y alcanzar una meta supone trazarse nuevos objetivos. Por tal motivo, una vida sin obstáculos no sería por completo disfrutable. Los retos nos permiten poner a prueba nuestra capacidad de improvisar y de adaptarnos a la situación, lo que a su vez nos brinda la posibilidad de experimentar la sensación de victoria.

Es cierto que el tener presente esta cuestión no vuelve un fracaso menos doloroso o frustrante. Identificar que estamos tristes no es lo difícil, sino aceptarlo. En una sociedad acostumbrada a querer presumir el éxito y demostrar que se tiene una vida “perfecta”, afrontar las derrotas no es sencillo. Vivir en silencio el duelo que supone una decepción (independientemente del tipo que sea: amorosa, laboral, académica, etc.) puede volver más lento el proceso de sanación. ¿Y cómo compartir la tristeza en un mundo donde parece obligatorio  ser feliz y exitoso?

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Como cualquier otra persona, me he hecho esa pregunta  en diversos momentos de mi vida. Es un tema constante de mis reflexiones, en especial cuando me doy cuenta que lo he dejado atrás y me siento una vez más feliz. Entonces la pregunta que ronda esta vez por mi cabeza es: ¿cómo alcancé de nuevo la alegría? Me respondo que es a partir de la improvisación y el humor, que muchas veces me gusta unir.

Hay una metáfora que me ayuda a levantarme. Pienso que los planes, el destino; la vida, son construir una casa que cada cuanto se derrumba. Tras caerse, algunos cimientos y materiales quedan en pie, entonces, con ellos armo algo nuevo, que puede parecerse mucho o poco a la construcción anterior. El hecho de que mi casa se derrumbe me brinda la oportunidad de escoger un nuevo diseño, o retomar el pasado si así lo decido. Improviso y experimento nuevas formas, escojo otros sitios para poner ventanas, la hago de más pisos o de menos, y decido disfrutar de ella lo que tenga que durar, a pesar de saber que en algún momento volverá a caerse. Aunque pensar en construir una casa que se derrumbará podría remitirnos al mito de Sísifo, tenemos la posibilidad de cambiar la perspectiva. Más allá de enfrentarnos a un trabajo que no termina, tenemos la oportunidad de vivir nuevas experiencias, tomar nuevas decisiones y caminos.

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Sí, mis amigos tienen razón, veo el vaso medio lleno. ¿Qué más queda? Disfruto reírme de las decisiones que llevaron al colapso de mi casa, lo hago cuando tengo la certeza de que aprendí de ellas. No glorifico el dolor, pero trato de vivir al máximo también la tristeza, porque considero que no se puede eludir. Cuando amamos a alguien, es común pensar que nos gustaría alejarle de toda la tristeza y el dolor, sin embargo, olvidamos que esto lo privaría de la felicidad.

Cuando las cosas no marchan como a uno le gustaría, cuando nuestra casa se derrumba, podemos contemplar la destrucción y llorar por lo que hemos perdido. Cuando las lágrimas se hayan secado, o quizá antes, es bueno darnos la oportunidad de diseñar una residencia nueva, improvisar un nuevo hogar que podría gustarnos más que el anterior. Si algo tiene la vida es oportunidades, sólo hay que aprender a imaginarlas.

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