“High hopes”: lo sublime de un adiós

Por: Oziel Ramírez

Adiós a la vida solo se puede decir una vez, pero al mirar desde cierto ángulo aquella pudiera parecer caminar un rumbo bosquejado por minúsculas despedidas. Al paso, la respiración se va tornando lenta, el retumbar del pulso, fatigoso. Algo debemos hacer mientras aguardamos morir y mientras habremos de ver, queramos o no, muchos otros desenlaces. En retrospectiva, podríamos estar hechos de interrupciones en la misma medida de lo que continúa siendo. Al margen de esa aberrante economía de lo cotidiano, según la cual las cosas suceden por una razón o todo es valioso en algún sentido —incluso si un pájaro nos defeca la cabeza—, yo pienso el tránsito de la vida más allá de las alegres coincidencias, también como tiempo desperdiciado, cosas más fútiles de lo aparente, olvido, aspiraciones y esperanza estropeadas. En ocasiones la imagino desparramándose sobre andamios hechos de los adioses anodinos, hasta pronto que estiraron el tiempo hasta rasgarlo y nunca llegar, silencio; adioses completos e incompletos, súbitos y agónicos, felices y desgraciados. Eso es, para mí, el testimonio de “High Hopes”, colofón del último álbum de Pink Floyd[1].

Portada del álbum “The Division Bell”. Fuente: Radiónica

La historia de esta agrupación es tanto aquella de los más grandes álbumes del rock progresivo[2] como la de una maraña de encuentros y desencuentros. Como suele suceder con las agrupaciones anglófonas de renombre, esta se conformó tras una serie de coincidencias complicadas de concatenar a partir de las cuales sus fundadores lograron concurrir en intereses y talento. Tras dejar atrás cambios en la alineación, nombres preliminares y virajes en la orientación sonora alargadas por aproximadamente un año y medio, en 1965 la banda quedó integrada por Syd Barret, Roger Waters, Richard Wright y Nick Mason. No por mucho tiempo: en 1968, Barret fue despedido dado su comportamiento errático causado por una mezcla entre (presumiblemente) una o varias patologías mentales y un rampante abuso de sustancias que a la postre le incapacitaron para tocar, hablar de manera inteligible para sus compañeros o ubicarse en el tiempo y espacio de manera consistente[3]. Si bien aún tuvo participaciones esporádicas con la banda hasta 1969, terminó siendo sustituido por un amigo suyo, David Gilmour.

En adelante la banda avanzó con paso sólido en la escena musical inglesa hasta abrirse las puertas de los Abbey Road Studios, donde confeccionaron sus obras cúspide. A lo largo del periodo 1973-1977[4], la dinámica compositiva se había consolidado sobre la tónica cada vez más dominante e intransigente de Waters —quién había sustituido a Barret en el liderazgo, tal vez por ser el más cercano a él y con la visión artística más parecida—, lo cual le valió distanciarse de sus compañeros y esa perenne animadversión entre él y Gilmour[5]. Durante las grabaciones de The Wall (1979) los problemas alcanzaron un punto de no retorno marcado por la expulsión de Wright debido a conflictos personales con el adalid del grupo, quien amenazó con irse para sabotear la producción si el primero no se esfumaba del proyecto. Los miembros restantes, cansados del líder, rechazaron varias de sus ideas para el siguiente álbum, The Final Cut (1983), lo que terminó con su salida en 1985 y una larga (y probablemente estéril) lucha en los tribunales dado el continuo trabajo de Gilmour y Mason, en ocasiones acompañados por Wright, bajo el nombre Pink Floyd[6].

Sin Waters, aún salieron dos discos A Momentary Lapse of Reason (1987) y The Division Bel” (1994). El segundo me es difícil de juzgar. Se nota su lejanía respecto del pico musical de la banda y separación con la vanguardia del rock en inglés de mediados de los noventa[7], aunque, en suma, lo complicado radica en reconocerlo como el quiebre de un fluir (en color rosa). Si se tiene en la cabeza temas como “Time” o “Money”, uno, iluso, quisiera una apoteosis segmentada en once pistas, pero el adiós es tal cual es, y en este caso, no me parece que haya sido un disco memorable de principio a fin —aún cuando sea bueno en términos generales— sino una sola canción melancólica.

Yo interpreto “High Hopes” como el repicar de unas campanas, una lírica sobre los tiempos donde “el pasto era más verde” y “el gusto más dulce”, un videoclip sobre el pasado repleto de anhelos y las fantasmagorías soberbias que ciernen sobre ciertas despedidas.  En este último, puede observarse, entre otras cosas, pequeños objetos normalmente pensados para divertir, pero hechos ridículamente grandes, inmanejables, lo suficiente para ser estorbosos, desechables o simplemente se escapen de las manos; globos blancos, aliento contenido tras una delicada membrana, tal vez usados como símbolos de sueños, por momentos elevándose, en otros escapándose, o palabras escondidas tras signos inentendibles, mudas al fin, pues son siempre más grandes y rebotan en sitios cada vez más estrechos; capas o estandartes que actúan como una especie de ancla inversa sostenida por diminutos personajes, inmóviles en su lance contra la corriente de aire hasta lograr soltarlos; y de vez en cuando, un ídolo hueco y difícil de llevar sobre los hombros[8].

Fragmento del videoclip de “High Hopes”. Fuente: YouTube.

La música es preciosa. Pink Floyd nunca escatimó el tiempo para sus composiciones, y por supuesto no lo haría al exclamar ¡hasta siempre![9] En ella se escuchan unas campanas, piares y zumbidos de moscas las cuales aterrizan sobre una mezcla solemne entre bajo, sintetizador y piano adornada con salpicaduras dramáticas de una guitarra acústica, violines y percusiones cuyo unísono dibuja la marcha hacia un funeral. Antes de llegar a la monotonía melódica, el canto se decide a pronunciar todo aquello por decir. Las palabras no volverán, la batería se sobresalta un instante cual corazón estremecido cuando la instrumentación abraza entera las prolongadas florituras de guitarra encargadas de tomar nuestra mano para vagar hasta el borde dónde se precipitará el fin. Y así está bien, que lo hablado se detenga, pues la música es invención sobre el espectro de todo lo perceptible para el oído y el sentir siempre desborda el decir.

En “High Hopes” todo parece trabajoso, las cosas pesan más de lo debido, el espacio aprisiona, los sueños se acaban, lo dicho se desvanece, lo nimio se torna gigante. Pero ante todo, el slide[10] estira las notas como si fueran una estela de colores hecha por fuegos artificiales atacando el firmamento de esas noches donde no se ven ni las manos, cuando las conmueven con su luz. Las cuerdas danzan y producen la belleza. Por la música la tierra podría hacerse polvo, la lluvia caer de abajo hacia arriba o el viento pasmarse en una especie de bóveda sin más sitio para algo distinto al sonido de lo sublime, el cual únicamente calla ante la verdad perentoria de la vida: si algo camina lo hace al ritmo de las campanas que doblarán en su final. El solo de guitarra únicamente puede despedirse, ni rehacer nada o señalar un rumbo diferente. Habrá de contentarnos la posibilidad volver a él cuando lo deseemos. Si nos ha tocado, tal vez un resoplo nos permita discernir la proporción, perfecta en cada quién, entre gestos y palabras prolíficos y el tiempo inútil, las cosas inacabadas, o los extravíos por veredas borrosas donde se remarcaron los puntos finales desde los cuales, si queremos, podemos dar sentido y singularidad a nuestras vidas. Como sea, la despedida de Pink Floyd es hermosa porque en su deleite jamás podrán despuntar la añoranza o el anhelo por encima de la ternura del adiós.

Fragmento del videoclip de “High Hopes”. Fuente: YouTube


[1] El último disco de la agrupación lleva por título The Division Bell (1994), aunque posee dicho estatus solo siendo estrictos. En 2014 fue lanzado The Endless River, no obstante se trata de un outtake del álbum lanzado dos décadas atrás, o sea, está compuesto por material grabado pero no incluido en el primero.

[2] ¿Cuál es mi argumento para afirmar que son los mejores? Ninguno, todos son libres de escuchar la discografía y negarlo. Equivocarse es un derecho humano.

[3] Frías, Miguel, “Syd Barret, el líder de Pink Floyd que se hundió en el ácido lisérgico y la locura hasta convertirse en un fantasma”, en Infobae, [en línea], 06 jul. 2023.

[4] Cuando se produjeron los legendarios The Dark Side of the Moon (1973), Wish You Were Here (1975) y Animal” (1977).

[5] Ambos pelearon en los estudios de grabación, en los tribunales y aún lo hacen de vez en cuando en “X” o Twitter. Sus últimos pleitos han girado en torno a sus respectivos posicionamientos en cuanto a las guerras en Ucrania y Palestina.

[6] Una rápida cronología de la agrupación puede ser vista aquí: Las Historias del Rock, La historia de Pink Floyd, [en línea], consultado en: https://www.youtube.com/watch?v=6VB2wnrM1n8, 25 ago. 2024.

[7]  La cual apuntaba en la dirección señalada por Rage Against the Machine, el legado de Nirvana, Pearl Jam o la faceta más pop de Metallica, por ejemplo.

[8] Aunque, en términos generales, es bien sabido entre los seguidores de la banda que todo alrededor de este álbum trata sobre la comunicación o la falta de ella, lo cual se nota desde la portada, cuya imagen se encuentra al inicio de estas líneas.

[9] Y con esto quisiera pedir paciencia para una canción de casi ocho minutos. Además, me parece notable que sea el tema de mayor duración del álbum.

[10] El slide es una técnica para distorsionar las guitarras y otros instrumentos de cuerdas que consiste en frotar estas últimas en el sentido del diapasón, pasando de un traste a otro, sea hacia arriba o hacia abajo. Puede hacerse con los dedos o con algún objeto, como en el presente caso. Durante algún tiempo fue común hacerlo con una botella, de ahí que también se le conozca como bottleneck.


Lista de referencias

Un comentario en ““High hopes”: lo sublime de un adiós

Deja un comentario